Ramba, la elefanta en la cristalería

Viví en Hungría durante un año, período en el que no pude trabajar esperando por mi residencia. Dependía de mis ahorros obtenidos en mi anterior trabajo en cruceros.

Llegué a un pueblito compuesto por 300 personas, cuya principal ruta era sólo una calle larga. Nadie hablaba inglés, excepto mi pareja que es húngaro. Durante mucho tiempo, el único motivo de nuestros traslados era para hacer trámites, en medio de una burocracia monstruosa.

Era 2011 y en medio de ese contexto encontré en Facebook al grupo “Liberen a Ramba”, que se movilizaba para rescatar a una hermosa y sufrida elefanta que llevaba décadas explotada en la vida circense de Chile, mi país natal.

Soy una nerd que goza con Animal Planet y está suscrita en Youtube a “Hope for paws” para mi diaria dosis de lacrimógenos -pero felices- videos de rescate de perros, además de los infaltables registros de gatos y sus variadas “gracias”. Sólo le daba “Me gusta” y compartía los posts de la campaña llamada “La última elefanta esclava de Chile”.

No he conocido a Ramba en persona. Sólo recuerdo haber visto a la mítica Frida a principios de los 90 en la calle San Diego de Santiago, con su pata trasera encadenada en los días de septiembre, balanceándose monótonamente, rodeada por sus fecas y una mirada vacía. Era un animal claramente infeliz.

De hecho, luego murió en el zoológico de Quilpué el año 2011, en medio de alegatos de negligencia veterinaria. También recuerdo a Fresia, la icónica habitante del zoológico de Santiago, fallecida en 1991 a la sorprendente edad de 54 años.

Creo que un día traduje un posteo para un miembro de la comunidad de Ramba que no hablaba español y la situación con respecto a ella comenzó a cambiar para mí. Una de las chicas involucradas me pidió traducir documentos de la causa legal que se llevaba a cabo en contra del circo Los Tachuelas, lugar donde se encontraba la “última elefanta esclava” el año 2011.

Aunque al principio me asusté y sentí una responsabilidad muy grande, ya que no soy traductora profesional, pero la verdad es que no me pude hacer la lesa con la ayuda.

De cartas pequeñas pasé -sin transición- a traducir informes veterinarios del inglés al español y del español al inglés. Fui aprendiendo lenguaje técnico y, aparte de los textos que ellos me enviaban, tuve que hacer mis propias investigaciones para el uso de vocabulario específico.

Me sirvió para pasar mi año aislada en Hungría más acompañada. Las batallas de Ramba fueron las mías y aprendí a conocerla a través de la documentación.

Cuando había un traspié judicial para confiscarla de manos de la familia Maluenda -la responsable del circo- me deprimía, porque también yo seguía entrampada en mis trámites residenciales que iban tan lentos como un caracol.

Ramba fue internada en Chile en 1997 por un circo argentino y pasó a ser propiedad de Los Tachuelas por la suma de US$30.000, sin papeles de registro u origen, sin certificados. Al igual que yo en Europa, Ramba era en Chile una inmigrante ilegal, una indocumentada.

Para ambas el camino a la residencia permanente era algo muy precario.

Como parte de su adaptación circense, Ramba fue permanentemente torturada con un ankus (bastón con punta de gancho), con el que se le enseñaba a realizar trucos como ese de pararse en dos patas, algo totalmente anormal en un elefante salvaje.

Tristeza e impotencia me provocó saber que probablemente fue cazada en su lugar natal, debiendo ser testigo de la ejecución de su madre y su familia.

Lamentablemente, la historia de Ramba no es la única. Son muchos los elefantes asiáticos en cautiverio que sufren lo mismo. En Estados Unidos, Ringling Brothers, dueños de circos itinerantes viajando por el mundo, poseen granjas de elefantes en donde reproducen ejemplares para el negocio.

A una edad muy temprana son separados de sus madres y comienzan un arduo entrenamiento para los espectáculos. Dinámica bárbara, graficada en muchos videos que dan cuenta cómo someter a un elefante implica permanentes golpes que infundan miedo. Se tiene conocimiento de crías muertas durante el proceso.

Hay más elefantes asiáticos que africanos en los shows circenses. Un caso internacional conocido es el de Flora, la que hoy reside en The Elephant Sanctuary. Su historia protagoniza el documental de 2011 llamado “One lucky elephant” (“Un elefante afortunado”).

