Entre el 5 y 21 de agosto el pueblo brasileño, atravesado por una intensa crisis política, vuelve a vivir en torno a un sueño colectivo. Un sueño que congrega a toda la ciudadanía y que pone al país en la vitrina del mundo: la XXXI edición de los Juegos Olímpicos.
Durante esas semanas el relato común del país más grande de América Latina se ancla en el deporte, convirtiéndose en el sueño no sólo de los atletas y competidores, sino que de toda una nación, hoy carente de un proyecto colectivo.
Hace casi 60 años, sin embargo, el escenario era otro. El 19 de septiembre de 1956 Brasil anunciaba la creación de una nueva capital: Brasilia. La ciudad representaba la grandeza de una voluntad nacional, una ciudad ideal, cuya principal característica sería la función gubernamental, pero que sería diseñada para acoger a todos los brasileños sin distinción, independiente de su origen o clase social.
Brasilia fue imaginada, dibujada y construida en un momento crucial de la historia de la arquitectura, bajo un discurso político y social común que generó identidad y la convertiría, con total justicia, en Patrimonio de la Humanidad
Brasilia nació no sólo con la convicción de tener una impronta arquitectónica propia, distinguible hasta nuestros días. También fue la síntesis de un sueño político, urbanístico y religioso común, expresada por personajes claves en su creación como Juscelino Kubitschek, Lucio Costa y Oscar Niemeyer. Todo ello bajo el alero de su patrono, Don Bosco.
La creación de Brasil evidenció que, a partir de simples experiencias y determinadas condiciones locales, era posible producir respuestas más creativas y sorprendentes, relevando la originalidad, esfuerzo e ingenio nacional.
Brasilia fue un producto «original y nativo». Una ciudad diseñada con un carácter único, que no imitó otras experiencias y que, más bien, sirvió de modelo al mundo.
Simultáneamente a la construcción e instalación de la nueva capital, el gobierno brasileño de esos años desarrolló un intenso y adecuado programa de divulgación y cobertura mediática en torno a Brasilia como ciudad síntesis de las artes, construyendo un relato común como país.
A 60 años de que Brasil imaginara, dibujara y construyera el mayor monumento del modernismo funcionalista de la arquitectura de la historia de América Latina, y ante la lamentable degradación de su amistad cívica y política de los últimos años, la gran interrogante presente en las calles de este gran país es si algún día volverá a tener este nivel de unión.
(*) El autor es académico universitario.