El mayo del 68 francés marcó un hito universal. Miles de universitarios, burgueses y obreros enfrascados en una motín callejero que no poseía capitán ni timón, para desesperación no sólo de los comisarios y políticos, sino también para toda la horda de sociólogos y asesores que intentaron ponerle nombre a tal desobediencia juvenil.
A Barcelona, ciudad cosmopolita y privilegiada en cuanto a su acercamiento al resto de Europa, la influencia de tal movimiento espontáneo le tocó de cerca. Las réplicas no tardaron en llegar como históricas ondas telúricas.
Uno de los primeros capítulos de esta insurrección universitaria y juvenil en Barcelona la describe con todo lujo de detalles el director de la icónica revista Ajoblanco, José Ribas, en su libro «Los 70 a destAJO», publicado el año 2007.
En febrero de 1973 unos estudiantes de arquitectura fueron golpeados por la policía por estar reunidos dentro del campus en actitud disidente. Arquitectura ostentaba entonces el primer lugar en cuando a rebeldía y desobediencia, pero la facultad de Derecho, de la cual José Ribas era estudiante, no se quedaba atrás.
Por eso no tardaron mucho «los grises» (así se les llamaba entonces a los policías de la época, por el color de su uniforme) en arremeter contra la facultad de Leyes, «mientras el catedrático explicaba la diferencia entre homicidio y asesinato», y gritando como ganaderos entraron a porrazo limpio en el aula.
Los hechos se precipitaron de manera tal, que después de saltar por las ventanas y lograr reagruparse, se fueron todos a la Avenida Diagonal (que es donde están ubicadas las sedes de Pedralbes de la Universidad de Barcelona): «Por fin la calle era nuestra y éramos miles los que estábamos dispuestos a acabar con el franquismo».
Pese a todo, aquélla no fue la revolución definitiva. Con decenas de detenidos y algunos heridos, unos jovencísimos y cansados manifestantes se fueron a sus casas a cenar. De todos modos, ese día marcó un hito.
«Voy a montar una revista de arte y cultura”
La respuesta policial a tanta rebeldía fue durísima. Se rodearon las facultades con verdaderos cinturones de grises y espías, se detuvieron estudiantes sin pruebas ni cargos, las autoridades amenazaron con cerrar las facultades, las clases se suspendieron y una estudiante de primero de filosofía, María Luisa Tena, fue atropellada por un jeep policial que retrocedió para arrollarla mejor, rompiéndole el cráneo, la pelvis, las costillas y el fémur.
Pese al relativo buen funcionamiento de las múltiples organizaciones estudiantiles y obreras, la desazón era generalizada. La pandilla de Ribas decide hacer un viaje para pensarse un poco las cosas, para buscar fuerzas, ¿para huir? Quién sabe.
En compañía de los más afines, uniendo billeteras y coches destartalados se van por España, Francia, Italia, la ahora ex Yugoslavia y terminan en Grecia, en donde a uno de ellos le sacan una multa por beber leche condensada en un lugar público, debido a que esta bebida era considerada por las autoridades griegas apta solo para mujeres y quizás para mariquitas profesionales. Al menos la policía de España no era la más machista del mundo.
Durante este viaje Ribas se hizo algunas preguntas capitales (se comió el coco), que de alguna manera fueron el germen de la futura Ajoblanco: «¿Es posible crecer en una dictadura en donde los que me rodean estudian para perpetuarse en el poder y los que hablan de revolución sólo aspiran a alcanzar ese mismo poder?».
Descubrió también que acabar una carrera, dedicarse a la abogacía, casarse con la Cuca (su primer amor formal), montar un despacho, una familia y producir hijos no era el camino para él. La revista Ajoblanco estaba cada vez más cerca.
Se quedan sin un duro en Grecia (quizás por tomar demasiada leche condensada y pagar las consabidas multas). Quieren devolverse a Barcelona. Por suerte les sale al camino un tal Dallas Cottam, quien les presta el dinero para los pasajes a Barcelona, a cambio de quedarse unos diítas en la ciudad en casa de alguno. Trueque justo.
Un día, quién sabe cuánto tiempo después de retornar a Barcelona, Pepe Ribas se planta en medio de su cuadrilla de amigos y dice que tiene una confesión definitiva que hacerles. Tensión en el ambiente, risas e incredulidad.
