El resultado del último referéndum inglés que dio como triunfadora a la postura del Brexit (British exit), significando con ello el retiro del Reino Unido de la Unión Europea, parece copiada de un episodio de Monty Python.
La conclusión de alguien que, como la suscrita, vive en Londres desde hace varios años es que los británicos parecen haberse «americanizado» y han caído en las mismas nebulosas que ellos critican del otro lado del charco, tales como la desinformación y la ignorancia.
La búsqueda más popular en Google Search por estos lares después de la votación, y no antes como debiera ser lo lógico, fue: «¿Qué es la Unión Europea?» seguida de «¿Qué países componen la Unión Europea?».
Muchos de los votantes estuvieron en la línea de Adam de Manchester, quien entrevistado por la BBC –y que fue “trolleado” hasta el cansancio en Twitter- reconocía que nunca estuvo muy claro qué había votado y lanzaba pataletas del tono: «Estoy impactado, no pensé que dejaríamos la Unión Europea. Era un voto de protesta».
O mi favorita: «Voté para dejarla, pero no pensé que el valor de la libra se iría en picada.»
En mi lugar de trabajo, los jóvenes -estudiantes en su mayoría- votaron por permanecer. Medio en broma y tambipen algo serios me decían luego de los resultados: «Quizás deberíamos pensar en emigrar a Canadá, ¿qué opinas?».
Desde mi mirada foránea es más fácil entender que quienes votaron por salir fueron personas sobre los cincuenta años y el grupo sin mayor educación, aquellos que no leen mucha diversidad de prensa y que son altamente manipulables. Los datos conocidos con posterioridad han confirmado esta percepción.
En los últimos tres meses, solo por tener un acento diferente he recibido agresiones del tono: «Vuelve a tu país» o «en el Reino Unido hablamos inglés». Esta última me pasó porque tenía una conversación personal con una amiga española a las afueras de un supermercado.
Porque ese fue el señuelo. Los partidos de extrema derecha, como el UKIP -liderado por Nigel Farage- culpan a los extranjeros de que el Reino Unido “ya no sea el de antes”. Esta idea alcanzó el clímax con el asesinato de Jo Cox, la parlamentaria laborista que hacía campaña en la calle para permanecer en el marco europeo, por un tipo que gritó antes de apuñalarle y dispararle «¡Bretaña para los británicos!».
A esto se suma el desacuerdo dentro de la misma facción conservadora y derechista. El hecho de que David Cameron, quien inició la idea del referéndum hace un par de años, pusiera su cargo a disposición de aquí a octubre debido al resultado adverso, parece increíble.
Le salió el tiro por la culata, ya que esperaba que la ciudadanía votara por quedarse. Su reemplazante, Boris Johnson tiene una semblanza a Donald Trump. Cabello colorín y de extraño estilo capilar. Muchos temen que no solo esas sean las cosas que los asemejen.
Ricky Gervais, el icónico actor de The Office, explicó bien el sentir de gente como yo: «Bromas aparte. Brexit no hará ninguna diferencia. Los ricos seguirán siendo ricos. Los pobres seguirán siendo pobres. Y seguiremos culpando a los extranjeros».
No habrá más fondos para el NHS (National Health System, Sistema de Salud Pública), que recibía inyección monetaria de la Unión Europea (UE) y los más de 2 millones de británicos repartidos por Europa se verán afectados porque no percibirán los beneficios de antes.
Farage, quien ya está siendo presionado a explicar major sus planteamientos, antes había dicho que con la salida de la UE, el dinero que Gran Bretaña invertía en la Union Europea anualmente, iría al sistema de salud.
Pero ahora se retracta señalando que “jamás” dijo eso, sino que dicho traspaso podría ser desde cualquier sector public, como educación por ejemplo.
Entre las anécdotas ridículas está Cornwall, una región costera del sur, que votó por el Brexit pero no quieren perder los 60 millones en libras esterlinas que reciben anualmente en subsidios desde la UE. Haberlo pensado antes, ¿no?. Difícil de entender cómo no quieren perder pan ni pedazo.
Para la risa es que en Londres existe una petición, con ya 70.000 firmas, para que sean como El Vaticano, es decir, un estado independiente, avergonzados de que el resto de la isla votó por salirse de la vida europea.
Por mi parte y la de mi esposo (también “extranjero”, aunque europeo), sólo nos queda trabajar. No tenemos arte ni parte ya que ni siquiera hubo espacio para votar.
Sin embargo, pagamos impuestos como cualquier británico y no pedimos ningún beneficio excepto los derechos que nos son otorgados por ser residentes y contribuyentes.
El asunto para gente como la suscrita es no entrar en pánico: el proceso de salida toma entre tres a cinco años, tiempo suficiente para pensar en el siguiente paso en la vida. Lo que asombra es que nuestro futuro haya estado en manos de votantes con una mentalidad tan estrecha y con tanto nivel de ignorancia.
(*) La autora es periodista chilena y vive en Londres.