Ya transcurridas las elecciones en Chile, hay que reconocer que la derecha nunca se puso nerviosa tras la primera vuelta. A pesar de que todos los votos «no-Piñera» daban una cifra superior, en el sector mantuvieron la templanza, apostando a que esa suma nunca se iba a dar en la realidad.
Es un poco extraño el comportamiento electoral de los chilenos en tan sólo un mes. Esa cantidad de votos «no-Piñera» daban pie para pensar que el país estaba a favor de las reformas puestas en marcha por el actual gobierno y que -ante eso- el candidato oficialista debía recoger más o menos fácil un fuerte apoyo, en el entendido de que siempre planteó que ese camino se iba a profundizar bajo su mandato.
Pero -claro- ni Guillier ni nadie ha tenido nunca el mismo ángel de Bachelet el año 2013 y -tal como le pasó a Eduardo Frei Ruiz Tagle en las elecciones de 2009/2010- el llamado «fuego amigo» fue el que lo terminó debilitando, frente a una candidatura de derecha que recibió inmediato apoyo de todas sus corrientes.
El resultado final, sin embargo, sorprende por la intensa diferencia: 54% para Sebastián Piñera y 45% para Alejandro Guillier. Y contrario a toda la literatura existente en ciencia política, aunque votó más gente que en la primera vuelta (7 millones en la segunda votación y 6 millones 700 en la primera), el candidato de derecha ganó igual.
Todo eso, en un marco de abstención realmente preocupante. Cuando Bachelet ganó la elección pasada, obteniendo más del 60%, todos en la derecha acusaron que lo hizo con casi el 25% del electorado total. En esta oportunidad, Piñera gana bajo ese mismo contexto: sólo un cuarto del universo electoral se moviliza para votar. La crisis en ese sentido es seria y profunda. Pero ahora ni la derecha ni los medios analizan el punto.
La duda que se cierne para el análisis es tratar de entender qué ocurrió entre la primera vuelta y la segunda, para que esa mayoría de votos «no-Piñera» resultara incapaz de plasmarse en el escrutinio final.
En términos estratégicos, la derecha actuó casi por manual. No sólo se aglutinó inmediatamente terminada la primera vuelta, sino que fortaleció su mensaje, poniendo en juego tres ideas fuerza en la ciudadanía: 1) el desempleo va a seguir profundizándose en el país; 2) Chile se va a transformar en una segunda Venezuela; y 3) Gullier es un flojo y Piñera si bien es un «pillo», genera dinero.
A ese esquema central, sumó otras jugadas sorprendentes, muy propias del estilo agresivo con el que Piñera hace sus inversiones económicas: sin ningún empacho renegó de todo lo que dijo antes y se sumó con entusiasmo al concepto de gratuidad en educación superior, centrándola en la educación técnica.
En cualquier lugar del mundo en donde exista prensa independiente, este cambio ideológico profundo («la educación es un bien de consumo», «los padres deben hacerse responsables de la educación de sus hijos, pagando» había dicho Piñera en primera vuelta), hubiese sido razón suficiente para hacer tambalear su candidatura.
Pero como en Chile no existe prensa independiente, el tema no pasó de ser un detalle y más importante fue sacarle al candidato Alejandro Guillier la frase «para siempre» con respecto al fin del CAE (Crédito con Garantía Estatal) para el 40% más pobre, en pleno debate televisivo.
En la centro izquierda las cosas nunca estuvieron claras, para ser rigurosos. Quizás la principal razón política de la derrota está en el fuego amigo. La actitid separatista de la Democracia Cristina, primero, que impidió la realización de primarias e ir en una sola lista parlamentaria; y la no concreción de acuerdos importantes con el nuevo eje de izquierda Frente Amplio -luego- deben ser los motivos inmediatos más claros de esta realidad.
El Frente Amplio actuó siempre como si hubiesen sido elegidos a pasar a segunda vuelta, adquiriendo un discurso de exigencias cada vez más inentendibles para el conglomerado oficialista. Si bien ambos sectores cometieron errores que nunca pudieron dilucidar, el Frente Amplio se encargó de administrar un lenguaje muy rococó, incapaz de asumir con claridad que su actitud era importante para evitar que la derecha llegara nuevamente al gobierno.
