Rudy Wiedmaier, cantautor chileno que cumple 35 años de carrera: “Me cansé de mendigar unos pesos para crear”

A pesar de disfrutar de su perfil bajo, la carrera de este cantautor chileno tiene marcas indelebles: su primer éxito (“Catalina”) fue una sacudida total a la mirada estereotipada de la chica “lana” y “artesa” de los años 80. El tema formó parte de un compilatorio de Canto Nuevo editado por el mítico sello Alerce y con eso se granjeó un camino propio.

En los 90 cultiva un sonido electrónico con espíritu de Canto Nuevo, con el que plasma discos realmente notables como “Amor grisú” (1989) y “Los ghettos matan” (1991). En los años 2000 homenajea al insigne poeta nacional Jorge Teillier, musicalizando varios de sus poemas en “Hotel Tellier” (2005) y “Los trenes de la noche” (2007), haciendo lo propio con otro poeta chileno (Ricardo Nanjarí) el año 2005.

 

Dedicado hoy a su oficio de luthier (armador y reparador de instrumentos), vive fuera del mundanal ruido capitalino, dinámica que sólo rompe cuando decide aparecerse por la comarca, regalando siempre talento y calidad artística. El día viernes 25 de agosto es uno de esos momentos, con un componente especial: celebra 35 años de carrera, considerando la publicación de su primer disco el año 1982: «Impresiones personales».

Gracias a ese trabajo logra posicionarse como uno de los artistas más talentosos de los años 80, pero en él vive una opción constante y consistente por elegir el camino del lobo solitario. Quizás por eso, aunque pareció que iba a ocurrir, no llegó a ser el más conocido.

Wiedmaier es un ejemplo de esos artistas intensos, que optan por sus ritmos y no por los que quieren imponer los otros.

Cuando se sintió incómodo con las etiquetas, decidió sacudirse de ellas y al momento en que su generación hacía trova él empezó a ponerle enchufes a sus instrumentos y dio un paso hacia una música más cercana al pop en su sonido melódico, pero nunca olvidando una postura lírica propia, bien desarrollada, con absoluta marca de fábrica.

Y cuando muchos empezaron a sentirse cómodos con ciertas estructuras que se imponen en los años de la recuperación democrática, el músico opta definitivamente por otra vía y se descuelga de todo acomodo. Y así llega a los 35 años de carrera: libre, sin prejuicios, sin temores.

Suele pasar en los artistas que no siempre la obra que adquiere mayor notoriedad es también la que más les gusta a ellos. ¿Se puede decir que pasa un poco eso contigo y la canción «Catalina», de tu primer disco y que -gracias a la participación en el programa de TV «Chilenazo»- logra hacerse conocida en los años de la dictadura?

– Si, en ocasiones ocurre lo que señalas porque el artista va en un camino evolutivo -no todos, claro está- y, a veces, es el mismo público el que no te permite cambiar y se queda aferrado a una canción, una etapa o un sonido.

Para mí, el único camino posible para un artista profundo es auto-hakearse permanentemente, de lo contrario, cae en un pantano que lo traga y del que no se regresa. La canción «Catalina» es la pequeña obra de un casi niño -tenía 17 años cuando la escribí- y es un primer balbuceo en un tono algo irónico.

Lo que no me gusta de esas primeras canciones es ese tono como «de viejo chico» de instalar sentencias y certezas. Después me llené de dudas al crecer y eso fue doloroso, pero muy estimulante a la vez en términos creativos. En la duda y el fracaso hay un material mucho más potente para construir una poética genuina.

La famosa canción tuvo impacto no tanto por la televisión, como planteas, ya que me echaron al saco en el programa y me eliminaron siendo que todo el público del teatro estaba conmigo. El reconocimiento vino porque el programa «Hecho en Chile» de radio Galaxia, que conducía Sergio «Pirincho» Cárcamo. Él apoyó y difundió mucho mi trabajo y el de toda una generación de músicos nacionales. Le debemos mucho a «Pirincho».

También, y siendo no tan autocrítico, supongo que la canción retrató un momento e identificó a mucha gente. De alguna manera anticipó lo que ocurriría políticamente después al llegar la democracia: los «Catalinas», los oportunistas, se tomaron los puestos de poder, empezaron a negociar con los fachos y a decidir por todos nosotros, sin preguntarle a nadie.

