Patricia Cerda y su libro “Violeta & Nicanor”: «La obra de ambos condensa la sensibilidad del siglo XX en Chile»

Tras los libros “Rugendas” y “Mestiza”, puede decirse ya que tras la escritura de Patricia Cerda hay una metodología intensa y atractiva, que ha dado resultados.

Personajes verdaderos se entregan a la dinámica creativa de una autora que cultiva parte de los dos mundos con que crea sus obras: la realidad y la ficción. En sus experiencias anteriores la receta entregó propuestas que no sólo gustaron al paladar del lector, sino que también de la crítica.

En su tercera incursión literaria, la autora chilena residente en Alemania se puso un desafío alto. Contar la vida de los hermanos Violeta y Nicanor Parra desde la licencia creativa de una novela, pero también desde la rigurosidad de la historiadora que es.

Con un ritmo ameno y una pluma capaz de mantener siempre arriba las flechas de lo atractivo, “Violeta & Nicanor” se lee casi sin darse cuenta. El primero de varios méritos del libro es que se trata de la vida de dos profundos creadores del país, capaces ambos de resumir las emociones del siglo XX en Chile. Y así y todo, esa responsabilidad, ese peso, no queda en el lector.

Queda más bien la idea de haber compartido la intimidad de dos íconos socioculturales y quizás ese efecto sea muy bueno en el sentido de acercarse más a ellos, no verlos sólo como unas grandes “monstruos”, sino que más bien como dos compañeros de viaje.

Desde su punto de vista como autora, ¿qué gana al plantear un formato tipo «novela histórica”? ¿Por qué le acomoda más eso que un libro de investigación, teniendo usted una formación de historiadora?

– No sé si “Violeta & Nicanor” es una novela histórica. Yo diría más bien que es una novela a secas. Una ficción en que un autor personaje reconstruye la relación entre los dos hermanos. Estos hermanos que se apoyaban e influian mutuamente y que hoy son dos íconos de la cultura chilena. Aquí hubo investigación e intuición. En un libro de investigación académica no hay espacio para la intuición.

Y desde el punto de vista del lector, ¿qué elementos cree usted que le van atrayendo para sumirse en este relato desde elste formato descrito?

– Ellos fueron nuestro siglo XX. Cuando se hayan apagado todas las emociones que acompañaron las luchas de ese siglo y sólo sea tema de historiadores, quedarán las canciones de Violeta y los poemas de Nicanor. La sensibilidad de ese siglo estará condensada perfectamente en la obra de los hermanos.

Pareciera haber todo un fenómeno positivo sobre la “novela histórica” en el mundo, es un estilo que no incomoda a editores, autores y lectores…

– En el hemisferio norte siempre se ha leído mucha novela histórica. No es una moda, es una constante. En lo que respecta a Chile, este género se ha cultivado poco o casi nada. Sólo hay un par de novelas sobre personajes con nombres de calles.

Cuando escribí “Mestiza”, por ejemplo, mi intención era crear personajes de ficción que vivieran en carne propia el siglo XVII, una época formativa de la que se sabe demasiado poco.

No creas que es un formato que le acomoda tanto a los editores. Me demoré tres años en publicarla. Incluso la mandé al Premio Escrituras de la Memoria del Fondo del Libro los años 2013 y 2014 y me ignoraron. A nadie le interesó hasta que se la mandé a Ediciones B. Pero al lector chileno sí le interesa entender mejor su memoria cultural, por eso “Mestiza” tiene ya varias ediciones.

En algunas entrevistas usted plantea que al armar esta historia de los hermanos Parra debió «dejar el ego a un lado», pero –como apuntábamos al comienzo- se incorpora a la historia una investigadora que anda buscando antecedentes sobre ambos, que -a todas luces- se puede asociar a usted. ¿Cuál es la idea de ese personaje?

