Joaquín Sabina: El Arjona de los que tienen posgrado

Las letras de Joaquín Sabina no sólo poseen una precisión notable, sino que -en conjunto con sus arreglos musicales- adquieren una dimensión extraordinariamente desgarradora. Escuchar a este admirador del estadounidense Bob Dylan y del francés George Bressans, es encontrarse de tú a tú con la vida. Sin colchones, sin cobijas, sin concesión alguna.

“Hace diez años que tengo cuarenta años”, es una de sus tantas frases célebres. Y es que las arrugas que surcan su rostro, su delgadez y su voz aguardentosa, son el sello más característico de este hombre que vende discos como loco aunque aclara que -agradeciéndole al público su apoyo- «me debo a mi conciencia”.

En Chile se hizo conocido en 1993 con su tema “Y nos dieron las diez”, probablemente una de las canciones menores en el extenso repertorio de Sabina. El éxito posibilitó que se presentara ese año en el Festival de Viña del Mar, aunque con un éxito discreto.

Sin embargo, ahí el hispano impuso su calidad con un show poderoso, donde sobresalió su “Pastillas para no soñar”, lejos –quizás- uno de los mejores temas que ha escrito. Gran amigo de sus paisanos Joan Manuel Serrat y Luis Eduardo Aute, Sabina es un tipo especial. No sale de día, le gusta el smog, el trago, la conversación y los bares. Especialmente los bares.

Y si hay algo que agradecerle a este viejo zorro es su consecuencia. Claro, porque a pesar de los años, del libremercado y de las religiones de ocasión, Sabina no ha tenido otro credo que sus canciones desgarradoras, que hablan de perdedores, de sueños incumplidos y de héroes mundanos.

Así es este bohemio, que lee a Neruda, Parra, Lihn y Vallejo, entre otros notables poetas sudamericanos.

Páez/Sabina, la sociedad que no funcionó

Ídolo en España y en Argentina, es en este último país donde Joaquín Sabina ha entrado más fuerte en Latinoamérica. Incluso, el versátil Andrés Calamaro no tuvo problemas en reconocer que “daría cualquier cosa por componer una canción como Princesa”, la que pertenece a la larga lista de autoría “sabinesca”.

También allende Los Andes trabó una intensa amistad con Fito Páez, que los llevó a la aventura de realizar un disco en conjunto. Sin embargo, la fuerte química que conllevó el trabajo en cuestión, llamado con encantadora premonición “Enemigos Intimos”, terminó por alejar definitivamente a un par que parecía indestructible.

“Lo que pasa es que ese disco terminó siendo más de Fito que mío, por la personalidad avasalladora que él tiene”, fue una de las pocas confesiones de Sabina acerca del rompimiento del tándem que revolucionó Buenos Aires en 1998, cuando al proceso de grabación del LP se sumaron las colaboraciones de jóvenes intelectuales, como el escritor Rodrigo Fresán. Ejemplo de esa locura desatada fue el tema “La canción de los (buenos) borrachos”.

 

“Y no sé que le pasó a Joaquín, porque después del disco nunca más hablamos, además que a Sabina no le gusta conversar por teléfono”, fue la críptica explicación de Fito Páez para el estruendoso alejamiento de dos talentos de la música iberoamericana.

A pesar del traspiés, éxito de Sabina en el país trasandino no decayó y tras su experiencia fallida con Páez, el español se las arregló para poner su LP “19 días y 500 noches” en todos los ránkings argentinos.

La particular relación con Chile

Aunque ha aumentado su popularidad en el país, Sabina es más bien de un perfil de élite, que ha visto en este caradura, una vía de escape ante las rimas consonantes forzadas y de dudoso gusto del guatemalteco Ricardo Arjona.

Porque hay que ser francos: Arjona vende como pan caliente, da recitales durante una semana corida en Chile. Pero el hispano se ubica en otro nivel de composición. Por eso se dice, medio en broma y medio en serio y con un dejo de prepotencia sarcástica, que Sabina es “el Arjona de los con posgrado”.

En su enigmática relación con Chile, resulta inolvidable el críptico encuentro de Patricia Maldonado con el español en el programa de Canal 13 “Noche de ronda”, en 1997. Sólo al desaparecido director televisivo Gonzalo Bertrán se le podía ocurrir juntarlos en un set de TV, bajo la conducción de…Raúl Alcaíno.

Determinar quién de los tres estaba más fuera de foco con sus contertulios, es un acertijo. Pero ahí Sabina, al menos, dio a conocer sus postulados –ante la mirada un poco consternada de sus eventuales compañeros de set- acerca de los bares, del smog, de la vida en la ciudad, y del mundillo nocturno que él tanto admira. Y practica.

Pero, más allá de la extraña anécdota, el mercado chileno ha tenido de dulce y agraz para este caradura artista español. En cierto sentido ha seguido la misma suerte de su compatriota Luis Eduardo Aute, quien a pesar de su calidad, jamás ha tenido relevancia en las radios nacionales.

Sin embargo, a diferencia de Aute, Sabina es campliamente reconocido en Chile. Sus presentaciones recientes conocen el éxito, ya sea en solitario o acompañado.

 

Por estos lares se reconoce en Sabina a un autor que escribe con una pluma afinada. Llega, duele, marca. Sus arreglos musicales son sencillos, sin la fanfarria ni la parafernalia de su ex amigo Fito Páez, quien en “Enemigos Intimos” terminó imponiendo su discutible criterio.

“Me han traído hasta aquí tus caderas, no tu corazón”, canta el español en el certero tema “Peor para el sol”, que se convierte en una sentida declaración de principios del amor medio «malulo».

Son muchos sus versos notables. Son muchas sus canciones inolvidables. Su voz aguardentosa ya es clásica, pero el viejo Sabina no se duerme en los laureles y sigue publicando discos, haciendo conciertos y giras y -sobre todo- apurando cervezas en Buenos Aires, Montevideo, Lima o Ciudad de México. En el país del norte hasta se las ha dado de revolucionario conociendo al mismísimo subcomandante Marcos.

Ahí esta Joaquín Sabina. Hasta que la fiesta no acabe. Hasta que la noche no agüante más. Hasta que la realidad no dé para más. En definitiva, hasta vaciar la última copa…

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