A los 75 años y a cuatro décadas de publicar su primera novela, muere este jueves 22 de diciembre el destacado escritor argentino Alberto Laiseca. Aunque cultiva siempre un bajo perfil, tiene su momento mediático a comienzos de los años 2000 cuando protagoniza para el canal I-Sat la serie “Cuentos de terror”, permitiendo conocer el talento y las particularidades de su potente narrativa.
Lo más probable es que ya desde sus primeros años, la idea de hacer algo grande haya rondado por la cabeza del pequeño Alberto. Los sueños importantes se comienzan a gestar desde chicos, luego la realidad puede disminuirlos, pero –si de verdad son grandes- nunca quebrarlos.
Por eso, probablemente la perseverancia y el perfeccionismo están en la vida del Laiseca desde que llega al mundo durante 1941 en Rosario, la bella ciudad ubicada a 300 kilómetros de Buenos Aires, perteneciente a la provincia de Santa Fe.
El río que besa sus costas le da un indudable encanto mágico, el mismo que han disfrutado otros célebres personajes nacidos allí como el músico Fito Páez y el escritor y dibujante Roberto Fontanarrosa, entre much@s otr@s.
Laiseca, como todo buen escritor de culto, trabaja en variados oficios en distintas provincias de la República Argentina. Es durante seis años empleado telefónico y durante una década corrector de pruebas en el diario La Razón de Buenos Aires, uno de los periódicos más tradicionales.
La primera obra que publica es la novela “Su turno para morir”, que veo la luz en uno de los años más difíciles de la historia argentina: el nefasto 1976, vinculado por siempre con el golpe militar. Seis años después ubica dos nuevos trabajos suyos en la calle: el relato “Matando enanos a garrotazos” y la novela “Aventuras de un novelista atonal”.
Como ya indican sus títulos, la obra del escritor se centra en miradas delirantes e intensamente originales de la realidad, en la que las claves psicológicas y sociales toman ribetes siempre sorpresivos e intensos. Sus libros más conocidos y en los que mejor se descubre la potencialidad de su mundo literario son las novelas “La hija de Kheops” (1989), “La mujer en la muralla” (1990), “El jardín de las máquinas parlantes” (1993) y “Beber en rojo” (2002), además del ensayo “¡Por favor plágienme!” (1991) y una larga lista de relatos y cuentos.
Tres pesadillas
Bastante antes de publicar su primer libro, Alberto Laiseca ya trabaja en lo que sería su hijo literario más mítico y el que más culto le originaría: “Los Soria”, una monumental saga novelística de mil quinientas páginas que intenta –según ha dicho su autor- “reflexionar sobre el poder absoluto y la posibilidad de organizarlo de un modo más humanizado”. La obra fue publicada en 1998, casi veinte años después de terminada.
Por mucho tiempo, la existencia del libro fue sucesivamente clandestina, luego un secreto a voces y, varios años después, el privilegio de quienes pudieron leerla entera. Fragmentos del texto fueron publicados a mediados de los 80 en el semanario El Porteño, una de las revistas más reconocidas de la argentina post dictadura. Hubo una oferta de publicación desde España, pero –condimentando su literatura sarcástica y llena de delirio- la editorial quiebra.
Ningún sello local se anima a hacer frente a la empresa, hasta que Gastón Gallo, el titular de la casa Simurg, decide aceptar el desafío.
Para dar a luz semejante obra, el enorme talento de Laiseca se conjuga con ese perfeccionismo que le sale por los poros. Y es que “Los Soria” resiste varias versiones antes de la edición final. El primer original, según palabras del autor, es quemado por “muy malo”.
Así lo recuerda en varias entrevistas: “Mucho después la volví a escribir, era menos voluminosa, muy fría, muy helada, en la que los personajes no tenían vida. Terminé por archivar el proyecto y más tarde lo retomé y lo transformé en una novela de doscientas páginas, también muy mala. Lo volví a archivar. Varios años después empecé la cuarta y última versión, sin tomar como antecedente lo que había hecho antes. Empecé desde cero y tardé diez años, la terminé en 1982”.
La crítica y los seguidores consideran a “Los Soria” como una leyenda, pero Alberto Laiseca tiene otra opinión: “Es una epopeya que transcurre en tres dictaduras. Dos se unen para destruir a la tercera. Pero son todas malas. Hay países subsidiarios que adhieren a una o a otra, pero el mundo está repartido así, en tres pesadillas. La mayor parte de las cosas sucede en la dictadura que va a perder, en la Tecnocracia; las otras dos se llaman Soria y Unión Soviética. En la realidad, Soria es una provincia de España, pero en la novela España no existe, sólo existe Soria, que tiene el tamaño de Alemania antes de 1914 y ochenta millones de habitantes. Es una superpotencia que se une a la Unión Soviética para derrotar a la Tecnocracia”.
Los delirios son todos iguales
Otra característica de Laiseca es su permanente ingenio, que siempre se luce en entrevistas de prensa. “Los delirios que aparecen en mis textos son típicos de mi obra, pues siempre llevo hasta las últimas consecuencias los principios del realismo delirante”, comenta en la prensa.
Antes de que I-Sat lo consagre en su rol de escritor de culto, existe una mediana pero intensa legión de seguidor@s que se siente reflejada con su perspectiva literaria, en donde la clave es descubrir cuándo el sarcasmo de la realidad es humor y cuándo es tragedia. Él mismo, un denostador de la televisión (“cuando yo era chico no había televisión, lógicamente aprendí a leer antes de ir a la escuela”), vivió la ironía de ser reconocido como un escritor de culto gracias a la TV.
“La verdad es que me gusta hacer ese trabajo, quién te dice que quizás por ese lado alguien tenga interés en leerme, me gusta llegar a la gente, siempre me gustó. ¡Y, puta, difundir la obra de otros escritores a través de cuentos, la verdad es que me gusta mucho!”, explica.
La cita catódica con Laiseca es durante mucho tiempo todos los viernes, a las 22:00 horas, en I-Sat. Sentado, con una iluminación precaria, fumando siempre como si el mundo terminara mañana, el escritor narra impertérrito algún relato en el que el terror, el sarcasmo, la ironía cruel, el miedo y la reflexión se mezclan en una juguera exquisita y abrumadora.
Son sólo minutos, pero suficientes para entender el fenómeno y el culto que se desarrolla por él. “Siempre digo que la diferencia entre un escritor y la gente que está en un manicomio es que los locos se lo creen todo. Los escritores sólo algunas cosas; pero después, los delirios son iguales, exactamente los mismos”.
(Desde Buenos Aires, Argentina)