Curioso lo que sucede con los fieles devotos de la saga de Star Wars. Porque conociendo hasta el más escondido detalle de este evangelio, sabiendo el final de la historia, siempre hay expectativas en torno al desarrollo de los acontecimientos que posibilitaron la historia.
Sucedió con el “Episodio III: La Venganza de los Sith” en que se sabía que Darth Vader -ex Anakin Skywalker- debía lidiarse con Obi-Wan Kenobi para terminar encerrado en su clásica armadura. El interés era presenciar el cómo y el dónde, los versículos precisos con los que se construye el relato.
Algo similar sucede con “Rogue One: Una Historia de Star Wars”, cuyo argumento central es el cómo y el dónde los Rebeldes consiguen los planos de la monumental Estrella de la Muerte para hacerlos llegar a la Princesa Leia.
El argumento de la historia es conocido por los seguidores de esta religión desde el mismo estreno de la primera cinta, en 1977. Pero el evangelio va aumentando sus páginas con el paso de los años.
Tal vez esto de saber dónde está la meta, pero sin conocer la ruta para llegar a ella, es una ventaja para los devotos de Star Wars por sobre sus pares de otras congregaciones, como las de Harry Potter o El Señor de los Anillos. Estos últimos, después de devorarse los respectivos libros, su expectativa ante la pantalla grande es, además de ver en carne y hueso lo que construyeron con la lectura y la imaginación, el apreciar cuántas diferencias hay entre lo que sale de la imprenta y las imágenes que surgen desde el proyector del cine.
Con ese marco, quienes ya han visto esta entrega del Nuevo Testamento Galáctico no encuentran palabras para definir la nueva historia. “Épica”, “Gloriosa”, “Bacán”, “Legendaria” y “Excelente” son sólo algunos de los adjetivos que se escuchan a la salida del cine o se leen en las redes sociales.
Sin cometer sacrilegio, y rogando por no toparme con algún fundamentalista, personalmente me atrevo a expresar que es la mejor de toda la saga. Aún por sobre “Episodio V: El Imperio Contraataca”, considerada por la mayoría como la más sobresaliente.
Y es que en “Rogue One: Una Historia de Star Wars” nos topamos con un Nuevo Testamento cuya casta de héroes dista de los prístinos constructos del Antiguo Testamento de Star Wars. Aquel al que nos tiene acostumbrado Luke Skywalker, la versión galáctica de próceres mitológicos como Hércules, Teseo o Perseo con una niñez sufrida pero con un destino glorioso trazado por el destino.
Ahora se trata de una banda de renegados, con bemoles marcados, con tejado de vidrio que escandalizaría a la más puritana de las vecinas del pasaje. De hecho, Cassian Andor (Diego Luna) asume su pasado como asesino para cumplir con la causa en contra del Imperio.
Y la protagonista Jyn Erso (Felicity Jones) tiene un nada de envidiable prontuario como ladrona, por lo bajo, antes de ser reclutada por la oposición al Imperio. Son ellos los que mantienen la fe en el movimiento: “Toda rebelión comienza con una esperanza”, dicen.
Si a eso se le agrega un antagonista como Orson Krennic (Ben Mendelson) que, aparte de cazar a los rebeldes, debe lidiar con la tensión y nerviosismo que le produce la desconfianza de sus superiores -incluyendo a Vader- se tiene la base de un cóctel explosivo.
El cuadro se completa con secuencias de acción que muestran lo crudo de un nuevo enfrentamiento entre las fuerzas oscuras y las otras. Porque la lucha entre el bien y el mal no es sólo una lucha de espadas y frases maneadas como “ríndete”, “este será nuestro enfrentamiento final” y derivadas.
Aquí se muestra el lado crudo de la guerra. Con dudas, con traiciones, con discusiones, con muertes. No todos son amigos, no son yuntas -como Han Solo y Chewbacca- o integran la familia unida que pelea unida (Luke y Leia Organa). Pero les une la causa y la tarea que deben cumplir, con algunas secuencias de oro al estilo de las mejores películas bélicas, con la coronación que se aprecia en la batalla final. La mejor batalla de la saga, qué duda cabe.
Todo lo anterior se une al sacrificio y redención de los personajes centrales, completando el panorama para el más exigente paladar del seguidor de la serie. Es, se insiste, el Nuevo Testamento de Star Wars que ha llegado.
Por todo ello no es gratuito aseverar que la vara quedó alta para los dos episodios que restan de la historia central. Porque después de Rogue One, la saga deja de ser un juego de niños. Se torna oscura, adulta, devolviendo totalmente el sabor legendario que se disfrutó con “Episodio IV: Una Nueva Esperanza”.
Tampoco es la historia que aspiraba a superar otros evangelios que se sucedían en las antiguas matiné dominicales como Flash Gordon o Buck Rogers. Ya no es sólo la lucha de los buenos contra los malos, es la reafirmación realista que la opresión se combate con rebelión teñida de heroísmo. Pero heroísmo verdadero, no ése de cartón que le gusta a la industria hollywoodense tan llena de lugares comunes. Es la Buena Nueva que ha llegado…
Buena Nueva que empuja a renovar los votos de fidelidad para quienes son devotos de esta historia. Porque el camino revelado -y que lleva a esta nueva meta anunciada hace casi cuarenta años- muestra también que Luke Skywalker parece perder rating. Se lo empiezan a quitar Jyn Erso y Cassian Andor.