Colgar lámparas, arreglar cosas relacionadas con grifería, pintar paredes, llevar el auto a la revisión técnica o al mecánico e –incluso- hacerle arreglos básicos forman parte de mi orgullosa lista que he hecho como mujer independiente y que en varios sectores de nuestra sociedad aún son considerados “sólo para hombres”.
A eso hay que sumar, por supuesto, actividades recreativas como ir al cine, restaurant, conciertos e incluso viajar. Sin embargo, quedaba una cosa escondida por ahí. Y es que, más allá de un tema de género, el tema aquí iba más por una cosa de “personalidad”, de cierta “vergüenza”.
Hay que reconocer que llegar y sentarse sola en una barra no es fácil. Más encima si se le agregan todas las interpretaciones básicas que muchos pueden darle a ese acto. Pero abstrayéndose de leseras como esas, el tema de fondo era tener el valor de hacerlo.
¿Qué iba a hacer una vez sentada ahí? ¿Mirar a la gente, hablar con el barman, jugar con el celular? Ni siquiera fumo como para hacer algún movimiento con la mano, pensaba.
Siempre he visto cómo hombres se sientan solos y callados en la barra de un bar mientras beben su trago, cosa que nunca había logrado entender. Me parecía algo, de verdad, fome y sin sentido.
Pero en un hostal de Ecuador la idea me empezó a rondar de manera insistente. Si bien el hecho de que era una de esas “cosas aparentemente de hombre” que me faltaba por hacer, fue algo mucho menos feminista lo que me determinó a dar el paso.
A mi habitación llegaba de manera continua el ruido de la música que subía desde el bar del lugar. Era tanto la manera en que esas melodías dominaban el espacio que me fueron quedando dos alternativas: escuchar música en vivo por largas horas de la noche sin poder dormir o bajar a ver qué tanto pasaba.
Así es que, como decía mi padre, me “emperifollé” y bajé no más. Las mesas estaban todas ocupadas por lo que, ¡oh sorpresa!, no me quedó otra alternativa que sentarme en la barra.
Bajé sin celular, por lo que el desafío que se me presentaba era claramente intenso. Sin excusa para distraerse no quedaba otra alternativa que exponerse a la situación. Me senté, pedí una copa de vino. Y otra. Y otra. Todo mientras escuchaba a los músicos que, de molestar con su ruido, luego pasarían a ser mis amigos.
No dejó de ser una experiencia extraña. Sin embargo, tras la misión cumplida decidí bajar a la noche siguiente, ya que había “free drinks” para mujeres. En esta oportunidad reconozco que tuve un desplante que ni yo reconocía e, incluso, les pedí a unas chicas si me podía sentar con ellas. Para la próxima oportunidad quizás me atreva a sentarme junto a hombres.
Al publicar mi osadía en las redes sociales, me llegaron varios comentarios. Un amigo me dijo que él hacía siempre eso de sentarse solo en la barra de un bar. Bueno, en mi caso no era así y, la verdad, es que me siento muy bien de poder hacerlo.
De hecho puedo decir, sin vergüenza ni arrepentimiento, que me senté sola en la barra de un bar, sin celular, a tomarme unas copas de vino simplemente porque tenía ganas y lo disfruté a concho.
Por ello, existen altas probabilidades de que lo vuelva hacer en un futuro, ya sea en Chile o en cualquier parte del mundo. ¡Salud!
(*) La autora es diseñadora y fundadora de Kalima.