Daniel Zamudio: Tu muerte no habrá sido en vano

En la calle
Su simpático rostro, un poco pálido;
sus ojos castaños, como cansados;
veinticinco años, aunque aparenta más bien veinte;
con algo de artístico en su vestir
-tal vez el color de la corbata, la forma del cuello-
camina sin rumbo por la calle,
como hipnotizado aún por el placer prohibido,
por el tan ilícito placer que recién alcanzó.
C.P. Cavafis

Durante días y noches, los chilenos y el mundo entero hemos estado acompañando en su trance de agonía a este hermoso joven que vio truncado sus sueños de ser «famoso», triunfar en la moda como diseñador y «salir en la tele».

Una aspiración de tantos jóvenes con talentos artísticos que ven en ese espacio una oportunidad de surgir. Daniel no provenía de una familia que pudiera costear una carrera universitaria a sus hijos, por eso estaba juntando dinero para entrar a la universidad, dándole así un giro y un nuevo sentido a su vida.

Pero el destino, que siempre tiene sus propios planes, lo puso en el camino de un grupo de morenos, pobres y sudacas “neonazis”, quienes obviamente habrían sido los primeros en sufrir en manos de los verdaderos nazis en la Alemania hitleriana.

Tan poderosos se sentían bajo el efecto de la cocaína y el alcohol esa noche fatal en el Parque San Borja, que cuando vieron a Daniel y notaron que era homosexual, le “ordenaron” que se retirara de inmediato de ese lugar bajo la amenaza de “si te volvemos a ver te vamos a sacar la cresta, te vamos a matar”.

No era la primera vez que recibía amenazas de grupos homofóbicos. Daniel caminó alejándose de ellos pero no abandonó el parque. Y en una de esas tantas vueltas de la vida entre los árboles bajo la luna, volvieron a encontrarlo y allí desataron su ira. Lo golpearon con piedras y -a patadas- le reventaron la cara, marcándole su piel con swásticas.

César Vallejo lo mira desde la página de un libro y le habla a Daniel:

Hay golpes en la vida, tan fuertes … ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… Yo no sé!
Son pocos; pero son… Abren zanjas obscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre… Pobre… pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

Foto: Teresa Calderón

¿Y la prensa y la tele dónde estaban?

Ni la televisión ni la prensa tomaron conciencia inmediata de lo ocurrido. El efecto tsunami se produjo en las llamadas “redes sociales”. Desde los faceboobs y los twiter se desplegó la opinión pública, se hizo presente la verdadera democracia, se hizo oír la voz del pueblo: el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo.

Entonces los canales de televisión dejaron de lado los golpes que un futbolista le habría propinado «in illo tempore» a una señorita Larraín. Mis ex alumnos de las escuelas de Periodismo dejaron la farándula y los comentarios al mejor estilo “cahuín de cité” que deja muy buenos dividendos porque a los televidentes le gusta, y el ráiting sube a la hora de descuerar a gente que a nadie le importa, y cambiaron el rumbo por un instante para darse con pasión a difundir y profundizar en la noticia de la horrenda tortura padecida por un ser humano.

Qué bueno, Daniel, que “no saliste en la tele” por esas razones,. Y qué bueno que fuera tu imagen de mártir agónico la que ocupara las primeras planas de la prensa, no solo local, y la televisión dedicó tiempos completos a hablar sobre ti. Y desde todos los países te enviaban mensajes de apoyo. Eso significa que tu muerte no habrá sido en vano Daniel, eso te lo aseguramos desde este momento.

Es nuestra palabra de honor porque esta lucha no la abandonaremos nunca y las generaciones futuras habrán de concebir el mundo de un modo menos cruel, menos enfermo y más amable.

Foto: Teresa Calderón

Palabras asesinas

Pero no fue suficiente golpear la fragilidad, la belleza y la bonhomía de Daniel. Declaran los criminales: “López dice que en algún momento sus amigos se ´borraron´ y comenzaron a golpear las piernas de su víctima. Angulo agarró una piedra grande y se la tiró dos veces en la guata. Después, lo hizo en la cabeza. Al rato, Mora tomó la misma piedra y se la tiró diez veces en la pierna, hasta que el Pato Core le hizo una palanca y se la quebró. ´Sonó como un hueso de pollo´, declaró Raúl López”. Pero no era eso.

Mi hijo, el poeta Gustavo Barrera Calderón, narró ese día en su facebook por primera vez algo que sólo en la familia conocíamos.

