«Cerrado con llave», quince años del disco que chilenizó el sonido beatnik

Emparentado con las performances escénicas más experimentales del teatro y con las vivencias de los poetas beatniks de los 60 en Estados Unidos, el año 2001 un grupo de jóvenes músicos chilenos estrenaron un disco extraño, que estaba totalmente destinado a permanecer guardado en el más estricto de los silencios.

“Cerrado con llave” era su hermético nombre y 42 minutos su duración aproximada. Eso que los filósofos de lo fácil llaman “las vueltas de la vida” quiso que esta historia tuviera otro derrotero y lo que parecía un lindo trabajo para recordarlo sólo entre quienes lo hicieron pasó, a convertirse en un clásico del under de los primeros años del siglo XXI.

Todo gracias a un estilo que recoge una tradición, pero que propone un refresh, y un tema incombustible, muy bien hecho y muy bien estructurado llamado “¿Qué pachó?”.

La tradición, como ya se apuntó, viene del teatro, de la poesía callejera, de las experiencias beatniks, de lo hecho por hombres como Mauricio Redolés, de lo que ha cosechado Nicanor Parra, en fin. Varias vertientes pusieron aquí su granito de arena,

La mezcla evidentemente sarcástica entre una poesía cruda y sin metáfora con muy buenos arreglos musicales, genera una suerte de maldad escolar, en la que se asiste a una exposición vomitiva de textos que interpelan al oyente, en una evidente declamación lírica clásica.

Situaciones cotidianas, dadas vueltas para ser vistas como espectadores y no como actores, permiten apreciar la fragilidad de los lazos sociales, la tenue forma en que las relaciones transitan siempre por una barranca que seduce saltarla una y otra vez.

El tema “¿Qué pachó?” es una clara muestra. Parte con “Pero mi amor, por qué se me pone así, ya pueh mi reina”, después de un rato de tensión evoluciona a “Le estoy hablando, ya pueh no le pongai”, hasta que –en un abrir y cerrar de ojos- todo cambia a “¡Ah no, si soy tan encachá poh! ¡De onde saliste!/ “Ya, cabréate, abúrrete, desaparece, vira, no te quiero, cállate!”, rematando todo en una sarcásticamente descarada cita a “Yo la quería”, de los Electrodomésticos.

Hay versiones remozadas tanto de poesía como de música, en un esfuerzo por presentar un espectáculo completo. Se trata de un grupo de muy buenos músicos (Claudio Espinoza, guitarra; Christian Bravo, bajo; Juan Pablo Rojas, batería; y Amaru Parra, percusión), con una vitalidad a toda prueba, junto a un recitador de buen manejo vocal (Gonzalo Henríquez, hermano de Álvaro, el de Los Tres), quien conduce la instancia con fusta de jinete.

Genial es la adaptación de “Tuvo que ser tocado en Jukebox”, de Allen Ginsberg, el que se transforma en un himno a la conspiración. “Cerrado con llave” es un trabajo que, aunque algo agobiante, ha logrado merecida fama.

 

El grupo se ha seguido potenciando y, claramente, se han potenciado. El año 2011 grabaron un notable disco junto al poeta Raúl Zurita, en el que –al contrario de “Cerrado con llave”- no había ironía, sino que crudeza, desahogo, misería humana, redención.

Bajo el nombre de “Desiertos de amor” (y bajo el sello JC Sáez), el disco es un diario de vida tortuoso. Zurita retrata las experiencias vividas por presos en dictadura, espíritus humillados por
situaciones penosas, ilustradas con versos dolientes.

La discografía de González y los Asistentes se completa con “Repite conmigo” (2003, Warner), disco que mezcla sarcasmo y crudeza, demostrando que –a todos sus méritos- la banda suma otra virtud: las ganas de sonar fresca y no detener el aprendizaje.

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