Miguel Vera Cifras, del programa radial “Holojazz”, que cumple casi veinte años: “Entendemos la diversidad del jazz en Chile y no la ocultamos”

Todo un récord es el que ostenta el Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica chileno, Miguel Vera Cifras: durante dieciséis años ha conducido y encabezado el programa “Holojazz”, a través de las ondas de la radio de la Universidad de Chile, en el 102.5 del dial FM.

Junto a un eficiente equipo conformado en diversos tiempos por Cristian Cisternas, Ivo de la Rivera, Nancy (Jazmin) Betancourt,  Víctor González, Alberto Reyes y Arturo Pozo, el espacio ha propuesto el concepto del «jazz sin corbata, el jazz sin etiquetas», cuya principal base se encuentra en el respeto hacia la diversidad.

Dentro de eso, el programa ha sabido ser completamente natural, juntando desde el primer minuto el pan con la sal, de un extremo a otro en el espectro jazzístico sonoro, sin esconder las amplísimas posibilidades que hoy ofrece este género rico en mezclas y pródigo en variedad de sabores.

Al aire todos los días miércoles de 22.00 a 23:00 horas, «Holojazz» tiene su público,  al que ha sabido cultivar y con el que ha sabido dialogar, tomando siempre en cuenta sus opiniones y sugerencias.

En esta conversación, Vera Cifras explica los orígenes del programa, los hitos vividos y la razón de su particular nombre.

El conductor y fundador del espacio ha sido también un permanente gestor de proyectos académicos en torno al jazz,  participando en diversos congresos de musicología en Chile y el extranjero. Posee escritos en los medios especializaddos «Jazz Urbano» y «Papeles de jazz», entre otros

 

Miguel, el programa ya lleva casi dos décadas en el aire, siendo uno de los pocos espacios que hay en el dial para este tipo de música en el país. ¿Dónde está el secreto?

– Desde su fundación el programa ha tenido como idea-fuerza “El jazz sin corbata, el jazz sin etiquetas”, con lo que queremos representar la necesidad de gozar de esta música sin las formalidades del elitismo o las limitaciones de género, tanto musical como sexual.

La corbata es un ícono masculino de vestir, un accesorio de poder, representa en el ajuar social una distinción de género. Ante ello, hemos querido dar espacio a expresiones interdictas para el circuito más purista, ese que nos ha ignorado sistemáticamente durante este tiempo.

Hemos querido ser parte de un corazón sonoro que albergue tanto al jazz oficial como al jazz marginal, subalterno y hasta quiltro, pero vivo y propio, incluyendo en ese concepto desde los músicos chilenos residentes en otras latitudes, los músicos que han encontrado su origen en y desde el exterior, hasta el tarareo del asistente a un festival o encuentro en la sala Thelonious.

En nuestro concepto, no puede haber música sin comunidades. Escuchar la voz de las comunidades –sean músicos, mediadores o el público- es parte de nuestro manifiesto sonoro del jazz, cuya retórica involucra -además de un espacio cultura- una diversidad de textos que dialogan.

Estos textos son el cine, la danza, el teatro, la espiritualidad, las formas de vida, las experiencias. Pero también las comunas no tradicionales del jazz oficial –más allá de Providencia y Ñuñoa- las mujeres, los pobladores, las regiones.

Creo que una razón de lo que me preguntas es que hemos ido aprendiendo a entender la diversidad del jazz en Chile, sin negar las tensiones ni diferencias existentes, sino que también las hemos hecho participar…

¿Y cómo surge la idea, cómo se fue formando hasta llegar a ser lo que es hoy?

– Una mañana de noviembre de 1999 recibí un llamado de mi entrañable amigo Cristian Cisternas, quien dictaba una cátedra de Literatura en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile.

Me invitaba a que presentáramos un proyecto para la franja estudiantil que la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (Fech) había conseguido en su radio para el año siguiente. Entre las 11 y las 12 de la noche iría un segmento radial que pretendía ofrecer cada día un proyecto o programa distinto al aire. Ahí presentamos la idea de “Holojazz”.

Cristian Cisternas, Ivo de la Rivera, Nancy (Jazmin) Betancourt y yo iniciamos en marzo del año 2000 este proyecto.

Pese a que en los primeros años iba de 12:45 a las 1:30 de la mañana, el programa fue sumando sintonía y transformándose en el espacio más importante dedicado al jazz chileno de cuantos han pasado por la radio, ya que en todo este tiempo ha sido el único dedicado exclusivamente a los músicos de jazz locales.

¿Cuál es la verdadera relación de la serie de ciencia ficción “Star Treck” con “Holojazz”?

– Ja, ja, ja…. Es bastante cercana, la verdad. El nombre deriva del término “holodeck”, entendiendo por éste una tecnología que sólo existe en esta serie.

Se trata de un cuarto a bordo de la nave Starship Enterprise que crea entornos recreativos para la tripulación durante sus largas estancias en el espacio. Utilizando hologramas y campos de fuerza, holodeck simula cualquier cosa, por ejemplo, un club de jazz de New Orleans.