Si bien la estructura general de tu primer disco podría ubicarse en lo que en ese tiempo se llamó Canto Nuevo, hay canciones como «Y vivía cerca» o “Sobrevivientes” en que las estructuras son más cercanas a una búsqueda de lo que se conoció luego como el “primer rock argentino”, tipo Juan Carlos Baglietto…

– Es verdad. A mí nunca me gustó ni me gusta la canción protesta tan obvia. Me carga esa forma grandilocuente y algo lírica para cantar de la Nueva Canción Chilena, por ejemplo. La encuentro falsa. Me da la sensación de que se actúa la emoción y no que se la vive al cantar. Es una técnica vocal y una emoción también impostada. Nunca he escuchado Nueva Canción Chilena, así de poner un disco en mi casa, por ejemplo.

Lo de Baglietto es cierto. Desde muy pequeño escuché rock argentino, música argentina. Vivía en Los Andes, zona fronteriza con Argentina, así que mis primeras audiciones son de radios trasandinas. A los siete u ocho años de edad escuché a muchos de los grupos de fines de los 60, inicios de los 70, partiendo por Almendra, Los Gatos, Manal, Pintura Fresca, Donald etc… De todo tipo.

Digamos que soy más onda hippie, más del rock y la música ciudadana, barriobajera. También me gusta el tango, la música ribereña, pero no el lamento ni el lloriqueo. Y del folklore lo que me gusta es lo interesante de sus ritmos y la posibilidad de pintar con una paleta amplia de colores.

Aunque tú mismo has reconocido gustos y preferencias por agrupaciones como Kansas, Yes o Spandau Ballet, lo cierto es que discos tuyos como “Amor grisú” o “Los ghettos matan” te ubican en eso que te comentaba antes: una “onda argentina”. Por lo demás, eres un reconocido admirador de Spinetta. ¿Compartes la idea?

– Sí. Me gusta mucha música distinta y encuentro que en cada época hay cosas magníficas y otras horribles. Eso sí que en los 70 es difícil encontrar las horribles, pero en los 80 me gustan mucho más grupos como Swing out Sisters o Level 42 que Spandau Ballet. Y un grupo como Erasure, por ejemplo, me parece muy malo.

Digamos que la inspiración poderosa la encuentro en Luis Alberto Spinetta y de ahí traté de cultivarla.No sólo en lo musical -la expansión de la armonía y el uso innovador de los acordes, por ejemplo- sino que también en el surrealismo de las letras, la actitud de autodesafiarse y empujarse uno mismo a la búsqueda siempre, no conformarse. Y sobre todo, algo insobornable: la ética. Un modelo ético para cruzar por el mundo y por este negocio que no es de los más limpios, te lo aseguro.

Otra línea de trabajo en tus discos ha sido musicalizar poetas, como es el caso de Ricardo Nanjarí y Jorge Teillier. ¿Cómo surge ese interés y cómo calificas la experiencia?

– Lo de musicalizar a Teillier apareció de un día para otro y fue un manantial que no cesó. Claramente fue mágico, una de las cosas lindas de la vida. Se trata de un regalo haber compartido esa experiencia en un par de charlas con Spinetta precisamente, acerca de Teillier, y regalarle esos discos.

Luis estaba interesado en su poesía y le comenté que me parecía que había una relación entre la poética de algunos escritos teillieranos y su disco «Los niños que escriben en el cielo».

Así que, qué más puedo decir: he sido muy afortunado de contar con dos gigantes de luz en mi cabecera como creador. Y ambos tenían algo de “niños brillantes” en su personalidades. A Teillier no lo conocí personalmente, pero veo ese niño asomar a través de sus escritos.

La experiencia de musicalizar la poesía de Nanjarí también fue bonita, intensa, desafiante. Hicimos varias cosas juntos. Somos amigos. Lamentablemente, siempre dependiendo del apoyo de la empresa privada y con muy pocos recursos. Es una lata andar mendigando unos pesos siempre para crear. La verdad es que hace rato me cansé de eso.

 

Y hablando desde una perspectiva «evaluadora», ¿cómo calificarías tu discografía desde “Impresiones personales” (1982) hasta “Los trenes de la noche” (2007)?

