(Desde Buenos Aires, Argentina) Han pasado cuarenta años pero, la verdad, es como si hubiera sido ayer. Todos los argentinos que vivimos aquel inolvidable (en todo sentido) Mundial de 1978, tenemos grabadas imágenes que son imborrables.
¿Fueron usados políticamente los futbolistas del plantel argentino? ¿Cuánto sabían ellos exactamente de lo que pasaba en el país? ¿Cómo era la relación de un hombre reconocidamente de izquierda como Menotti con la junta militar? ¿Estuvo arreglado el partido ante Perú en la ciudad de Rosario?
El 24 de marzo de 1976, los militares Jorge Rafael Videla (Ejército), Emilio Eduardo Massera (Armada) y Orlando Ramón Agosti (Fuerza Aérea) asaltan el poder en Argentina, derrocando y dando fin al penoso gobierno de Isabel Perón.
Una de las primeras medidas que toma la Junta Militar ese día (en el que se suspende todo tipo de actividades de recreación, como cines y teatros) es la de permitir la emisión en directo del amistoso que la selección argentina de fútbol iba a disputar en la ciudad polaca de Chorzow, ante su símil local.
Queda así muy claro cómo iba darse la íntima relación de los uniformados con el fútbol. Pocos días más tarde, Argentina se confirma como sede del mundial de 1978 y -a partir de allí- comienzan las obras en los estadios, la remodelación de hoteles y la instalación de una gran sala de prensa. Todo a cargo del EAM 78 (Ente Autárquico Mundial 78), dirigido por un militar de grandes vinculaciones con la Fifa como Carlos Alberto Lacoste.
En lo eminentemente futbolístico, César Luis Menotti era el técnico desde octubre de 1974. Un hombre de firmes convicciones, que profesionaliza al seleccionado argentino. Antes de su exitoso ciclo, para cualquier futbolista resulta una carga ser convocado para el equipo nacional, pero desde allí todos quieren estar. De a poco, con un paciente trabajo, el DT moldea un estilo de pelota bien tratada y juego colectivo.
Su proceso no está exento de polémicas, por cierto, sobre todo con una parte de la prensa que quería ver a más futbolistas de Boca Juniors (campeón local y de la Copa Libertadores, de la mano de Juan Carlos Lorenzo); a Vicente Pernía por Jorge Olguín como lateral derecho; y a Juan José López por Osvaldo Ardiles como volante por el mismo sector. Menotti desoye siempre esas presiones mediáticas.
A pocos días del inicio del torneo mundial, el entrenador desafecta a tres jugadores del plantel: el lateral Víctor Bottaniz, el centro delantero Humberto Bravo y a un jovencito, que se desempeñaba como número 10, de apenas 17 años, un tal Diego Armando Maradona. Quien llega a convertirse con el tiempo en el astro máximo del balompié argentino dice que nunca le va a perdonar esa decisión a Menotti.
Mientras, la gran mayoría de los medios de comunicación sigue el desarrollo del Mundial desde una posición de apoyo hacia los actos del gobierno, sobre todo aquellos de Editorial Atlántida, la más importante del país, con publicaciones de gran tiraje como Gente, Para Ti y, sobre todo, El Gráfico, la revista de fútbol emblemática de Argentina y también en el cono sur de América Latina.
Una muestra de esa actitud fue la tristemente célebre carta fraguada por un periodista de la publicación deportiva. En el número 3062 del 13 de junio de 1978, bajo el título “Carta a mi hija”, se leen unas supuestas líneas que el capitán holandés Ruud Krol le escribe a su hija. Luego se sabe que había sido todo un invento para desmitificar la “campaña anti argentina”, que según el gobierno militar, se propaga por toda Europa.
En la penosa misiva, Krol le decía a su hija -entre otras cosas- “no te asustes si ves algunas fotos de la concentración donde está papá con soldaditos de verde al lado nuestro. Ellos son nuestros amigos, nos cuidan y nos protegen”. La mentira continuaba con algo aberrante: “Sonríe, pronto estaremos juntos. No tengas miedo que papá está bien con un batallón de soldaditos que lo cuida, lo protege y que de sus fusiles se disparan flores”. Sin comentarios.