Y como fanáticos de la serie, nos gustó esta idea con Cristian Cisternas. Decidimos bautizar nuestra nave como “Holojazz”, una palabra griega y recolonizada, armada desde el imaginario de un traslado virtual hasta un lugar de jazz. No fue por ningún cultismo como pudiera pensarse. Pero sí es un nombre raro para juntarlo con esta música, no existe en ningún otro país…

¿Cómo explicas la existencia del programa en la tradición de espacios radiales dedicados al jazz en Chile?

– Mira, programas de jazz han existido en Chile desde las primeras décadas del siglo XX y siguen existiendo, pero prácticamente en su totalidad han sido enfocados al jazz internacional, ya sea norteamericano o europeo.

Espacios radiales de jazz hecho por chilenos sobre sus temas y asuntos han sido –la verdad- escasos, por no decir inexistentes. “Holojazz” tiene el mérito, entonces, de ser pionero en este terreno.

Ante ello rescato la claridad que siempre tuvimos sobre este punto. Con Cristian Cisternas, por ejemplo, estudiamos Licenciatura en Literatura en la Universidad de Chile y ahí nos hicimos amigos. Aunque nunca pensamos que haríamos radio y que nos involucraríamos tanto con este medio, siempre nos interesaba esta música y lo que pasaba en Chile con ella.

Por eso, desde la primera temporada supimos hacia dónde teníamos que mirar. En eso también fue fundamental la presencia de Nancy (Jazmín) Betancourt, quien resulta clave para precisar la línea editorial a largo plazo del programa.

Lo esencial es que nuestro espacio trata de entender la dinámica del jazz chileno con todas sus mezclas y remezclas, sin ocultarlas, sin maquillarlas. Tal como hemos dicho desde el principio, sin etiquetas…

Es una pregunta típica, pero también inevitable. ¿Hay hitos que se destacan en todos estos años del programa?

– Bueno, sin duda que las lluvias que nos mojaron muchas veces cuando el programa se transmitía de las 12:45 a las 1:30 de la madrugada en los primeros años. Entonces nuestra sintonía estaba en los hospitales y postas, en los retenes de carabineros, las farmacias de turno, los taxistas: era una audición de trasnoche increíble.

Una vez, mientras tocábamos un tema de Armstrong al aire, nos llamó un auditor desde un taller de zapatería que trabajaba a esa hora y nos dijo: “Oiga el programa esta ré bueno, aquí a todos nos gusta el charleston”. Y, claro, para ellos eso era el jazz.

Otra vez nos llamó el presidente del Banco Interamericano del Desarrollo, a quien también le gustaba el jazz y nos felicitó por el espacio.

Otra cosa que recuerdo fue cuando empezaron a llegar unas cartas muy poéticas y profundas sobre esta música y sus figuras internacionales. Las comentamos alguna vez en el programa, pero no conocíamos al remitente.

Un día aparece tras el vidrio del estudio un señor de pelo largo tomado en un moño, quien durante un tema al aire abre la puerta y me dice “hola, mi nombre es Víctor González. Estuve doce años preso político en la Cárcel de Alta Seguridad y ahí dentro escuchaba el programa. Yo les mandé varias cartas y éste es mi primer día libre y vine a verlos con mi hijita, a quien no veía desde todo este tiempo”.

Fue realmente emocionante, lo invité a pasar y volvimos al aire con él. Resultó ser una persona muy culta en el jazz, que estudiaba sociología desde el interior de la prisión y con el tiempo llegó a ser un panelista del programa.

Los panelistas y productores que me acompañan hoy -Arturo Pozo y Alberto Reyes- también tienen historias singulares. El primero, uno de mis más cercanos amigos, ha sido fundamental. Baterista, me acompaña en la producción y me ha suplido en la conducción cuando no he podido estar; el segundo, es -sin duda- un personaje reconocido y querido por muchos músicos a quienes ha trasladado en su taxi, apoyándolos también desde “Maipurojazz”, programa que condujo algún tiempo en su comuna de Maipú

Ah, por supuesto que otro hito son las visitas de músicos ilustres que han sido muchas y todas muy valiosas. De los nombres chilenos, han estado todos. Viejos, jóvenes, mujeres, niños, de todas las edades y posiciones dentro de este género en el país.

Finalmente, Miguel: ¿Cómo aprecias la situación del jazz hoy en Chile?

– El jazz es hoy un circuito cultural muy heterogéneo y en expansión, potente y prometedor dada la cantidad y calidad de sus músicos, la oferta de lugares para tocar -que son muchos- y el público cada vez más dispuesto a llenar los conciertos y festivales que se dan en diversas comunas y localidades del país.

A veces se ha diversificado y ampliado tanto, que hasta la expresión misma de “circuito” parece anacrónica. Pareciera que ya no existe “un” sólo circuito de jazz sino que una red de conurbaciones, interferencias y conexiones entre los diversos géneros de música; de hecho el llamado jazz “puro” no se practica sino de modo excepcional y muy pocos músicos se declaran jazzistas a secas.

Entonces, no se trata de que haya crecido el mismo circuito de antes sino de que éste ha cambiado sustancialmente su fisonomía. El Club de Jazz como concepto está en interdicción y en suspenso, son muchos más los proyectos multigenéricos que los puros, hoy el jazz se toca en lugares que no son exclusivos de este tipo de música.

Como sea, lo bueno es que se trata de un campo cultural que crece y desea expandirse más de lo que ya lo ha hecho hasta ahora.

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