– Irregular. Pero es una bitácora honesta del viaje de un niño que comienza a componer canciones y se va transformando en un hombre a medida que cruza por la vida, sus diferentes etapas, amores, dolores, certezas, derrumbes, traiciones, alegrías, errores, aciertos. Todo junto.

Y en lo que concierne al sonido, los arreglos musicales, la parte técnica, bueno también hay diferencias marcadas. Sobre eso tengo un dicho: «Cada uno es digno de merecer una canción sublime y una desafortunada».

Aún así, pienso que como totalidades, los discos mejor logrados son «Hotel Teillier» ( 2004 ), «Los trenes de la noche» ( 2006 ) y «Emporio» ( 1999 ), al que le faltó trabajo tecnológico, pero creo que contiene una colección poderosa de canciones en estilos muy variados.

Estaba cruzando el desierto por un abandono de un amor en esa época así, que tiene un valor especial para mí. Pude terminarlo, editarlo y no me fui al fondo del río que era la otra alternativa. Ese disco me salvó de alguna manera.

Desde comienzos de los 80 se te sitúa como uno de los destacados del movimiento Canto Nuevo e –incluso- con la canción “Catalina” sonando en la TV y en la radio se pudo pensar que las cosas para tí se iban a dar por ese camino de “reconocimiento». Como en la línea de lo que resultaron ser Óscar Andrade o Fernando Ubiergo, por ejemplo. ¿Fueron sólo impresiones desde afuera? ¿O elegiste un camino distinto al que se te ofreció?

– Ocurrió que evolucioné y no estuve dispuesto a seguir cantando lo mismo: es decir la “Catalina 2.0”. No hay que olvidar algo importante: tanto Óscar como Fernando tenían un espacio en los medios, en plena dictadura, que a muchos otros músicos se nos negó. No sé bien por qué.

Tampoco era tan militante, de hecho nunca he militado en un partido. Pero soy gritón, no en el sentido de hablar públicamente de lo que no se debe, sino más bien en el sentido de que cuando algo me molesta -una injusticia, por ejemplo- lo planteo de frente, sin pensar en las consecuencias. Y eso, en un país hipocritón como Chile no es precisamente una ventaja.

 

En tus comentarios en redes sociales, por ejemplo, es posible apreciar tu mirada crítica hacia la manera en que la sociedad y la política tratan el arte en Chile, especialmente tras el regreso a la democracia. ¿Llegó «la alegría» para la cultura en el país?

– La alegría está en uno y esperarla por decreto es una estupidez. Como eslogan de campaña funcionó, pero no era algo verdadero. La realidad es mucho más compleja. Ahora el tema es ¿puedo ser feliz si a mi lado hay gente sufriendo?.Claramente, el sector más rico de este país puede perfectamente o cree ser feliz. Aunque a mi parecer, viven una vida envilecida por la avaricia y el egoísmo.

Negar que ha habido cambios importantes en el Chile post dictadura sería ser necio, pero veníamos de la ciénaga así es que mucho margen de comparación a favor no hay. En eso discrepo permanentemente con mis amigos de la Nueva Mayoría: su autoindulgencia me exaspera. A ratos creo que no ven el país real, no lo conocen: el de los reponedores de supermercados, las temporeras, los músicos callejeros, los jubilados, el país del sueldo mínimo de 220 lucas.

Lo más grave es la descomposición social, la corrupción política, el abuso de poder y la explotación desbocada de los grandes grupos económicos, ejercida con total impunidad -y digámoslo claramente- sobornando a la clase política de todos los sectores. Porque son todos y que no se hagan los huevones, porque las pruebas están a la vista. Eso duele. Sobre todo por los que dieron la vida por un futuro diferente.

Y en lo que concierne a la cultura, bueno ahí están los resultados de años y años de una televisión de pésima calidad, radios con música de mierda, farándula y los valores del retail imperando. En resumen, el «libre mercado cultural» arroja claros resultados: una generación de flaites con y sin 4×4 y una gran mayoría de la población que no entiende ni las instrucciones del shampoo. Lo siento, nena, perdimos, aunque nos duela.

