
(*) Julio Espinosa
La semana pasada colgué diversas informaciones sobre Venezuela en mi Facebook personal y esta semana iba a proseguir, pero creo que ya tengo una visión bastante clara de lo que allí ocurre. Lo que iba a comenzar colgando era información de cómo era Venezuela antes del chavismo. La verdad es que la información que hay no es totalmente fiable. Sí son fiables las estadísticas previas.
Venezuela era el país más rico de Latinoamérica. Era, también, el país con mayor desigualdad, con desabastecimiento, una inflación por las nubes, una deuda país del 100% y una violación sistemática de las garantías constitucionales -incluidas numerosas muertes- que beneficiaban a la parte más reducida de la población, aquella de la que provienen los actuales líderes de la oposición.
Mi idea era colgar alguna información que también contrastara esto que digo. A lo sumo he encontrado textos que dicen que «no era para tanto», que Venezuela era un país de oportunidades, que te podías enriquecer si querías y luchabas por ello.
Pero lo que queda claro es que ni entonces ni ahora era un paraíso y que corrupción siempre ha habido, con gobiernos de izquierda o de derecha, y que la actual «oposición democrática» no tiene precisamente un historial democrático, pero, eso sí, tenían un pasar mucho mejor hace casi dos décadas.
Esto no quiere decir ni que Chávez ni que Maduro lo hayan hecho bien. También es cierto que, especialmente, Chávez recibió un país destrozado y endeudado a más no poder. Por tanto, es muy probable que la actual crisis sea el resultado de unas decisiones inadecuadas con más de cuatro décadas de historia, acumulación de despropósitos que iba a estallar gobernase quien gobernase.
Pero, ¿cuál es la solución entonces? Lo evidente dice que Maduro no lo es, y una justa crítica de la situación dice que tampoco lo son los líderes de la oposición, pues su historial, su pasado, no da garantías de un gobierno democrático. ¿Qué debería suceder, entonces?
En todos los países existen hombres justos, ponderados, con sentido de la democracia. Gente formada que, por lo general, está lejos del mundo de la política partidista, pero que es parte fundamental de la sociedad. Indudablemente este es el paso. Porque Venezuela va a seguir dividida si el poder continúa con los chavistas o pasa a los líderes de la derecha. La historia se repetiría, bien lo dice la fábula del escorpión y la rana.
La pregunta esencial es si las partes están dispuestas a ceder su poder -ambas lo tienen y grande, aunque parezca que solo lo tiene el actual gobierno- a gente que lo puede hacer mejor que ellos y que no pueden/no deben ser elegidos democráticamente, sino por la evidencia de sus méritos civiles y privados, previo acuerdo de país.
Entonces es cuando surge la reflexión más alarmante: ¿estarían las partes en conflicto dispuestas a sentarse a acordar estos nombres? Creo que la respuesta es triste. No.
El actual gobierno porque piensa que el único camino de no repetir la historia de las administraciones derechistas es imponer sus tesis. La derecha, en la oposición, porque se ve a punto de recobrar su antiguo poder y con más fuerza que nunca, apoyada por los poderes económicos internacionales para «pasar la aplanadora» como lo hacía antes, convenciendo al pueblo de que es «necesario» para que Venezuela vuelva a la estabilidad.
Un consejo de sabios que dirima el destino del país no sería lo mejor ni para los amigos del chavismo ni para los amigos del capital, pero sería lo mejor para el pueblo venezolano. Lamentablemente, creo que nadie está dispuesto a dar ese paso.
(*) El autor es poeta y escritor chileno residente en Zaragoza, España. El año 2011 recibe el Premio Fundación Pablo Neruda, gracias a su trayectoria que -a la fecha- incluía los premios Villa de Leganés (por “Las metamorfosis de un animal sin paraíso”, 2005) y Sor Juana Inés de la Cruz (por “NN”, 2007). El año 2013 publica bajo el sello Alfaguara su novela “La fría piel de agosto”.