Por María Luz Crevoisier, desde Lima, Perú.
Vista desde el aire, Lima es una enorme planicie surcada por ríos y ambientada por múltiples construcciones. De vez en vez aparecen manchones verdes, a semejanza de lunares. En la antigüedad, la capital peruana fue sede de diversos señoríos territoriales como los ichma, organizaciones pre-incas que luego fueron absorbidas por el imperio con otros nombres.
Estas formas de ordenar el territorio se agruparon en los valles de los ríos Chillón, Lurín y Rímac, siendo precisamente este último (al que los conquistadores denominaron “Hablador”, por el fuerte sonido que producían sus aguas al chocar con las piedras), el que le dio el nombre al lugar.
En lengua yunga -una de las comunes en esta zona a la llegada de los españoles- el nombre del río sonaba Límac y por eso la capital del virreinato de América del Sur se bautiza como Lima, fundada el 18 de enero de 1532 , conocida también por el apelativo de la “Ciudad de los Reyes”.
Pero Lima ya no es ese verde valle en el que las siembras reventaban contentas. Tampoco la aristocrática villa colonial poblada con innumerables huertas, calles empedradas, casonas de zaguán y balcones cerrados, patios en los que burbujeaban pozos de agua clara o esquinas hechas para la leyenda, con historias de aparecidos y condenados.
Tampoco sigue siendo la de los conventos parlanchines o de las iglesias siempre llenas, prestas a relucir procesiones y sermones con olores a incienso y a velas derretidas. Ahora, entrando en la primera veintena del tercer milenio, se nos presenta como una gran megápolis, con diversidad de etnias que han transformado su rostro, para darle una auténtica personalidad mestiza.
Sin embargo, no podemos descuidar aquellas construcciones, calles y plazas que un día fueron emblemáticas, pues con ellas Lima ha ido adquiriendo el sello de ser nombrada como una de las capitales más hermosas de sudamérica. Y con esta actitud de rescate y valoración, se han presentado diversos autores, especialistas y aficionados que relatan la historia de estos restos del pasado, enmarcados en la llamada “Lima cuadrada”.
De los muchos autores que existentes pueden citarse, por ejemplo, a Ricardo Dávalos y Lissón, autor de “Lima de antaño”; José Gálvez con «Una Lima que se va”; Jorge Guillermo Leguía y su “Lima en el siglo XVIII”; Hernán Velarde y “Lima de antaño”; Manuel Atanasio Fuentes con “Apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres» y Ricardo Palma con «Tradiciones peruanas”. Están también los diez volúmenes de “Antología de Lima”, a cargo de Juan Browley y Luis Málaga.
Caso aparte es el de Juan Bronwley y Seminario, nacido en el Callao en 1894, quien publica en quince partes su manuscrito «Las viejas calles de Lima», los que fueron recopilados y editados por la municipalidad Metropolitana de Lima en noviembre del 2019. Se trata de una increíble mezcla de datos que hablan de antiguos rincones urbanos, añejas casonas y sus renombrados propietarios.
Pero ese interés por lo que fue la capital peruana no se ha detenido. Una limeña con abuelos que mucho tuvieron que ver con el esplendor de la ciudad antigua decide explorar el mágico espacio urbano de manera autónoma y autodidáctica. Desde el año 2005 Ana María Malachowski Rebagliati sube a la red fotografías de los lugares que fueron importantes en su época, unidas a historias referenciales.
Nieta del abogado y periodista Edgardo Rebagliati Martins, quien labora por una década en la revista “Mundial” y del ingeniero polaco Ricardo de Jaxa-Malachowski, responsable de las construcciones de los palacios Legislativo y Municipal, del Club de la Unión, el hotel Sheraton, la plaza Dos de Mayo y del Museo Nacional de la Cultura Peruana.
Ella misma es quien comparte en este diálogo el porqué de su afición por ser “rescatista del pasado» y compartir la experiencia en distintas plataformas de internet.
Esa búsqueda de identidad para conocer a tu abuelo materno, periodista y abogado Edgardo Rebagliati Martins, fue -según has contado- la piedra mágica para ir con tu encuentro hacia la Lima antigua. ¿Qué aprendiste de tu ilustre abuelo?
– Mi abuelo me enseña a amar la historia de mi país, a los personajes de ayer, a aquellos que la hacen viva hoy. Él escribe y tiene la suerte de conocer a algunos de ellos, porque -quizás- han sido sus maestros en el viejo colegio Guadalupe, en los claustros de la Universidad de San Marcos o -simplemente- porque Lima era tan pequeña que podía encontrarlos tomando un café o caminando por alguna de las viejas calles.
Mi abuelo me enseña que detrás de un personaje importante puede haber otro mucho más interesante, apasionante y -sin duda- en ciertos casos, hasta intrigante. Me enseña también a ver el periodismo de otra manera.
Y por el lado paterno también tienes el nexo con tu otro abuelo, el ingeniero polaco Ricardo de Jaxa-Malachowski, conocido como el «arquitecto de Lima», especialmente por sus importantes trabajos durante el oncenio presidencial de Augusto Leguía. ¿Qué aprendiste de ese artista del diseño?