«Voy a montar una revista de arte y cultura con quien quiera seguirme, fuera de los círculos de la facultad». Les dice que es necesario darle voz a esa juventud que está harta de lo que hay, de la gauche divine, de los Novísimos y de los marxistas, y que necesita expresar lo que siente y verlo escrito en papel impreso. De algún modo todos se dieron cuenta de que Pepe hablaba en serio y se pusieron manos a la obra.
El ajo pica siempre…
Para nadie es novedoso que si se tiene un enemigo muy claro, es muchísimo más fácil luchar y saber contra qué se lucha.
Para muestra basta revisar la propia historia chilena de los año 90 y comprobar el pasotismo que dominaba y domina ahora frente a la alegre vitalidad que nos movía en los últimos años de la dictadura, con perdón de los muertos. Triste realidad.
Para Ribas fue similar. El colapso de las universidades y la represión policial avivaron su interés por el anarquismo y estimularon su curiosidad «más allá de los límites de las culturas dominantes».
Comenzaron a deglutir autores: Gilles Deleuze, Jack Kerouak, Theodor Roszak, Herbert Marcuse, Tomás Moro, Maquiavelo, Aleksandr Solzhewitsyn, Félix Guattarri.
Pero como algo muy especial llevaban en sus macutos de guerrilleros urbanos un libro traducido por el filósofo catalán Paco Monje titulado «El antiedipo, capitalismo y esquizofrenia», que -ya de entrada- sonaba delirante e imponente.
¿Quién era el autor? Da igual. En el libro había una frase muy interesante: “La sospecha te permite seguir pensando». Llegaron a la conclusión de que no hay ideas absolutas, que todo es relativo y que hay que dejar fluir la libertad de pensamiento y acción de uno y los demás.
No sabemos si se plantearon entonces que éstas son las conclusiones que hay que sacar si se piensa, pero lo bonito es que llegaron ellos solitos a ellas. Y eran muy jóvenes entonces.
Mientras en el país se torturaba y asesinaba a sangre fría, en noviembre de 1973 hubo en Barcelona -en la comuna de Granollers- un concierto de uno de los mejores grupos de rock progresivo de la historia: King Crimson.
En palabras de Ribas «para muchos aquel concierto representó el pistoletazo de salida hacia una época nueva, espontánea y pasional. Un tiempo en el que la prensa y los políticos franquistas perdieron toda legitimidad y en el que algunos líderes marxistas empezaron a acariciar el pacto con el franquismo aperturista».
La música progresiva, el ambiente de apertura, de libertad que se respiró en aquel descampado de Granollers, sirvieron para que estos jóvenes unieran fuerzas y comulgaran entre sí: «La percepción fue apoteósica cuando el melotrón de Robert Fripp, la percusión de Bill Bruford, la voz de David Cross y el bajo de John Wetton se acoplaron hasta crear en el recinto una sintonía psicodélica: ¡Extasíate, sintoniza, abandona! El violín ascendente de Cross tuvo un efecto de catarsis para muchos de nosotros».
No mucho después nace el nombre de la revista.
«Entonces les dije con cierta solemnidad que había dado con el nombre de la revista: «Ajoblanco», la sopa más popular que existe en España. Ajo, almendras, aceite, sal, pan, agua, vinagre y granos de uva».
La declaración se la hizo Ribas a algunos colegas en el bar más canalla de entonces, el «drug store» del Liceo. A sus amigos catalanes y catalanistas por esencia, el nombre les pareció un tanto castizo, pero él les convenció, cerveza en mano, de que el ajo picaba siempre y que el de ellos picaría más que ninguno.
Otros estados mentales
En un libro titulado «Ponche de ácido lisérgico» -no mencionado por Ribas-, un periodista espectador narra las aventuras y desventuras de los pioneros de la psicodelia en Estados Unidos.
El protagonista es nada más ni nada menos que Ken Kessey y sus secuaces. Kessey, que estudiaba en una granjera universidad estadounidense y era –incluso- el capitán del equipo de rugby, se deja hacer de conejillo de indias del laboratorio de química de su universidad para ganarse algunos dólares por allá en los años 50.
