China: una dictadura neoliberal

Hace unos años -cuatro, a lo sumo- mi mujer y yo viajamos a China. La idea era moverse por el país y conocer un poco más del gigante asiático, pero el monzón nos obligó a reducir nuestras paradas a Beijing, Shanghai y Suzhou. Bastaron estas tres ciudades para descubrir un poco la realidad del país y también para sumergirse en sus paradojas.

Julio Espinosa Guerra, escritor.

De ellas, quizá la fundamental, la que engloba a todas las demás, es que China es -en el papel- un país comunista. El comunismo, como sabemos, es un ideología política que se basa, a grosso modo, en la igualdad entre las personas y la justa distribución de la riqueza. Pero en China poco queda de esta idea, si es que alguna vez se dio. Al contrario, así como se ve una prosperidad en ciernes, también, en el centro escondido de su capital, se descubre la pobreza más grande. Porque hoy en China todo -o casi todo- es neoliberalismo, del más brutal, del más despiadado, del más injusto.

Noami Klein esboza claramente en su libro «La doctrina del shock» cuál es la base ideológica de la China actual. Deng Xiaoping siguió a rajatabla los consejos de Milton Friedman sobre la apertura económica, pero cerrando las puertas a la libertad de expresión. LaDoctrinaDelShockKleinEsto provocó una rápida evolución del mercado, pero a costa de los trabajadores, que perdieron todos los derechos sociales ganados con Mao. La consecuencia fue Tiananmen, donde, al contrario de lo que nos han hecho creer, muchos estudiantes se manifestaban por evolucionar hacia un socialismo moderno, sin perder las conquistas sociales. Pero el Politburó Chino ya había visto en la apertura vigilada una manera de enriquecerse a costa de las empresas públicas, que consideraban de su propiedad. Dice Klein: “La masacre de la plaza Tiananmen fue el shock que desató oleadas de detenciones, más de decenas de miles, las cuales permitieron al Partido Comunista convertir al país en una zona de exportación mayor, bien surtida de trabajadores demasiado aterrorizados como para exigir ningún derecho laboral”.

Es esa la China que se esconde bajo los nuevos edificios, los club de fútbol multimillonarios, los nuevos ricos y su expansión global. Cuando uno se pasea por Beijing se encuentra con dos Chinas: una es ese parque temático en el que se ha convertido la Villa Olímpica, los grandes centros comerciales y los vestigios de su pasado, donde la Gran Muralla y La Ciudad Prohibida son otras Disney World, preparadas para satisfacer la curiosidad del turismo nacional e internacional. A su alrededor, el gobierno, con buen ojo neoliberal, reformó los pasajes tradicionales, llamados Hutong, embelleciéndolos con “hermosas” tiendas tradicionales y, en apariencia, populares. Pero cuando uno se aventura por el interior de otras manzanas, menos conocidas, pero igual de céntricas, descubre los verdaderos Hutong, en los que la pobreza campea a sus anchas; pequeñas casas construidas de madera, cartón y lata, rodeadas de calles de tierra en las que se acumula la basura, invisibilizadas por los “bellos” edificios, tradicionales o modernos, que hacen de fachada.PlazaTiananmen2

No por nada Friedman le recomendó a Xiaoping seguir el modelo chileno, pero sin cometer sus errores: llevar a cabo las reformas con mano de hierro, costase lo que costase, y que esta represión no se agotara en el tiempo. El dirigente -a la vista está- le hizo caso y el mundo neoliberal al completo bendijo el trato. No por nada, cada vez que hay que hablar de violación a los derechos humanos, de dictaduras de cualquier color, de falta o anulación de libertades y derechos, ningún medio, ningún político, ningún empresario del mundo occidental se refiere a China (para eso están Venezuela, Cuba o Bolivia). Al contrario, se habla de “socio estratégico”, “motor de la economía mundial”, “milagro asiático”. Un “socio”, un “motor”, “un milagro” hecho a la medida de la economía neoliberal más atroz, a la que no le importan ni las personas, ni los derechos, ni el medioambiente.

China3Hay tres cosas que no se me van de la cabeza cada vez que recuerdo mi visita al gigante asiático: los escáneres que hay en el acceso a cada estación de metro. No te salvas. Siempre pasas por ellos, vigilados por dos, tres, cuatro militares: la sensación de control es absoluta. La ausencia, en apariencia, de manifestaciones, que, aunque acalladas por los medios públicos nacionales y extranjeros, existen. Y el símbolo del Partido Comunista Chino en la Plaza de Tiananmen. Gigante. Rojo McDonald. De plástico de baja calidad. A punto de desmembrarse para ser sustituido por otro igual de rojo, igual de plástico, igual de barato. Representando a la perfección el modelo que el empresariado de las grandes transnacionales quieren para el mundo. Del neofeudalismo que está desbancando a las democracias occidentales. Todo un símbolo de la China actual, que de comunista no tiene más que el nombre de un grupo de amigos a los que les encanta el dinero y la vida “a-todo-trapo”. Inevitable no sucumbir a la tentación de tomarse una foto a su lado.

 

(*) El autor es poeta y escritor chileno residente en Zaragoza, España. El año 2011 recibe el Premio Fundación Pablo Neruda, gracias a su trayectoria que -a la fecha- incluía los premios Villa de Leganés (por “Las metamorfosis de un animal sin paraíso”, 2005) y Sor Juana Inés de la Cruz (por “NN”, 2007). El año 2013 publica bajo el sello Alfaguara su novela “La fría piel de agosto”.

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