En el propio comando de Alejandro Guillier, en tanto, su grupo de economistas se encargó una y otra vez de darle pasto a la prensa, que en Chile pertenece en un 80% a capitales empresariales privados. No existen medios cercanos a los sectores del ofialismo, salvo pequeñas expresiones partidistas, sin ningún peso público.
Sólo como ejemplo baste decir que de siete estaciones existentes en la red de canales de libre recepción, seis son privados.
El mismo caso del CAE fue patética la forma en que se abordó en el comando de Guillier. Sacar al 40% más pobre de los estudiantes que deben pagar esta deuda universitaria es -en términs técnicos- una operación no muy compleja: el Estado hace rato que está haciéndose cargo del pago (por el algo es el aval), el tema por dilucidar era saber cuánto se iba a dejar de percibir por la no devolución de esos dineros.
Sin embargo, las imprecisiones de los voceros económicos dejaron muy mal parado al candidato, porque lo hicieron notar dubitativo. Aunque él señalaba que el perdón iba a ser efectivo, su grupo de asesores económicos le decían al país que «se estaba analizando».
A diferencia de la forma tenue con que enfrentó el evidente cambio ideológico de Piñera frente a la gratuidad, la prensa le dio con todo al tema del CAE en el comando de Guillier, sabiendo que habían voces divergentes.
Pero la peor noticia para el mundo progesista fue que el resultado del domingo 17 de diciembre, a pesar de la amplia diferencia existente en la primera vuelta entre los votos «pro-Piñera» y los votos «no-Piñera», es la derrota cultural que se sufrió.
Siempre se plantea que mientras más personas voten en una elección, las propuestas conservadoras tienen menos opción de ganar. Se supone que entre menos prsonas votan, participan los más educados y cercanos a la élite. Sin embargo esa premisa de libro no se cumpió en esta votación, Entre ambas hay una clara diferencia de 300 mil votos más. Es decir, fueron más personas a votar en segunda vuelta. Y así y todo ganó Piñera.
Claramente, cada vez más gente de recursos bajos está cruzando el charco y vota por candidatos de derecha. Tal es el caso de populosas comunas como Cartagena, Conchalí, Independencia, Colina, Alto Hospicio, La Cisterna, Laja, Lota y casi todo el litoral central, en que Piñera logró una amplia mayoría.
Eso, sin perder lugares que constituyen una verdadera «Sierra Maestra» de la derecha, como lo son Las Condes, Vitacura, La Reina y Lo Barnechea, en donde sus resultados se acercan o superan el 80%.
Si bien Guillier gana en importantes comunas como Recoleta, Cerrillos, Quinta Normal, La Florida, Puente Alto, Pedro Aguirre Cerda y Macul, en la región Metropolitana, claramente no le resultó suficiente.
Existe ahí la necesidad de intesificar el análisis, para asumir que la derecha penetra en sectores más populares y no pierde sus recintos. La derrota es -entonces- esencialmente cultural. En los casi treinta años que administra la Concertación/Nueva Mayoría, no logró generar un electorado fiel.
Es notorio que ese que formó entre 1990 y 2010 no resulta suficiente con voto voluntario. Además, la Concertación/Nueva Mayoría -en lo esencialmente medular- puso hizo sólo algunos ajustes al sistema económico heredado de la dictadura y terminó creyendo en el chorreo.
En casi tres décadas propagó autopistas privadas, garantías para el negocio financiero, malls y supermercados, pero no invirtió en una educación de calidad. Así, optó por generar consumidores en vez de ciudadanos.
El domingo 17 de diciembre apareció el resultado de todo eso. La derecha rompe los dogmas de la academia y gana en una elección en la que votó más gente que en la primera vuelta. La derecha, de manera inédita y sorpresiva incluso para ellos, obtiene una victoria «maciza» como bien resumió Guillier.
Y no vienen sólo por cuatro años. Está todo dado para que dependa de ella por cuánto tiempo se quede la derecha en el gobierno. También quiere sus 25 años de ejercicio del poder en demoracia. Y no podría sorprender a nadie porque, en un contexto de voto voluntario y una sociedad fuertemente ordenada por el consumo, tal como cantaba Jorge González en su disco «Mi destino» del año 1999, hoy «no es un país, Chile es un fundo».