Lo que le metían por la vena era LSD, una nueva droga no experimentada. El cambio en su sistema nervioso central (creemos que más para bien que para mal) fue brutal. Abandona la universidad, cae preso varias veces en un hospital psiquiátrico, escribe, el bueno de Kessey, «Alguien voló sobre el nido del cuco», novela que llegó a ser best seller y le propinó un oscar a Jak Nicholson por su interpretación del supuesto loco.
Con el dinero de los derechos de su obra, Kessey pudo financiar la compra de un autobús que pintaron junto a sus improvisados amigos de un montón de colores y formas imposibles ¿Por qué? Porque tomaban ácido mezclado con zumo de naranja y esos eran los colores y formas que veían. Entonces el LSD no estaba prohibido, no existía como droga ilegal en ninguna constitución. Nacía la generación sicodélica.
Algunos muchos años después, la revista Life (bajo órdenes gubernamentales) demoniza esta droga y la información se expande al resto del mundo, en donde más que asustarse, los jóvenes sentían que debían probarla a toda costa probarla, ¡ya!
La revista Blanco y Negro de Madrid, en mayo del 66, publica un artículo en el cual argumenta que «las drogas sicodélicas amplían el estado consciente y constituyen el instrumento mágico para atravesar las murallas culturales de muchos siglos y lanzarse hacia una vida psíquica libre y plena».
Que otra cosa podían hacer entonces las autoridades franquistas que cambiar la antiquísima «Ley de Vagos y Maleantes» de 1933 y adaptarla a los nuevos tiempos. Se creó entonces la «Brigada Especial de Control de Estupefacientes», la que sí penaba el control del LSD. Esta brigada era durísima, y entraba y salía en domicilios particulares a destajo encerrando en la cárcel a jóvenes por poseer ínfimas cantidades de achís para consumo propio.
De pasada la gloriosa Guardia civil de España se inquieta y ve fumaderos por todas partes. El resultado fue que los pelucones, barbones y mariquitas comenzaron a entrar a la cárcel con más asiduidad de la hasta entonces prevista.
Sevilla se transformó en una ciudad importante, no sólo como corredero de achís entre Marruecos y España, sino por la fusión entre el flamenco, la música marroquí con sus cadencias imposibles y el más duro rock local. De esta fusión nació el mítico grupo Smash, que pronto se dividiría, dejando herederos que sirvieron como puente entre el hervidero musical de Sevilla y la potencia económica emergente de Barcelona.
Así, bajo el sello «Gong» alentado por García Pelayo, surgieron grupos míticos como Triana, Pata negra, Kiko veneno, Alameda, Imán and Gualberto. Esta mezcla cultural influyó en las grandes capitales españolas dándole un nuevo giro al rock hispano de cualquier latitud y por ende fue la nueva bandera de los grupos libertarios, anarquistas y radicales.
«¿Por qué esta nueva revista?/porque no queremos una cultura de imbecilistas/porque estamos ya hartos de divinidades, sacerdocios y élites industrialculturalistas/ porque queremos intervenir, provocar, facilitar y usar una cultura creativa. Porque todavía somos utopistas/Porque queremos gozárnosla con eso que llaman cultura/Porque tenemos imaginación para diseñar otra, si ustedes quieren/Porque siempre hay un por qué que nos apremia y Ajoblanco intentará entenderlo y manejarlo a nivel revista/Porque Ajoblanco se sitúa fuera de los cenáculos de los grandes iniciados en el juego y el rito de pasarse la pelota cultural»…
Esta fue, por así llamarla, la primera editorial de la Ajoblanco. Así empezó, en una terraza de la Plaza del Pino (Barrio Gótico, Barcelona), a concretarse de manera definitiva la primera edición de la revista. En esa misma mesa de pauta improvisada los demás también sacaron a relucir sus ideas para artículos e incluso se leyeron unos a otros ensayos y crónicas ya avanzadas. Y así comenzaron a imprimirse los primeros números.
Ribas comenta en sus memorias que no mucho tiempo después de aquellos idílicos inicios: «Ni las áreas de la revista estaban delimitadas ni las responsabilidades de cada cual estaban claras. Practicábamos un asambleísmo espontáneo. Si yo hacía de coordinador era porque trataba de cubrir los huecos y que ningún cabo quedara por atar».
