Cristina N. es arquirtecta. Trabaja en una repartición pública, tiene novio y ama la muerte. Cristina tiene un grupo. Lo conoció en una exclusiva clínica psiquiátrica capitalina “una tarde de mayo, de esas grisáceas”, según dice. La enfermedad bipolar antes era conocida como «síndrome maníaco-depresivo». Hoy es una de las tantas alteraciones del ánimo que sufren miles de chilenos y que está incluida en el Plan Auge.
“Mira huevón, voy a ser franca, a veces no me tomo las pastillas, igual que el Mr.Jones de la película, porque la alegría que se siente es indescriptible, es como tocar el cielo por un ratito, es lo más parecido a estar viva”. Cristina no tiene pelos en la lengua. El periodista le comenta que Mr.Jones no es un gran filme y que Richard Gere nunca ha ganado nada.
El personaje de la película del año 1993 es un maníaco-depresivo que no ingiere sus medicamentos para gozar del éxtasis de la enfermedad, le gusta desplazarse en cornisas desafiando el miedo con ímpetu suicida. “No, no importa la calidad de la película, ni de Richard Gere, es que por una vez, por una maldita vez, personas como nosotras nos hemos sentido interpretados, porque en Chile está lleno de bipolares, incluso al lado tuyo, en tu trabajo, donde querai hay uno”.
El periodista asiente y Cristina se relaja. Ahora cuenta que toma sal de litio, un fármaco llamado Carborón, que ayuda a la compensación del desequilibrio entre el éxtasis y la depresión más pavorosa.
Y sí. Cristina no está sola. En la clínica hizo un grupo con cinco jóvenes como ella. “Todos trabajan y hacen eso que llaman una vida normal, entre comillas, salvo cuando estai mal y sólo querís morirte. Ahí no salis de la cama”, aclara Marcela. Marcela a secas, quien asegura ser secretaria ejecutiva bilingüe.
-¿Bueno, y cuándo están en la gloria hacen como que dirigen la Novena de Beethoven, encaramadas en un asiento de una plaza?, intenta bromear el periodista. “No jodas, la enfermedad es seria, cuando con la Cristina nos da por no tomarnos el litio, andamos como locas, pero lo pasamos chancho, buscamos jugar como Mr. Jones en edificios de altura. Un día nos vamos a matar en una de esas aventuras”, precisa Marcela. Seria. Muy seria.
“Aunque no andamos equilibrándonos en las cornisas como huevonas, eso lo hacen los rascas nomás, no nosotras”, enfatiza Cristina. Sin embargo, saben que juegan con fuego,y que la enfermedad es grave, pues el período depresivo las puede en cualquier momento dejar el mundo de los vivos.
“Sí, somos irresponsables y, de repente, muchos gallos se aprovechan de nuestro estado de éxtasis, tú entendís; en cambio, en la tristeza estai completamente sola”. El periodista busca frases de consuelo diciéndoles que Chile es un país maníaco-depresivo. “No vengai con lugares comunes huevones”, espeta Cristina, asertiva, certera.
Cristina, Marcela y su grupo siguen jugando con su enfermedad. Tratan de divertirse al máximo con su padecimiento, sin profundizar sobre las graves consecuencia que su juego puede traer, tratando de exprimir la vida.
Mas, todos son potenciales suicidas. Los altibajos son cotidianos, en un país que con problemas variados y tercos, los afecta a ellos especialmente. Y el litio les ayuda. Y hay buenos siquiatras y tratamientos modernos, efectivos. Pero Marcela, Cristina y lo otros, siguen jugando. Como si Mr. Jones existiera. Como si Richard Gere existiera.