Desde el martes 20 de junio, la mítica revista contracultural Ajoblanco regresa al papel. Animadora de la construcción social y creativa en España desde los últimos años de la dictadura franquista, fue uno de los principales vehículos libertarios de los años 70 y 80.
Abordando temáticas variadas y nuevas como la creación colectiva, la experimentación con drogas, el debate político o la vida en comunidades, Ajoblanco fue crítica y descreída, aunque siempre sarcástica y con humor propio.
Nacida en Barcelona, supo dar cuenta de la ebullición sociocultural tanto en España como en Europa. Gracias al avance de la aldea global, llegó a hacer lo propio en América Latina a finales de los años 80, marcando el estilo de varias publicaciones regionales.
En dos períodos -entre los años 1974 y 1999- la revista corrió constantemente la frontera en torno a lo pensable del sistema social, político e histórico. A veces con debates densos y en otras con un desparpajo fresco.
Para sus seguidores, fue sinónimo de libertad, debate, apertura de mente y tolerancia, ocupando un lugar emblemático en la memoria cultural de varias generaciones.
A lo largo de casi tres décadas y desde el final de la dictadura franquista hasta justo antes del cambio de siglo, la revista fue una especie de observatorio crítico sobre la vida pública española, algo así como un lugar para disentir de las imposiciones de cada época. El libro «Los 70 a destAJO» refleja profundamente ese intenso caminar.
En su regreso, Ajoblanco observa los nuevos tiempos con la misma mirada atenta que antes. Aunque con más años, Pepe Ribas -su inquieto creador y director- entiende que los regresos no sirven de nada si no hay renovación. Por eso habla de re-volver. Es decir, volver a generar vitalidad.
Si bien la fuente energética sigue siendo la misma, con fuertes componentes como la fraternidad y el compartir libertades, la nueva hora de la revista pone especial cuidado en las relaciones inter-generacionales, en el uso de la tecnología combinada con los contactos reales y en el entendimiento de que no hay futuro si no se cultiva la memoria.
Con 132 páginas y una tirada de 50.000 ejemplares, la nueva AJO recoge los textos de noventa colaboradores con una perioricidad cuatrimestral.
Tras 17 años de ausencia, el espíritu se re-potencia: surge en el papel gracias al aporte de más de mil colaboradores en un sistema de crowdfounding; cuenta con un lugar físico -el Espacio Ajoblanco, con sede en Barcelona- en el que se efectúan exposiciones, encuentros y talleres; y tiene un activo sitio web, en el que se informa constantemente de las actividades.
No cabe duda, Ajoblanco sí que re-vuelve.
¿Qué es para ti Ajoblanco, Pepe?
– Es una memoria viva. De hecho, con todo el archivo de la revista hemos creado un laboratorio de memoria, con el que estamos rescatando a muchas personas que han hecho cosas importantes para el desarrollo sociocultural de España. A eso hemos sumado la creación de un centro cultural “en blanco”, para poderlo llenar de cosas nuevas.
Nuestro nombre tiene mucho prestigio y no podemos defraudar. Hoy existe internet, las redes sociales, estamos desarrollando un proyecto que se basa en las nuevas estructuras, pero lo hemos tratado de hacer bien, con cuidado. Hay que entender bien cuáles son los espacios en los que hoy debemos movernos.
Es un aspecto que tú subrayas bastante en los tiempos actuales: conocer bien los espacios existentes…
– Sí, es un punto clave. Hoy gracias a internet es posible la circulación de la información, compartir contenidos, pero me parece que hacen falta los encuentros personales, el debatir cara a cara, conocer a los otros. Ese es un espacio que le dio mucha riqueza a la revista y me parece que debe convivir con los tiempos actuales.
Otro punto que tú siempre has destacado es la relación inter-generacional…
– Sí, me parece que el mundo no es de los jóvenes, no es de los adultos, no es de los mayores, es un poco de todos. Las personas que tienen experiencia deben estar comunicadas con quienes que no la tienen tanto y deben generarse instancias de diálogos, que nadie mande, que se converse, que se intercambien ideas…
En ese sentido, pareciera que el espíritu de Ajoblanco es que “no hay mejor poder que el de las ideas”…
– Es un ámbito complejo. La sociedad en España, por ejemplo, vive una crisis de ideas a la que no ha podido darle una vuelta. Surgen referentes, surgen figuras, pero todo aún está en evolución. Incluso muchas de ellas me suenan a discursos de salón, con muy poca calle, muy poca realidad. Los debates que he visto no me convencen.