Muchos avatares pasaron por aquel joven e idealista consejo de redacción, nada que escape demasiado a la historia de todos quienes se han embarcado en la aventura de intentar un proyecto similar, con más o menos éxito. Hubo un momento en que a Ribas hasta se le pasó por la cabeza estudiar periodismo, pero tenía el temor -justificado para este humilde redactor-, que en la facultad le cercenarían su capacidad de imaginar y, además, le daba escalofríos escribir crónicas.
Para eso tenían a Fernando Mir, el único periodista licenciado de la Ajoblanco. Pero Ribas tenía inquietud, mucha inquietud. Le parecía que en el consejo de redacción había una obsesión exagerada por Catalunya y muy poco interés por el resto de España. En Sevilla se caldeaban cocidos riquísimos y Madrid estaba a punto de transformarse en el hervidero que sería pocos años después, en los ochenta, quitándole casi todo el protagonismo a Barcelona con lo que posteriormente se conoció como la «movida madrileña».
Pero al parecer Ribas no siempre encontraba apoyo a sus «intuiciones» y se le tildaba de «visionario». Lo que no suena mal ¿A que no? La primera de las crisis de la Ajo se veía venir también por ahí.
Aparte de todo, sus compañeros parecían estar muy enfrascados en las corrientes por así llamarlas «legales» de la izquierda: el marxismo, el trotskismo, el comunismo libertario y un largo etc. Así que se fue a la casa de su guía intelectual de entonces, Luis Racionero. Él le sugirió que llevara al consejo de redacción un libro titulado «El anarquismo en la sociedad de consumo» de Murray Bookchin, texto que situaba -según palabras de Ribas- «al marxismo en el florero del pasado».
Por la redacción de la Ajo comenzaron a desfilar un sinnúmero de personajes: universitarios ácratas, jóvenes libertarios y libertinos con ganas de juerga cultural y algunos complejos especímenes de dudosa ideología y sexo. Pero también desfilaron por la pasarela de la redacción verdaderas futuras estrellas del Olympo cultural.
Nos referimos, por ejemplo, a Antoni Tapies, a cuya fundación actual -que se encuentra en pleno ensanche izquierdo de Barcelona- hay que pagar para entrar y parece un verdadero museo- drug store atiborrado de souvenires para las hordas de turistas; Joan Brossa, Mariscal, el flamante diseñador del monito de las Olimpiadas de Barcelona de 1992 entre otras chucherías (Barceló), uno de los pintores más internacionales de España, y así una larga lista de personalidades, Almodóvar incluido. Todos jóvenes promesas en aquel entonces, seamos claros y justos.
Quizás por eso el debate de si ser «artista o artesano» estaba tan de moda dentro del círculo del AJO. Las conciencias ya temblaban ante el deseo y la ambición. «Para mí -afirma Ribas- la opción estaba clara. El verdadero artesano trabaja en comunidad, ama el oficio por encima de todo y es poco presuntuoso, con lo que difícilmente se deja utilizar por las multinacionales ni rebaja la calidad para vender cualquier artilugio a millones de consumidores».
Época de bombas
Mucha agua pasó bajo el puente. La extrema derecha dinamitaba literalmente ateneos y librerías libertarias. La Ajoblanco, que era una de las principales representantes de los movimientos de la contracultura y que en una ocasión había llegado a vender 100 mil ejemplares, recibía constantes amenazas de bomba. Pero la bomba menos inesperada llegó un día cualquiera de 1976, cuando la emisora con más audiencia de España abrió su programa con la siguiente noticia.
«España a las 8: EL Consejo de Ministros de abril del 4 de junio ha impuesto a don Ramón Barnils Folguera, en su calidad de director de la publicación periódica Ajoblanco, y como responsable de una infracción administrativa muy grave, la sanción de 250 mil pesetas (¡de entonces!), y a la empresa editora de Ajoblanco la suspensión del permiso de edición por un período de cuatro meses».