“Yo sobreviví un ataque neonazi en los noventa. Me empujaron por una escalera y me patearon en el suelo hasta que se cansaron, un amigo salió a defenderme y lo apuñalaron. Otro día que no quise salir de noche por el miedo, a mi pareja y a un amigo los atacaron en el puente Pío Nono, a uno le partieron la cabeza y al otro le rompieron la nariz de un cadenazo. A otro amigo le pegaron un día domingo en la tarde en el paseo Las Palmas y mataron a su perro. La mayoría de los atacantes eran jóvenes adinerados que se movían en automóviles caros, tal vez por eso nadie hizo el menor esfuerzo por identificarlos. Su diversión de fin de semana consistía en salir a las calles a buscar víctimas. Nosotros sobrevivimos, pero no todos han tenido la misma suerte. Llenos de cicatrices y temor vemos con horror como veinte años más tarde este odio sigue dañándonos sin atajo. Si esto no es terrorismo, explíquenme qué es”.

Es lo mismo que nos preguntamos todos ahora: si esto no es terrorismo, explíquenme entonces qué es, que nombre le ponemos, qué palabra de nuestro idioma podría expresar este horror.

Foto: Teresa Calderón

Primer encuentro con los padres de Daniel Zamudio

El miércoles 7 de marzo fuimos con mi hijo Gustavo a poner velas y carteles en el frontis de Urgencia en la Posta Central. Sólo llegaron esa mañana tres jóvenes: Hans Sulz, Sofía Oportot y Pilar Muñoz Villamil. Éramos cinco personas y escribimos en un papel de arroz enrollado un mensaje a la familia, luego fuimos a entregárselo junto a nuestro apoyo a los padres de Daniel.

Ellos nos abrazaron y nos relataron detalles del estado de su hijo. Después nos retiramos cabizbajos tristes y en silencio. Tal vez a Daniel le hubiese gustado conocer Una noche de Cavafis envuelto en el amor y la pasión de otro junto a otro hombre:

“La habitación era vulgar y pobre,
Oculta en un altillo de la tasca.
La ventana miraba al callejón
Sucio y estrecho. Del local llegaba,
Hasta arriba, la voz de unos obreros
Que jugaban a las cartas, distrayéndose.

Y allí, en aquella cama vil, plebeya,
Obtuve el cuerpo del amor, obtuve
Los voluptuosos, rojos, ebrios labios,
Tan rojos y tan ebrios que hoy incluso
Cuando escribo, después de tantos años,
Solo en mi casa, vuelven a embriagarme.

La segunda vez que hablamos con los padres de Daniel, el lunes anterior a su muerte, ambos nos miraron con dulzura y dijeron: “Ah, ustedes son los del pergamino, lo tenemos en la casa y lo leemos todos los días, nos da fuerzas, es lo más valioso que tenemos, esas palabras de ustedes estarán siempre con nosotros”.

Nos retiramos pronto para dejarlos tranquilos en el segundo piso de la posta donde estaban acompañados por familiares y personas cercanas. Me fui con las palabras del padre: “La vida de mi hijo pende de un hilo, no hemos querido que lo desconecten, preferimos que se apague solito”.

Me fui pensando en esas palabras que todos decimos siempre: una vida que pende de un hilo. ¿Y dónde está el comienzo o el final de ese hilo? ¿De qué estrella pende? Podía ver un cuerpo colgando de un hilo incomprensible que pronto las Parcas de la Muerte cortarían con sus irremediables tijeras. ¿Cuándo? ¿Cómo y dónde? ya habían sido respondidas. Era cosa de horas o minutos.

Y las palabras de la mamá resonando hasta este momento en que escribo este relato de agonía: “Yo hubiera querido que se fuera cuando le vino el paro respiratorio, pero se aferra a la vida con tanta fuerza, le hablo y le digo, ándate hijito, ándate, no sufras más, pero insiste en vivir todavía. Yo me he dedicado a buscar una ropa hermosa para vestirlo en su ataúd”.

Imagen tomada desde internet.

Daniel murió al día siguiente a la misma hora en que estuvimos allí, quizá ayudando a cortar el débil y persistente hilo que lo tenía pendiendo en la vida. “Porque un joven ha muerto/ pido que me demuestren, una vez más, el valor de la vida” diría Enrique Lihn. ¿Eras tú, Daniel, el mártir que el país necesitaba? ¿Es así como deben ocurrir las cosas?

Dios que sí ama a todas sus creaturas porque nos hizo a su imagen y semejanza, te eligió a ti, como eligió a su hijo Jesús Cristo para darnos la más perfecta de las lecciones. Alguien debe ser sacrificado para que el mundo entienda que a cada uno nos hizo como somos porque así debía de ser.

Y la palabra de Dios debe ser escuchada por aquellos fariseos que se sienten los verdaderos dueños de Su Palabra. Dios Padre te tiene ahora a su lado y está curando todas tus heridas, especialmente las que nacieron en tu alma por la incomprensión de las mentes pequeñas que se ha apoderado de la sociedad.

¡Vuela libre, vuela lejos, querido Daniel, la eternidad te estaba esperando y nos has dejado una lección que tendremos que aprender de una vez por todas!

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