Se acerca el 1 de junio, día de la inauguración y los militares ya tienen todo listo: prolijidad, orden y nada de alteraciones para que el Mundial resulte una fiesta. Sin embargo, hacía más de dos años ya que se llevaba a cabo un intenso genocidio, el mayor de la historia argentina, con 30.000 desaparecidos, muchos de los cuales pasan su cautiverio y últimas horas de vida a escasos metros del epicentro de la “fiesta”.
Pasa que el estadio Monumental de River Plate se encuentra distante sólo cinco cuadras de la Esma, el mayor centro clandestino de torturas del “Proceso”, como se conoce en Argentina el período de la dictadura militar. Algunos de los afortunados sobrevivientes han manifestado que se escuchaban perfectamente los goles que se gritaban en el estadio desde sus lugares de detención.
Fue en esa cancha, precisamente, en la que Argentina inicia su camino hacia la final con dos angustiosos triunfos por 2 a 1 frente a Hungría y Francia. En el último partido del grupo, cae con Italia 1 a 0 y ese resultado determina que la “azurra” gane la zona y siguiese jugando en Buenos Aires en la siguiente fase, mientras que el local debe ir a Rosario.
El cambio de aire le hace bien al equipo -en general- y a Mario Kempes, en particular. El goleador y fugura de la selección argentina vuelve así al recinto de Rosario Central, equipo en el que había jugado antes de emigrar a España y donde había marcado más de cien goles en dos años y medio. El césped rosarino le refresca la memoria y con dos tantos suyos, se le gana a Polonia por 2 a 0.
Luego sobreviene un empate 0 a 0 con Brasil y se llega a la jornada final del grupo. Brasil con Polonia y Argentina ante Perú. El cuadro de Rivelinho se impone por 3 a 1 y con ese marcador, el equipo local debe lograr una diferencia de cuatro goles para disputar el primer lugar.
Los primeros minutos fueron para Perú, que desperdicia dos claras situaciones de gol, pero luego Argentina fue una tromba, con una catarata de goles que llegan hasta seis. A partir de allí, surge la leyenda. ¿Fue lícito el partido? ¿Argentina con toda la motivación le podía hacer cuatro goles como local a un rival ya eliminado?
Mucho se ha hablado y opinado, a favor y en contra. Objetivamente, el equipo argentino estaba unos escalones arriba de Perú, más teniendo en cuenta que ellos no jugaban por nada. Pero también resulta muy posible que los dueños del poder, que fueron capaces de hacer tantas aberraciones, no les temblara la mano para arreglar un partido de fútbol.
La final con Holanda, en tanto, se desarrolla con fuerte suspenso: 1-1 en los 90 minutos reglamentarios, con un tiro de Rensenbrink en el poste derecho del arquero argentino Fillol a instantes del final. En el alargue, Argentina es superior, demostrándolo en la red.
Desde el pitazo final del árbitro italiano Sergio Gonella, las imágenes son conocidas y repetidas hasta el cansancio: Videla entregándole la copa a Passarella, un racimo de futbolistas albiceletes alzando al unísono el trofeo, la vuelta olímpica, los papelitos que caen y caen desde las graderías.
En ese momento, en las calles se desataba una fiesta auténtica: la de la gran mayoría del pueblo futbolero que no sabía –o no quería saber- lo que pasaba en su país y que veía -al fin- concretado el viejo anhelo de ser campeón del mundo.
El tango es la música que identifica a Argentina y “Cambalache” es uno de sus mejores exponentes. En su letra se habla de cómo conviven en mismo espacio, muchas cosas disímiles.
A la distancia, el Mundial `78 resulta ser un triste cambalache, en el que se mezclan la gloria y el terror, Menotti y Videla, el silencioso reclamo de las madres de Plaza de Mayo con las desaforadas palabras de José María Muñoz, por entonces, el relator de fútbol más conocido del país, quien no duda en apoyar a los militares, tapando con sus gritos de gol los aullidos de dolor de los torturados.
Lamentablemente, una parte de la sociedad argentina no aprendió la lección. Todavía hoy, si se hace una encuesta, muchos van a responder que con los militares se vivía mejor. Y, bueno, así es cómo nos va. Como canta León Gieco en su tema “La memoria”, el Mundial de Argentina 1978 fue “cuando el fútbol se lo comió todo”…