Adoptada por David Balding a los 2 años de vida, ya técnicamente “entrenada” por un bróker del sur de California, la elefanta debió haber visto a su familia aniquilada por traficantes de marfil.

Corría 1984 cuando Balding y su esposa Laura, quienes no tenían hijos, le dieron un hogar. “Flora estaba en una caja y, aunque asustada, era curiosa y de inmediato se formó una relación muy profunda conmigo. Estaba sola en un mundo horroroso. Lo que necesitaba era amor”, comenta Balding en el documental.

Flora lo seguía para todos lados y llegó a ser parte de su circo, aprendiendo a pararse en sus patas delanteras y a recostarse, además de participar en la película de Pee-Wee Herman “Big top Pee-Wee” (1988).

La historia de Flora es una excepción a la regla en cuanto a animales de circo, ya que su dueño por voluntad propia decidió retirarla de la vida itinerante cuando se dio cuenta de que no era feliz actuando.

Después de 18 años en espectáculos, se rehusaba a realizar trucos y presentaba conductas violentas con riesgo de matar a alguien. “No era feliz. Aunque le gustaba estar alrededor de los humanos, comenzó a preferir quedarse en su jaula, encerrada. Necesitó sentirse ser un elefante y no apoyarse en mí”, dice Balding.

Aunque el deseo inicial era devolverla a África, en algún punto se dio la posibilidad de retornarla a la vida salvaje en The Elephant Sanctuary de Tennessee. Actualmente comparte su hábitat con Tange, otra hembra de la misma especie.

Caso contrario es el de Ramba en Chile: fueron años de lucha legal para sacarla del circo y del abandono en el que se encontraba en una parcela de La Pintana, al sur de Santiago, en donde pasaba sus días mal alimentada, amarrada de una pata y a la intemperie en invierno y verano, en lo que parecía un patio de chatarra.

Cada vez que veo a algún amigo o conocido publicando fotografías en las redes sociales en las que aparecen encaramados sobre estos elefantes asiáticos domesticados y ensillados, no hago más que sentir un escalofrío.

No me gusta predicar, pero me entristece la ignorancia y el egocentrismo de conseguir una foto con un animal probablemente golpeado a diario para obligarlo a obedecer, ya que no hay otra forma de sometimiento para un ejemplar de estas proporciones.

Cuando existe tanta información disponible a través de internet, resulta increible que la indolencia siga indemne.

En su primer día en el Parque Safari de Rancagua, Ramba mostró señales de comodidad, de pastar, darse baños de tierra y beber del riachuelo que fue diseñado para ella. Se la describe ahora como excepcionalmente inquisitiva, curiosa, relajada durante el día, siempre lista para caminar a la reja e interactuar con cuidadores y empleados del zoológico, ubicado hacia el sur de Santiago.

A pesar de este gran avance, siempre mantiene una postura reservada ante el contacto humano, entrecerrando los ojos en forma nerviosa, como temiendo un golpe, y retirándose en posición de autoprotección.

El trauma provocado y la falta de confianza en los seres humanos es profundo. Como cualquier víctima de abuso físico y psicológico, ella revela varios estados de recuperación, así como muchos otros de retroceso.

Mientras se cumplen varios años desde su rescate, Ramba parece encaminarse definitivamente hacia un santuario especializado que existe en Brasil. Se está trabajando para ello, entrenándola con reforzamiento positivo.

Pasa los días disfrutando de su laguna artificial y dieta rica en heno, zanahorias, sandías y vegetales, además de otros suplementos alimenticios. Lo mejor de todo es que Ramba no se encuentra en exhibición y cuenta con veterinarios exclusivos.

En mi caso, en tanto, después de tres años ya no vivo aislada. Sólo semanas después de que Ramba fue rescatada desde La Pintana, recibí la noticia de que mi residencia permanente en Hungría estaba lista.

Luego, me cambié a Inglaterra. Como Ramba, yo también me liberé y ya encontré mi santuario. En cierta forma, Ramba y yo estuvimos corriendo vidas paralelas. Nunca la he visto y, probablemente, nunca tendré la suerte de conocerla, pero me quedo con la satisfacción de haber entregado un pequeño aporte para cambiar su situación de vida.

Y es que los animales tienen un alma inocente que quebramos y violentamos a diario: es cosa de ver cómo obviamos –por ejemplo- a esos cientos de perros callejeros originados por años de tenencia irresponsable.

Lo cierto es que cada vez más la fe en la raza humana se va, inexorablemente, al carajo.

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