Fue el mejor regalo que le pudieron hacer a la Ajoblanco. El apoyo fue multitudinario. Se unió un público no radical ni necesariamente combativo a la lista de lectores. Tanto así que Ribas llegó a exclamar entusiasmado en su consejo de redacción: «Hay que aceptarse como esponja para ser el eco de la calle, que es lo que buscan los lectores»
En aquel entonces Barcelona vive una actividad frenética. Las Ramblas, más canallas que nunca, impone como reina al Pintor Ocaña, un travestido andaluz, cantaor de coplas y experto en performances. Una de sus mejores fue cuando divinizó a la famosa puta «María», una trabajadora alcohólica del sector, como virgen de la Semana Santa: alzada en un pedestal improvisado y con una botella de vodka en una mano y un crucifijo en la otra, la puta sonriente y borrachísima fue bendiciendo transeúntes al son de las coplas de Ocaña.
Escritores, travestís, putas, pintoras, intelectuales, actores, dirigentes obreros…Las Ramblas de Barcelona eran un hervidero, hasta que la policía comenzó a poner orden y a practicar detenciones arbitrarias que siempre terminaban sin multa ni penalización de ningún tipo por falta de pruebas. Aún así Ribas quería ampliar horizontes y comenzó a construir un puente con Madrid, en donde se encontró con un sinfín de colegas más «periodistas» y con el apoyo del periódico El País, que encontraba necesaria una publicación joven de tirada nacional como la Ajoblanco.
Pero aún faltaba para ello. En Barcelona se seguían tejiendo festines, como las jornadas libertarias realizadas en un parque y bajo la afluencia de miles y miles de personas. Esa noche el bosque se transformó en un inmenso motel ¡Viva el amor libre! Gritaban algunos. Otros se escandalizaron, pero así andaba el patio, a bombazos.
Muerte en Menorca…
Finalizadas las jornadas libertarias decidieron hacer una reunión del equipo nuclear de la revista en Menorca, una idílica isla de progres ubicada cerca de España, en el Mediterráneo. Ahí fue a morir, como los elefantes viejos, el primer equipo de la Ajoblanco.
El esplendor en la hierba nunca más iba a florecer como entonces. Por divergencias ideológicas, sexuales, de intereses, de miras al futuro, por apetencias laborales, porque uno quería irse y montar una colonia hippie, porque otro estaba cansado de aquél, etc., etc.
El caso es que se quedaron como únicos miembros del antiguo equipo José Ribas y Toni Puig: «Así fue como se evaporó el equipo que había levantado un imposible. Así matamos la mejor época de nuestra historia. En ocasiones me pasaba por la cabeza fulminarme a mi mismo…la ingenuidad, que tan a favor había jugado en nuestra historia, había desaparecido ¡Maldito temor!», anota Ribas en el libro.
Pero la revista siguió adelante ¡Y cómo! Justo en aquella época un grupo importante de intelectuales de París habían escrito un manifiesto denunciando la represión y el fascismo democrático que se batía sobre Europa. Eran nada menos que Jean Paul Sartre, Michel Foucault, Félix Guatarri, Gilles Delleuze y Philipe Sollers entre otros de prestigio. Se denunciaba -principalmente- la censura y el ataque directo o indirecto a publicaciones libertarias y de carácter ácrata o simplemente independientes. Todo era peligroso para la Europa de entonces.
Los movimientos libertarios fueron reprimidos, comenzaron a nacer con más fuerza los Ateneos y las casa Okupas, el nihilismo promulgado por los Sex Pistol y la nueva droga dura (heroína) socavaron las neuronas de muchos de los que antes fueron jóvenes rebeldes.
La CIA importó a Europa su famoso método de integrar la droga dura en las bases rebeldes para destruirlas del todo como hicieron con grupos radicales estadounidenses como los Black Panthers. El panorama se puso duro, pero ¿cuándo se lucha mejor sino?
La Ajoblanco resurgió, aunque nunca de las cenizas pues jamás se incendió. Y José Ribas, aunque un tanto remolón, nos hace sospechar que seguirá contando la historia política reciente de Catalunya y España, a través del recorrido de Ajoblanco. Ánimos Pepe Ribas y ¡Salut!
** «Los 70 a destAJO»/ Primera edición: Mayo del 2007, RBA Libros. Reedición 2011, Booket (Planeta)