Generalmente, las temperaturas más bajas de cada jornada se registran justo antes de la salida del sol. Durante el día, la tierra acumula calor, que se comienza a perder a medida que avanza la noche.
Si a esto agregamos que la oscilación térmica es muy grande en el Desierto de Atacama, claramente la temperatura que nos aguarda a las 05:45 horas -en mitad de una pampa intensamente silenciosa- congela los dedos, herramientas fundamentales para sacar astrofotografías.
Y es que los dedos deben estar sin guantes para manipular botones y pantallas esencialmente táctiles.
Pero ahí estábamos otra vez con mi amigo Mauricio Vega. La idea es apreciar desde el mejor lugar posible, aunque en uno de los desiertos más secos del mundo, una reunión planetaria posible de ver a simple vista.
Eso sí, una vista entrenada y con la incondicional ayuda que entrega la tecnología y los conocimientos que –en mi caso- agradezco al Liceo Radomiro Tomic Romero, de Calama, y al Millennium Institute of Astrophysics MAS, que me permitieron realizar un curso básico de astronomía y con ello entender mucho más lo que puede apreciarse en el cielo.
El desierto de atacama reúne una adecuada altura respecto al nivel del mar, escasa nubosidad, una casi inexistente humedad del aire y la necesaria lejanía de la contaminación lumínica y radioeléctrica para convertirse en un observatorio privilegiado del universo.
Sin embargo, una leve capa de polvo en suspensión y la luminosidad de la luna nos obliga a esforzarnos un poco más para captar las imágenes que vinimos a buscar. Ahí comienza el juego: encuadre, composición, sensibilidad de captura (ISO), segundos de obturación y “por la chita que tengo frío” (en versión más docta que la realidad, por cierto), conforman una ecuación difícil de solucionar. Pero se puede.
A pesar de que nuestro satélite natural estaba en fase menguante, su 3,8% de brillo fue suficiente para cubrir a Plutón, que también asistió a la fiesta del sistema solar, muy cerca de Venus, pero invisible para los sensores de las cámaras fotográficas.
Junto a Sedna, que alguna vez postularon como el décimo planeta del sistema, Plutón es considerado por los astrónomos un “Planeta Enano”, ubicados en el Cinturón de Kuiper, donde hay más de mil otros objetos de diferentes tamaños menores a Plutón, dando vueltas en el extremo más gélido del sistema solar.
Desde el horizonte hacia el cénit, estaba Mercurio, a quien debimos esperar para comenzar a tomar las astrofotografías, justo sobre la cima del volcán Licancabur, y debajo de la luna; luego Venus, levemente sobre nuestro satélite natural; y sobre éste, sabemos que estaba Plutón. Bordeando la Vía Láctea -debajo de Antares- estaba Saturno; y más arriba en el cielo, Marte.
Y casi sobre nuestras cabezas, más allá de Arturo, Júpiter, que no apareció en mi astrofotografía porque me faltó un lente gran angular de 8 mm, dado que el que tengo de 10 mm no fue suficiente, y aún me falta desarrollar algunas destrezas para fotografiar el cielo completo, en varias fases, con el equipo que tengo.
Los estudios científicos estiman hoy que la formación de nuestro sistema solar se produjo hace 4.560 millones de años aproximadamente. La Tierra debe tener una data muy similar, así es que estar parado sobre esta roca y mirar otros cinco planetas y un planeta enano, es un privilegio y una bendición increíble. Sólo faltaron a la fiesta, Urano y Neptuno.
La observación del universo ha sido una acción propia del hombre desde siempre. Más de allá de las ruinas inglesas de Stonehenge (3.200-2.500 a.C.) y las pirámides egipcias de Giza (2.600-2.400 a.C.), los vestigios conocidos más antiguos de la astronomía se encuentran en la región de Nabta, en Egipto, donde una construcción de piedras hecha entre el 4.500-4.000 a.C. marca con su sombra ciertos puntos específicos sobre el suelo. Los arqueólogos han denominado a estas rocas como el primer observatorio astronómico del mundo.
Y en la América precolombina fueron los mayas los que registraron las primeras observaciones del espacio desde el 3.000 a.C. Gracias a su conocimiento exacto del movimiento de varios planetas y de nuestra luna, así como de la estrella Polar y las constelaciones de Orión, Géminis y Las Pléyades, desarrollaron dos calendarios: uno religioso de 260 días y uno civil de 365 días.
Nuestro actual calendario, conocido como Gregoriano, también de 365 días, fue adoptado por la cultura occidental durante el Renacimiento.
Dada la experiencia que voy adquiriendo en la astrofotografía me permito a invitarles no sólo a ver videos maravillosos en las redes sociales, como la asombrosa producción del Museo de Historia Natural de Estados Unidos sobre el universo conocido (posible de apreciar en el video que se adjunta en esta nota); los desafío –especialmente- a mirar al cielo durante la noche, cada vez que sea posible, y a recibir en sus pupilas la luz de soles ancestrales que ha viajado millones de años.
Así estaremos disfrutando la belleza de nuestro pasado cósmico.
(*) El autor es periodista y un entusiasta astrofotógrafo. Su trabajo puede verse en AstroDesierto.cl Ha formado parte de importantes muestras como “Región de Antofagasta, portal al universo”, en la Universidad de Antofagasta.