Con atmósferas complejas, un uso del lenguaje a veces simple y en otras un poco rebuscado, la galería de personajes que recorren «Interior con ceniza», del autor chileno Francisco Marín, deambulan siempre por orillas oscuras. No es un libro condescendiente con l@s lector@s, tampoco es una escritura hermética. Se trata casi de un paquete de regalo amable en su apariencia, pero duro en su mensaje.
Son doce relatos en el que los personajes enfrentan situaciones extremas en lo psicológico, que lentamente van derivando también en encierros sociales o morales. Son historias apremiantes y complejas, con personajes que observan su presente en la cornisa y en el que sus pasados tampoco generan recuerdos que permitan siquiera alienarse. O son como una suerte de paraísos absolutamente perdidos o son terrenos a los cuales no vale ni la pena volver.
Con toda esa vulnerabilidad de lo desconocido, no se deja de esperar que el futuro otorgue algo de esplendor. “La felicidad era un completo clarooscuro, donde inclinar la balanza hacia la claridad era un trabajo diario, de esfuerzo”, se lee en uno de los cuentos.
Varios de los textos logran una fluidez lingüística y conceptual que funciona de manera aceptable, sin convertirse –eso sí- en una prosa especialmente rica en imágenes literarias. Es decir, si bien la narración ostenta el mérito de desarrollar historias que avanzan conceptualmente, por lo general son especialmente lacónicas. A veces hasta telegráficas.
Relatos como “El Arriendo”, “El motociclista”, “(In)decisiones inoportunas”, “El junior” y el que le da el título al libro son de los que deben leerse sí o sí. No sólo porque constituyen la cosmovisión del libro, sino porque –además- hablan de una pluma jugada, que ha elegido un camino difícil y que da la pelea.
Por momentos las atmósferas complejas, las cavilaciones rápidas de los personajes o las acciones tan desprovistas de detalles recuerdan la narrativa de Raymond Carver, guardando –por cierto- todas las proporciones del caso. No se estará ante “Catedral”, pero a lo mejor tampoco se está tan lejos.
Por ello, quizás queden dando vueltas por ahí algunos datos que se sitúan muy sueltos o gratuitos en las historias o algunas escenas que no encuentran luego un giro adecuado, pero son accidentes que no determinan lo grato que se hace el recorrido.

El autor Francisco Marín.
Es perfectamente posible que un joven de Paine recuerde un verso de la poeta de culto argentina Alejandra Pizarnik, pero hay que reconocer que es un poco difícil en tiempos sin internet. O que la imagen de la dueña de la pensión donde vive un joven esté –sin una razón explicada- tan presente en él mientras busca conquistar a una atractiva colega.
Por un lado, puede perfectamente ser una opción del autor, pero -por otro- sería mejor que los círculos no sólo vayan quedando cerrados, sino que –por sobre todo- fortalezcan el transcurso, la credibilidad y la proyección del relato.
Con todo, “Interior con ceniza” es un libro provechoso, que funciona a la vez tanto como espejo y como laberinto, en una sociedad que hace cada vez más difícil ver ese incendio interno que consume las esperanzas.