– En rigor, siempre he estado ligada a la arquitectura por mi papá, quien también es arquitecto. De hecho, aprendo a leer los planos desde niña. Y con mi abuelo Ricardo, si bien lo llego a conocer poco, aprendo mucho también de la historia de Lima. La ciudad de antes y después del Centenario de la Independencia. Siempre me gusta leer lo que escribe de cómo es la ciudad cuando él llega por primera vez, en el ocaso de 1911: una urbe aldeana, polvorienta, de edificios pobres, la ciudad de los gallinazos que cubrían los cielos o descansaban en las sucias acequias; del tren eléctrico que en su recorrido del Callao a Lima sólo se ven chacras y campos de cultivo. En verdad, mis dos abuelos -cada uno en su mundo- me han enseñado a conocer el país como Lima y sus personajes. Mi abuelo Ricardo, aunque es polaco, llega a querer mucho al Perú.
Lima ya no es la capital señorial de las primeras décadas del siglo XX. Su constante y arrítmico crecimiento la sume en una globalización que le resta ese sello que le da personalidad. ¿Cómo pueden los alcaldes de los diferentes distritos preservar lo bello de sus construcciones más emblemáticas?
– El sello que hace diferente a Lima, es decir, sus balcones, están abandonados a su suerte. Aquellos balcones admirados por los viajeros que llegan a Lima en el amanecer de la República, de colores rojos o verde botella con sus celosías tan llenas de poesía y que tanto ama -por ejemplo- el catedrático liberal José Gálvez, es algo imperdonable que estén en las condiciones en que hoy los vemos. Es triste.
Creo que a los alcaldes les falta sentir amor a la Lima histórica, creería que es lo último que sienten y miran. La Lima de antaño, la Lima que agoniza y que pide ayuda. Creen que con una mano de pintura o un poco de maquillaje ya está resuelto el problema de la vieja casona; pero no basta que luzca «bonita» por fuera, cuando su interior llora por el abandono o se convierte en una impersonal playa de estacionamiento. Parece que a algunos lo antiguo estorba. O molesta.
Para preservar un bien antiguo, primero, hay que conocer su historia, pues -de lo contrario- veremos que sin pena ni culpa, el patrimonio va a seguir muriendo a su suerte. Siento que tanto mi abuelo, como otros colegas suyos -como Claude Sahut o Rafael Marquina- llorarían al ver cómo han dejado maltratar sus edificios que ¡vaya que les debe haber costado esfuerzo diseñarlos!
Si damos un paseo por el Rímac o Barrios Altos, encontraremos solamente cadáveres de aquellos parajes que fueron el orgullo de esos distritos. ¿No se podría destinar un presupuesto para recuperar las antiguas casas, como parques y las mismas iglesias, tan abandonadas a su suerte? Pensando en un turismo urbano, por ejemplo. ¿Cómo ves este punto?
– Efectivamente, debería destinarse un presupuesto, sin embargo, no veo que haya interés en las autoridades y es que -siempre lo menciono- si no quieres a tu ciudad, a su historia, qué importa lo que le suceda a la casona o al antiguo edificio. Si se incendia, quemado se quedará. Lo vemos. La Quinta Heeren en Barrios Altos, por ejemplo, es bellísima. Es un rincón de ensueño que guarda mucha historia, pero luce descuidado.
El Rímac, con sus paseos, alamedas y sus iglesias, podría ser un lugar fantástico para visitar, pero el tiempo, la indiferencia de los que miran para otro lado o para sí mismos, permite que esto suceda: que luzcan abandonados. Mejorar ese olvido de tantos años se hace cada vez más difícil, sobre todo cuando Lima ya tiene muchos problemas que siguen sin poder resolverse.
Tu vocación por la Lima original te lleva a realizar investigaciones sobre la historia de esas edificaciones como de los diversos personajes que viven o se desplazan por esos lugares. ¿Qué propósito tienes al compartir esas miradas y crónicas en diversas plataformas de internet?
– Me gusta darlas a conocer. Yo misma las voy conociendo. Voy conociendo a los personajes, el lado humano, cómo son en su tiempo, qué les gusta a las personas de ese tiempo, qué aficiones tienen, qué detestan. Hay personajes de los que uno ve en una vieja fotografía y que, por su rostro adusto, dan hasta un poco de miedo -me pasó con Manuel González Prada- pero conociendo la historia de su vida, te das cuenta que tenía un lado tierno, curioso y hasta pintoresco. Vas queriéndolos.
Me gusta describir los viejos edificios porque involucran muchas cosas: la calle antigua, los aromas, al personaje que allí habita o, simplemente, la época en que se construye; entonces cuentas sobre ella, quién gobierna, qué pasa en el país y en la ciudad en esos tiempos. ¡Me encanta, me apasiona hacerlo!
¿Cuánto se ha ganado y cuánto se ha perdido con este avasallador urbanismo, que no respeta estilos y todo lo convierte en un inmenso valle de cemento?
– ¡Uff! Cuando veo una foto antigua, un parque o una avenida bordeada de árboles frondosos, siempre me pregunto, ¿qué hicieron con todo ese verdor? Lima es cálida a través de esas imágenes, los diferentes estilos de las casas le dan esa tonalidad; además, en Lima habita el silencio durante años, hoy -en cambio- es bulliciosa y fría.
La mayoría de los edificios que ahora se construyen son, para mí, gélidos: blancos matizados con pintura gris y negra. Lima necesita colores, el cielo «gris delicioso», como le gusta al artista visual José Sabogal, necesita un contraste, algo que lo ilumine. La ciudad necesita colorido. Hay mucho -demasiado- cemento y poco verde. El verde siento que a veces, como lo antiguo, estorba.
¿Tienes planes de editar de manera física estos trabajos?
– Me encantaría hacerlo. Lo quiero hacer.