– El autor personaje en la novela “Violeta & Nicanor” es una suerte de otro yo. Se parece a mí, pero nuestras biografías son distintas. Ella lleva más tiempo que yo fuera de Chile. Se fue a Berlín en 1974. Yo llegué en 1986. La idea detrás de este autor personaje que viaja a Chile a investigar sobre los hermanos es que siempre que hablemos de Violeta y Nicanor Parra va a ser una aproximación, porque se trata de dos caracteres geniales y, por lo mismo, inabarcables.

Una de las muchas cosas que surgen al leer su libro es la idea de que se está leyendo la historia de una familia de linaje en Chile, pero -a diferencia de lo que ha sido común- ya no de clase alta o dominante, sino que un linaje más bien del pueblo. ¿Comparte la idea?

– Claro. Todos sabemos que los Parra forman el único linaje chileno que viene del pueblo. Son un producto de la naturaleza, no de la sociedad. Porque las verdaderas diferencias entre los seres humanos las hace la naturaleza y se dan en materia de inteligencia, creatividad y ética. Todos talentos naturales. Violeta y Nicanor sólo hicieron valer esos talentos. Para mí es un misterio que a Chile le hayan nacido dos genios en el siglo XX en la misma familia.

Otro aspecto que parece descubrirse en su libro es el nexo de Nicanor con el filósofo alemán Schopenhauer, en cuanto a subrayar aspectos existenciales desde la cotidianidad. Ese es también un rasgo de Violeta, pero ella lo logra sin salir al mundo, sino que desde el centro de las tradiciones locales. Es interesante esa complementariedad.

– El nexo entre Nicanor Parra y Arthur Schopenhauer lo veo yo, que he leído con atención a ambos. El antipoeta nunca lo nombra. No creo que lo haya leído. Pero llegó a las mismas conclusiones que el filósofo alemán sobre la existencia.

Schopenhauer comienza su obra magna afirmando: «El mundo está en mi imaginación». Este es el leitmotiv de la filosofía occidental desde entonces. Parra tematiza lo mismo en su poema «El hombre imaginario». Ese poema es otra intuición genial de don Nicanor.

Tanto en la obra de Violeta como en la de Nicanor no se trata de nuevas y asombrosas ideas, sino de una interpretación profunda y contundente de la tradición. Nos invitaron a ver la cultura chilena de otra manera. Los queremos porque nos enseñaron a querernos a nosotros mismos como cultura. Aquí el asunto es sublime y redondo.

Además, vemos que en su obra no hay vanidad ni hipocresía. Se mostraron tal como eran. Eso no quiere decir que los entendamos.

A partir de la frase «Somos prácticamente la misma persona, yo pongo una parte y Violeta pone la otra y juntos formamos un todo» que le asigna a Nicanor es posible entender la esencia de su libro. ¿Por qué cree que esta potente historia de creativos hermanos no es tan abordada en Chile? En este punto es una pionera.

– Es que no es llegar y abordarlos. Son demasiado fundamentales. Creo que toda la cultura chilena es vigilante respecto a ellos. No va a permitir que nadie se apropie, ni siquiera sus hijos. Cualquier acercamiento a ellos con vanidad sería una contradicción absurda. O sea que sólo para valientes.

¿Por qué cree que Violeta se llega a sentir tan incomprendida y Nicanor logra encontrar su lugar en la tierra?

– Bueno, ella fue mujer e irreverente en el Chile del siglo XX. Creo que con eso está dicho todo. El resto está en mi novela.

Finalmente, ¿cuántas Violetas y Nicanor pueden haber hoy en Chile? ¿Terminarían igual que ellos?

– Si a la naturaleza le tincó crear nuevos genios en Chile, eso en algún momento saldrá a la luz. El problema es que ahora todos creen que tienen algo que decir. La estrategia de la vanidad en Chile hoy es crear un lenguaje denso y hermético para producir asombro e intimidar. Si hay alguna Violeta o Nicanor por ahí, estará escondida explorando sus talentos. Cuando salga alguna o alguno, los reconoceremos por su claridad y su lucidez.

 

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