Yo siempre he sido muy intuitivo y capto muy bien de dónde vienen las palabras. España hoy me parece desorientada y con pocas personas capaces de aportar con ideas basadas en la realidad. Hay una inercia en la que sobran políticos, sobran administraciones y lo que hace falta es evolución cultural y educativa, además de una economía productiva.
Por eso es muy importante eso del poder de las ideas. En la revista cuando se llegaba un momento en el que las cosas parecían asentarse, yo planteaba ir por más, salir a buscar cosas nuevas. Gracias a eso, muchos de nuestros colaboradores dejaban de hacerlo porque iban descubriendo en ellos –ya sean artistas o pensadores- que había una obra que realizar, lo cual era impresionante.
Una instancia que sea capaz de generar eso sí que es poderosa. Ajoblanco ha sido un laboratorio del que han salido muchísimos artistas, creadores, fotógrafos, escritores o directores de cine…
¿Sientes que ese es el mayor mérito de la revista?
– Sí. Y el habernos metido siempre en la realidad para contarla tal como la vimos, sin disfrazarla de ideología. Proponíamos un intenso valor libertario y eso nos permitía conversar con intelectuales de derechas y de izquierdas, desde Javier Marías hasta Eugenio Trías. Nunca nos casamos con nadie y estuvimos en todas partes. Nunca nos vendimos.
¿Cómo es vivir con el sentimiento de haber generado ese tipo de dinámicas?
– Mira, es algo importante, pero no es que lo esté pensando a cada rato. Debo estar atento a los permanentes boicots que me hace el poder. El poder no me soporta. Para mí no hay fuerza más importante que la fraternidad y el compartir libertades.
¿Dónde está la contracultura hoy?
– Siempre está en la calle, en esas personas que no buscan el éxito, que no buscan los medios de comunicación, que no se diluyen en la masa. Hay muchas cosas que no se saben de ellas, porque no intervienen en los escenarios tradicionales. Hay que salir a buscarlas.
En ese sentido, resulta muy interesante el libro que escribiste mientras se cerraba la revista a fines de los 90, llamado “Los 70 a destAJO”, en el que cuentas la historia de la publicación y la de la sociedad española con una mirada muy coral…
– Bueno, me tomó siete años terminarlo, fue muy difícil hacerlo. Lo abordé desde el ayer, quería recuperar lo que supimos, de la forma en que lo supinos y cuando lo supimos.
Me fui a escribirlo a mi casa en el campo y me armé de periódicos, revistas, libros y la música de la época. Me transporté a esos años, con todo mis archivos.
A eso le sumé conversaciones con casi 300 personas que escribieron alguna vez a la revista dándonos sus opiniones, ideas o comentarios de la realidad. A través de las direcciones que venían en las cartas los ubiqué gracias a las guías de teléfonos y los llamé para conversar de esos años.
Era muy gracioso. Generalmente los ubicaba a las 10 de la noche y se quedaban muy sorprendidos cuando les decía quién era y para qué quería hablar con ellos o ellas. Pero todos tuvieron muy buena predisposición.
Los llamaba luego en un mes más y después al subsiguiente. Y es que me quedé muy sorprendido con el funcionamiento de la memoria, que es muy traicionera: los recuerdos van saliendo desde muchas capas y hay que estarlos comprobando.
Entrevisté también a muchos artistas que protagonizaron la construcción libertaria de la movida cultural de esos años, tenía apuntadas las conversaciones de los consejos de redacción, en fin. Tuve mucho material.
¿Cómo fue la reacción del público y la crítica?
– Mucha sorpresa. El poder se quedó horrorizado y a la academia no le gustó, no podían creer tanta memoria. Es un libro que ha sido muy reivindicado por la gente, por las personas. En muchos sentidos, es el único libro que habla de esos años en España.
