Jazzista Ornette Coleman: Abriendo las puertas de la percepción

Aunque también es trompetista, violinista y compositor, la fama y el renombre le llegan al músico estadounidense Ornette Coleman a través del saxo. Con sonoridades distintas, complejas o a veces sencillamente guturales, el artista afroamericano va formando -de a poco- lo que constituye su innegable herencia al mundo sincopado: el free jazz.

Nace en Texas el 9 de marzo de 1930 con el nombre oficial de Randolph Denard Ornette Coleman y muere en junio de 2015, con 85 años cumplidos. Visita Chile en mayo del año 2009 y entrega en el Teatro Caupolicán un concierto de lujo, impecable. La leyenda de la armonía, el ritmo y la melodía, también deja en el escenario su aura mística.

Criado en una familia de esfuerzo, busca varios trabajos mientras aprende música. Uno de ellos es como ascensorista en un edificio con pocas visitas y entre el cielo y el suelo se dedica a estudiar la teoría musical del saxo, con un viejo instrumento regalado por su madre.

Obviamente tiene escasa posibilidad de percatarse de un detalle: el saxo con el que estudia tiene una afinación distinta a la habitual. En rigor, es un instrumento hecho de plástico y sus tonos tienen evidentes diferencias con los elaborados de metal original. Eso genera que durante algún tiempo muchos no le den espacios en los grupos del circuito jazzístico de su ciudad, porque maneja otros tonos de afinación.

Pero Coleman hace de ese defecto un efecto. Se convence de que el jazz puede dar un paso más en su evolución. Si su característica esencial es la síncopa, qué pasa si se le da más libertad, dejarle espacio al sonido. Y sus antiguas afinaciones «erróneas» sirven como aprendizaje para constituir un lenguaje nuevo. Una aproximación sonora menos estandarizada.

No por nada en «Free Jazz: A Collective Improvisation» -el disco que hace explotar la cabeza de los jazzistas en 1960- comienza con un enjambre de vientos que intempestiva y sorprendentemente atrapan, conquistan y convencen. Es su sexto álbum, el que la abre la puerta a la gloria.

Pero hay quienes apuntan una conspiración contra el legado de Coleman. La propuesta del saxofonista no siempre ha sido bien vista por la crítica y el academicismo. No por nada en algunos ámbitos se le llama «el anti jazz» y su nombre no siempre aparece en el panteón de los grandes de esta música.

De acuerdo al estándar del Great American Songbook (concepto que engloba las más conocidas composiciones de la cultura popular y del jazz estadounidense), el género se basa en composiciones que parten de un tema previamente escrito para ir dando lugar a solos instrumentales.

Coleman varía eso. Funde la propuesta instrumental sin una base rítmica y armónica rígida, dándole libertad absoluta a los músicos, por lo que pueden darse instancias de asonancia y estridencia que -de hecho- es el punto que más molesta a varios oídos estudiosos y doctos. El free jazz constituye para ellos “sólo un ruido”.

«A mí me parece muy sano que los músicos sean menos compositores y más improvisadores», dice Coleman en una de sus pocas entrevistas. «Siento que algo bueno sale de esa experiencia», recalca.

En el citado disco «Free Jazz: A Collective Improvisation» (que fortalece un largo «prontuario» de casi sesenta producciones), el músico ordena un doble cuarteto que suenan por separado en los canales estéreo del equipo reproductor. Ambas secciones rítmicas tocan simultáneamente y con una improvisación colectiva van tejiendo la grabación de riquísimos 37 minutos.

Músicos en la línea jugada de Coleman como John Coltrane y Peter Brötzmann se inspiran en esas nuevas búsquedas para crear «Ascension» (1966) y «Machine Gun» (1968), respectivamente. Como el escritor británico Aldous Huxley en 1954, Coleman seis años después abre «las puertas de la percepción». Ahí donde el escritor analiza y describe experiencias alucinógenas, puede decirse que el músico indaga y explora experiencias «jazzinógenas». En ambos casos se trata, sin duda, de un paso más allá a lo establecido, dejando que los sentidos se amplíen.

Tomado desde Youtube – Canal soroteca71

En uno de sus últimos discos, el «anti-jazzista» insiste en dejar un aporte. «New vocabulary», por ejemplo, subaraya en las dinámicas que hacen del free jazz un inexorable aire fresco, una especie de libertad de la música negra muchas veces edulcorada en un bien montado escenario blanco.

Jugado, honesto, propio, los intrincados recovecos por los que Coleman invita a seguirlo no siempre son transitados con comodidad. Su dejo intimista y crudo, a veces deja un sabor amargo. Pero se trata, en rigor, de un espíritu libre que nunca le tuvo miedo a la convenciones. Las respetó, pero también las puso a prueba y las desafió. «El jazz debería expresar más sentimientos de lo que ha hecho hasta ahora», dice.

Un paro cardíaco le pone fin al sincopado ritmo de Coleman. Si bien nace y vive en Texas, muere en Nueva York, ciudad en la que transcurre el período esencial de su carrera.

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