“El libro en papel se siente cálido en las manos”, “el libro de papel tiene un aroma delicioso que lo hace único”o “resulta impensable reemplazar un libro de papel por un frío aparato electrónico” eran sólo algunas de las opiniones que señalaba cuando en mi entorno se hablaba sobre la lectura digital.
Por eso, debo reconocer que mi primera aproximación con ella es más bien fruto de una lamentable combinación entre ignorancia e intransigencia. Sostener un aparato electrónico entre las manos me parecía una especie de atentado a la cultura.
Pero el tiempo, inexorable como siempre, se encargó de horadar aquella dura posición: a mi alrededor, comenzó a aparecer gente con un aparato “de esos” en sus manos: primero en los aviones, luego en los trenes, más tarde en el Metro y, por último, en los autobuses.
De a poco las argumentaciones de “los adictos” hicieron su trabajo y terminé de convencerme cuando publiqué mis primeras obras en internet. Desde entonces ha pasado un buen tiempo y la experiencia personal me llevó a compartir el desarrollo de este tipo de publicación con mi hija y luego con otros escritores.
Lo increible es que junto a ella fundamos luego la agencia “Aguja Literaria”.
En mi último viaje a Europa llevé conmigo un Kindle. En él cargué lo que me interesaba leer, además de lo que probablemente no alcanzaría, y trabajos rescatados de mi ordenador. Cabe decir que el espacio libre permitía incluir además una biblioteca inmensa.
Debo reconocer que para nada eché de menos la supuesta calidez de los libros, ni ese “magnífico” olor del papel. Por el contrario, llevaba todo lo que me interesaba trasladando un peso mínimo, que me permitía leer sin importar la luz en el ambiente: de noche sin molestar a mi acompañante en un asiento o la cama, a pleno sol sin importar su intensidad…
Hoy reflexiono ante mi tremenda ignorancia y me alegro de haberla abandonado en un recodo del camino. Lo más divertido es que sostener un libro de papel en las manos hoy se me hace extremadamente ingrato. Y cuando escucho a alguien hacer aquellas comparaciones entre un libro y un Kindle, me permito dejar salir una risilla, y evito pensar respecto a su ignorancia.
Luego de mi viaje, he vuelto más convencido que nunca de la importancia que Aguja Literaria tiene tanto en el fomento de la lectura, como en la necesidad de los escritores de contar con métodos innovadores que les permita dar a conocer sus obras.
Esto fue tema de muchas conversaciones y descubrí que la realidad chilena respecto a la dificultad de publicar para la mayoría de los escritores no era propia de mi país, sino de muchos otros; no me atrevo a decir de todos, porque carezco del conocimiento suficiente para lanzar tal apreciación, pero sí al menos para los latinoamericanos.
Por lo que que sabido de Argentina y Colombia creo que Aguja Literaria no debe demorar en abrirse a escritores de dichos países.
Por eso es que, ante los desafíos de la literatura, ¡bienvenida la tecnología bien utilizada! Y felices quienes han aprendido a usarla en beneficio propio y de quienes les rodean. El mundo actual es para vivirlo hoy y no descansar sobre los algodones de un pasado que se sumerge en la ignorancia.