Viernes 13 de noviembre, sala de espectáculos Bataclan, París. Todo parece una nueva e intensa jornada de rock, pero la empecinada realidad –como siempre- iba a superar la ficción.
La inquieta sala de conciertos parisina se convirtió en sólo segundos en un infierno. Un ataque de características terroristas tomó el lugar en donde todo iba a ser energía rockera.
Y aunque el concierto no pudo ser, sí quedó para siempre grabado en la memoria un nombre especial: Eagles of Death Metal.
La banda es una sucursal del Bataclan Josh Homme (líder de Queens of the Stone Age, QOTSA para los fans), quien fundó el grupo junto a Jesse Hughes, pero no participa en sus actuaciones en vivo.
Cuenta el mito que Hughes se encontraba con Homme en un bar cuando vieron a un hombre bailando al ritmo de “Winds of change” de Scorpions. Homme le pregunta qué está haciendo y el hombre le contesta: «¡Esto es death metal, socio!», a lo que Homme retruca: «No, lo que tú haces es como Eagles of Death Metal”.
Y es que Eagles fue un grupo de los setentas que cambió la escena del rock por sus prodigiosas actuaciones en vivo en las que reinaba una técnica exquisite, pero sin crudeza.
Si bien Eagles of Death Metal se formó el año 1998, lo cierto es que Homme ha ido y venido en la medida que el éxito de QOTSA se lo ha permitido. Demás está decir que estaba esa fatídica noche en la sala Bataclan.
Probablemente los extremistas escogieron el lugar no por la banda en sí, sino que por su significado: se trata de un espacio que constantemente atrae atractivos espectáculos internacionales.
Por citar algunos ejemplos, Jeff Buckley grabó su EP en vivo en el Bataclan; la Velvet Underground con Lou Reed y Nico dieron un excepcional concierto en el mismo teatro el que terminó en el bootleg Le Bataclan ’72.
Por otro lado, por cuatro décadas los dueños del lugar eran de origen judío, quienes en 2011 fueron amenazados por otro grupo terrorista llamado «Army of Islam» (Ejército del Islam), por –supuestamente- promover la causa sionista. También grupos activistas pro-Palestina han acusado a los dueños del Bataclan de apoyar actividades pro-Israel.
Estos últimos ataques me traen a la mente recuerdos del gobierno de Sarkozy, que prohibió el uso de símbolos religiosos en las escuelas e, incluso, que las niñas musulmanas vistieran burqa. Nunca quedó claro si también esta propuesta corría de igual manera para los católicos o judíos.
Si uno le pregunta a la activista musulmana de origen pakistaní, Malala Youzafsai, por qué aún usa el hijab viviendo en Gran Bretaña, contesta naturalmente que le gusta y no por una imposición paterna. ¿Por qué no creerle?
En una región que fue azotada por el Talibán y en la que valientemente su padre mantenía una escuela para niñas, a pesar de las amenazas de muerte, ¿por qué la obligaría a cubrirse? Es más, fue en esos momentos cuando Malala, recién con 12 años de edad, reveló su rostro para todo su país, hablando de su derecho a asistir a la escuela.
Malala ha señalado que escucha a Justin Bieber como cualquier adolescente, pero que disfruta de la música Pashtun (etnia a la que pertenece), porque le recuerda al valle de Swat donde creció.
Respecto a la vestimenta, ha dicho: «Creo en el derecho de una mujer a decidir lo que desea vestir y si una mujer puede ir a la playa y vestir nada, entonces, ¿por qué yo no puedo cubrirme todo?»
Ya en 2004 el gobierno francés había prohibido el hijab y otros símbolos de origen religioso en las reparticiones públicas. Lo de la vestimenta es un detalle, pero puede ser indicio de algo más profundo.
Antes del 2000, Francia parecía un país multicultural y progresista. Todo parece un espejismo ahora. La prueba está en que los terroristas son todos ciudadanos franceses, ninguno viene de los países en guerra.
La mujer suicida había sido una niña musulmana occidentalizada que había vivido en varias casas temporales en su niñez. Su radicalización, según familiares y amigos, se produjo uno o dos meses atrás. Nunca viajó fuera de Francia, nunca estuvo en Siria.
Algo no está funcionando en Europa como para que musulmanes nacidos y criados aquí, sientan tanto odio hacia el único entorno que conocen.
Pero volviendo a lo de Eagles of Death Metal, hace unas semanas pudieron terminar el concierto en Francia. Ellos perdieron a uno de sus managers, Nick Alexander, un británico quien también trabajó con Alice in Chains.
Simon Le Bon, vocalista de Duran Duran, anunció que las ventas por el cover de “Save a prayer”, junto a Eagles of Death Metal, van a ir directamente a fundaciones de caridad que ayuden a las víctimas de los atentados.
Jesse Hughes, vocalista y guitarrista de la banda, declaró una revista después de lo ocurrido que “no puedo esperar a volver a Paris. No puedo esperar a volver a tocar. Quiero ser la primera banda que toca en el Bataclan cuando se reabra porque estuve ahí cuando fue silenciado por un minuto. Nuestros amigos fueron ahí a ver rock n´roll y murieron. Quiero volver ahí y vivir».
Que problemazo ese de estar en el lugar y el momento equivocados. Lo de Bataclan solo fue azar para las víctimas, el mismo azar que viven otras víctimas en Siria o Palestina, pero que no es reportado por los medios porque lo asumimos como algo normal en sus vidas.
No es Europa o Estados Unidos. Parecieran ser ciudadanos de segunda clase. No puedo imaginarme estar en un constante estado de guerra y que sólo tenga tiempo para pensar si estaré respirando al día siguiente.
Desde que esto ocurrió se intensificó el control en los aeropuertos del Reino Unido, pero también se han reportado hostigamientos hacia ciudadanos británicos de origen musulmán. El terror se ha expandido gracias a los intratables tabloides.
Unos días antes del atentado se habló de la muerte de Jihadi John, el londinense que aparecía decapitando rehenes en videos del Estado Islámico. Para muchos, es un respiro, pero me pregunto si habrá otro muchacho dispuesto a reemplazarlo y tomar la estafeta en esta carrera de la muerte.
Por de pronto, para quienes gustan de la música queda la posibilidad de aún respirar arte. Y aunque el concierto no pudo ser en Bataclan, sí quedó para siempre grabado en la memoria este nombre especial: Eagles of Death Metal.
La banda salta desde la inquietante Europa a la palpitante América Latina, ya que forma parte de las versiones locales de Lollapalooza. No deberían quedarse con las ganas de verlos en vivo.