Pero siempre hay un mañana y razones nobles del porqué luchar, nunca hay que dejarse caer en las garras de la desesperanza. Aunque suene melodramático, soy un hombre de fe. Si no, ¿cómo te explicai que un huevón siga escribiendo canciones si no lo tocan en ninguna parte?. La respuesta es sencilla: porque no son canciones, son oraciones. Alguien tiene que rezar por todo lo horrible que acontece en el mundo segundo a segundo.

Por lo mismo, ha pasado una década sin que saques un disco nuevo y por lo que dices eso no significa que dejes de componer, de seguir creando. ¿Qué se puede decir o comentar de tu próximo disco?

– Para mí,  y supongo que para cualquiera que pase los cincuenta años de edad, las décadas se parecen cada vez más a los años. Lo relativo del tiempo. No tengo ansiedad por publicar, ni en lo que se refiere a mi música ni a mi literatura. Sin duda, tengo otras ansiedades mucho mas mundanas, pero no las revelaré.

Las que si puedo revelar es dejar todo lo legal dispuesto para que mis tres hijos -una vez que yo no esté en este sistema solar- reciban lo que les correponde en partes iguales por el esfuerzo, sangre, sudor y lágrimas que vivió su padre y que imprimió en su vida y obra. Así es que, al primer gil que se quiera pasar de listo, lo vendré a arrastrar de las patas al primer intento de robo. Lo mío es de mi hija y mis hijos -Aurora, Facundo y Manuel- y de nadie más.

Me preguntas por los planes futuros para mi carrera ysólo te puedo decir una cosa: mi verdadero futuro es mi pasado. En los ojos de mis hijos viven los antepasados de mi familia y de las familias de sus madres: las mujeres que amé y que me honraron con su amor.

Hablemos de la música actual en Chile, ¿cómo observas ese movimiento en el país?

– Me gusta mucho lo que pasa musicalmente en Chile. La diversidad de estilos y generaciones. Suelo viajar con alguna frecuencia por Chile y me gusta lo que veo. Lo que no me gusta tanto es ver que se repiten los mismos problemas: falta de difusión y amor por lo propio, falta de respeto y valoración por el oficio del artista, los apitutados de siempre.

La televisión y la radio viven en apatía total con nuestros músicos. La cultura del «concurso» campea por todos lados. Te ganaste el Fondart, tu familia y tú comen en el invierno. No te lo ganaste y «cagaste, te mandó saludos», como dice el dicho. ¿ Quién puede construir un proyecto serio laboral en el arte a base de un concurso ? Por favor…es un mal chiste.

¿Cómo estás organizando estos 35 años de carrera, Rudy? Y junto a eso reitero la pregunta en torno a cómo observas el futuro artístico para tí…

– Me preparo a celebrar con mis amigos, mis leales compañeros de batalla: Mono en órbita, René Campos Tihista, Fernando Wilton y Joaquín Murieta, entre varios otros. Mis hermanos de ruta que han estado en las malas y en las buenas. Son 35 años y parece que hubiera iniciado el viaje ayer solamente. La vida es tan breve y me siento en un momento maravilloso: criando a mis hijos, tratando de hacer familia día tras día con mi mujer, con sus altibajos por supuesto, pero persistiendo, dedicado a la música y a mi oficio de luthería en el que cada día aprendo algo nuevo.

Vivo lejos de Santiago, disfrutando de ritmos mas lentos de vida, de un aire de montaña que baja a ciertas horas. Cuando se te muere tu mejor amigo a los 49 años, como me ocurrió a mí, es tan duro que te hace replantearte muchas cosas. Mi viejita partió hace poco, el 22 de noviembre pasado, Día de la Música curiosamente. Y se inició un proceso muy profundo en mi, de valorar lo que tengo y disfrutarlo a toda intensidad, ya que uno no sabe cuando se puede terminar abruptamente.

Por eso, tratando de estar en paz con aquello es que no me desvelan cosas como la búsqueda de la fama y «el inútil premio de la posteridad». Como dice un verso de un tema que escribí hace un tiempo y que se llama «Vendrán los días» y, como preguntas por el futuro, cito textual: «Un cantautor de culto envejeció esperando el gran reconocimiento/ menos mal que se dio cuenta a tiempo que el premio de consuelo era mejor»…

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