Ahora, además de los proyectos con Ajoblanco, preparas un libro nuevo, esta vez de los años 80…
– Sí, se va a llamar “Los 80 al carAJO”. No va a ser coral, lo básico está en mis diarios de ese tiempo, se trata de una época entre los dos períodos de la revista y pasan cosas muy interesantes. Eso sí, va a ser un libro más personal.
España y América Latina, desde el shock hasta la vitalidad
Desde mediados de los 90 ustedes comenzaron a advertir lo que se venía en España, especialmente a través de sus editoriales. Ahí denunciaban –entre muchos otros fenómenos- instituciones sin credibilidad y partidos políticos desconectados de la gente. ¿Por qué crees que no fueron escuchados?
– Porque el poder aún contaba con recursos para distribuir dinero. Durante mucho tiempo -como no se hizo la transformación que se debió haber hecho- se inundó de mucho dinero público a las empresas, la cultura y los medios de comunicación, generándose una burbuja que, a finales de la década pasada, acabo en burbuja inmbobiliaria.
Pero quienes vivíamos en la realidad, entendíamos que ese modelo era inviable en el mediano plazo.
Un país debe contar con una economía productiva, no es posible que todo sea sólo economía especulativa. La formación profesional no le interesaba a nadie, transformar la economía tampoco.
Lenta pero claramente España cambió en su conversación desde «qué libro lees» a «qué marca llevas». Así, entonces, se veía venir que esa mirada superficial a la realidad, esa cultura hedonista, no tenía un buen final.
¿El hito mayor de este shock es cuando termina la burbuja inmobiliaria, no?
– Bueno, todo se hace más notorio el año 2007, con la crisis financiera internacional y los bancos que dejan de prestar dinero. Piensa que en España todo el mundo vivía del crédito.
Las personas no llegaban con su presupuesto natural al fin de mes, entonces se pedían un crédito. Era algo normal y cotidiano. Tanto para el consumo diario, como para viajar o comprarse casas. Hasta que eso se rompió.
¿Y cómo se relaciona todo esto con el fin de Ajoblanco?
– Por una parte, en el mundo de los posibles lectores, en lo que podía esperarse como relevos generacionales, nos encontramos con que estaban muy metidos en este mundo hedonista, en el que las drogas de diseño ocupaban un lugar muy preponderante.
Era una especie de reacción ante la impotencia de un sistema extraño y poco acogedor, se respiraba un intenso fracaso educativo, una constante frivolidad. No había gente joven capaz de seguir el itinerario intelectual y creativo que había surtido a la revista.
Por otra parte, a finales de los 90 quiero dedicarme a terminar un libro que me sentía muy comprometido a terminar y, ante ello, se decide generar una especie de relevo periodístico, con gente joven a cargo de la revista. Pero no resultó.
Esos años de hedonismo social generaron un clima muy complejo para la revista, tanto conceptual como periodísticamente, lo que redundó de manera obvia en una crítica situación económica. Se nos produjo un agujero de dinero que había que cerrar.
¿Y con el paso de los años qué significado ves hoy en las izquierdas y en las derechas?
– La verdad es que no existen y no hay diferencias entre ambas. La gran diferencia hoy en el mundo es entre las personas que aceptan la pluralidad y quienes no. En ese sentido, hay pugnas entre conservadores y liberales.
Lo cierto es que me declaro en permanente observación, soy un escéptico. Aún no se afecta al poder cultural, no se ve aún una transformación en ese sentido.
¿Finalmente, cómo observas América Latina, Pepe?
– Siempre es un mundo de mucha riqueza, muy diverso, muy plural. Están las grandes metrópolis y están todas las pulsaciones de la cultura indígena, hay muchas formas de vida, siento que el cine está en un momento muy alto, en la literatura hay muchas voces atractivas y existe mucho trabajo documental de gran profundidad.
Me parece que es un momento de la cultura latinoamericana muy intenso, pero con muy poco acceso a medios económicos. Es un karma, pero se pueden hacer cosas. De hecho, creo que la educación está mucho mejor en la región que en España.
¿Y de qué forma aprecias eso? Hay todo un debate sobre ese tema por estos lados…
– Es que veo llegar mucha gente de América Latina, veo cómo hablan, cómo corrigen, cómo editan, cómo escriben, cómo hacen fotos, cómo miran. Claramente, están más vivos.