Roberto Bolaño y su crítica mirada a Chile, el país del pasillo sin salida aparente

La historia hace recorrer un aire helado por la espalda. Santiago de Chile, años 80. Jóvenes y creativos escritores se reúnen en la casa de una acomodada muchacha, en pleno barrio alto.

En noches de toques de queda, la concurrencia divaga sobre la inmortalidad de las letras, en medio de tragos y música, mientras la carga eléctrica del hogar baja a veces por extrañas razones. El marido de la dueña de casa, en tanto, cumple raras labores en los sótanos del lugar.

Uno de los concurrentes, algo pasado de copas, comienza una búsqueda frenética y desordenada por el baño. Aparentemente se equivoca de puerta, baja por unos escalones oscuros, camina por un pasillo desconocido y su periplo es detenido por un bulto extraño tirado en el suelo, de inclasificable pero inconfundible apariencia humana.

El joven recupera la lucidez perdida por la algarabía del piso de arriba. No se acuerda ya de su necesidad fisiológica. Vuelve a la fiesta un tanto asustado y confundido. Acaba de hacer un hallazgo que nunca debió descubrir…

Se trata de una anécdota que forma parte de un mito urbano durante la dictadura y que es pública e internacionalmente revelada en marzo de 1999 por Roberto Bolaño, en un quemante artículo para la revista española Ajoblanco, en el que reflexiona cómo había visto Chile al regresar al país luego de 25 años.

Durante el último trimestre de 1998 la revista chilena Paula lo invita a ser jurado en un concurso de cuentos y acepta viajar para dirimir los premios junto a otros integrantes. Es un reencuentro complejo. Pero que da sus frutos, porque el medio literario nacional se adentra sin vaselina a su particular propuesta estética, logrando concitar interés para que vuelva a la Feria del Libro de Santiago al año siguiente.

Sólo a meses de iniciarse dicho evento, publica su artículo en Ajoblanco cuyo título es “El pasillo sin salida aparente”.

En el escrito, Bolaño no deja títere con cabeza. Con una especial dosis de ironía, y con la espeluznante anécdota del tropiezo con un bulto humano como corolario, describe las fiestas que una parte del mundillo literario chileno realiza en la casa de Mariana Callejas en plena dictadura, escritora que -según varios colegas- posee un atractivo talento, pero que -al cabo del tiempo- revela un penoso secreto: ser esposa de Michael Townley, agente de la Dina (al igual que ella), quien -entre otras labores- tortura a prisioneros políticos de la dictadura pinochetista en el sótano de su casa, además de armar bombas para atentados como el del general Carlos Prats en Buenos Aires (1974) o del canciller del presidente Salvador Allende, Orlando Letelier, en Washington (1976).

Sin piruetas ideológicas

Obviamente, lo que Bolaño llama “la extraña voluntad de este país por hundirse en vez de volar”, no tarda en emerger en medio de la Feria del Libro, donde recibe variadas muestras del repudio que su artículo causa en varios ámbitos.

Fue denostado, incluso, en su aporte literario y hasta un amplio sector periodístico ninguneó al escritor que, para más remate, ese mismo año 1999 obtiene el Premio Rómulo Gallegos. “¿A quién le ha ganado este Bolaño?” es la pregunta incidiosa que queda como una estela tras su paso. Algo que hoy sería considerado una verdadera e ignorante blasfemia.

“En realidad, ahí conoce los dos polos de la literatura chilena”, recuerda María Elena Ansieta, que en esos años trabaja en relaciones públicas de Planeta, la editorial que lo trae para la ocasión. Fue ella quien le presenta, por ejemplo, a Pedro Lemebel, de quien Bolaño sólo tiene elogios.

En el citado artículo de Ajoblanco subraya que “es uno de los pocos que no buscan la respetabilidad (esa por la que los escritores chilenos pierden el culo), sino libertad. Sus colegas, la horda de mediocres procedentes de derecha e izquierda, lo miran por encima del hombro y procuran sonreír”.

Para el escritor Jaime Collyer la gracia de Bolaño, a quien considera un “fuera de serie”, es que “ahonda en un arquetipo humano que florece en estos años: el del intelectual con devociones fascistas, un monstruo de nuestro tiempo”.

Y va más allá: “Él decía lo que pensaba, no hizo las piruetas ideológicas que varios de nuestros colegas han hecho ahora que muchos se han vuelto tan liberales, devotos de los cócteles, calcetineros del poder, gente que arisca la nariz ante Chávez o Evo Morales. Por eso me parece absolutamente justificado el prestigio que hoy tiene”.

Una tormenta de mierda…

La agente literaria Jovana Skármeta, en tanto, recuerda que el paso de Bolaño por la Feria del Libro el año 1999 fue explosivo: “Lo principal es que la gente en Chile lo conoce y, sobre todo, puede leerlo, lo que para él fue extraordinariamente gratificante. Siempre tuvo prestigio y lo que ocurre en la actualidad es el típico fenómeno que pasa cuando un autor muere joven: quiere saberse más de él”.

Luego de su paso por la feria edita “Nocturno de Chile”, esta vez su impresión literaria sobre el país, en el que establece -por ejemplo- la figura de Sebastián Urrutia Lacroix (un cura Opus Dei que es crítico literario) y María Canales (una agente de la Dina que organiza fiestas en su casa). Originalmente el libro se llamaría “Tormenta de mierda”, pero -finalmente- acepta cambiarlo por uno más calmado.

El origen del nombre, en todo caso, está en un sueño que se le repite muchas veces antes de volver a Chile. Se ve regresando en tren hasta la Estación Mapocho. Al bajarse se percata que no tiene ni pasaje de vuelta ni dinero, el cielo empieza a nublarse y la lluvia se hace inminente, mientras se da cuenta -además- que anda en ropa de verano. En todo caso, algo muy parecido a lo que le pasa en la Feria del Libro, en plena Estación Mapocho para más señas.

La mítica entrevista con Cristián Warnkén

Bolaño se aprecia cómodo, pero consciente del papel que debe cumplir en el programa. La entrevista -emitida bajo el ciclo “La belleza de pensar”, que transmite en 1999 Canal 13 Cable- se hace con el público de la Feria del Libro.

El escritor habla sobre sus preferencias literarias, con nombres de autores que en esos años resultaban extraños e inexistentes, pero que gracias a él ganan después espacios en los medios nacionales: el español Enrique Vila Matas, el mexicano Juan Villoro, el guatemalteco Rodrigo Rey Rosa y el argentino César Aira, entre otros.

El conductor Cristian Warnkén lo recibe con una cita poética de Gabriela Mistral, en la que se subraya con un dejo de premonición: “País de la ausencia/ extraño país/ más ligero que ángel/ y seña sutil (…) en país sin nombre/ me voy a morir”. Bolaño habla del poeta chileno Enrique Lihn, de la correspondencia que mantuvo con él, de cómo el poeta francés Charles Baudelaire le resulta absolutamente maduro y consciente de todos sus aportes y logros, estableciendo una suerte de nexo lírico entre Lihn y Baudelaire.

Habla también de la soberbia de los escritores contemporáneos que esperan su lugar en el Parnaso de la eternidad. “La literatura es un oficio bastante miserable, practicado por gente que está convencida de que es algo magnífico. Puedo estar con veinte escritores de mi generacion y todos creen que van a perdurar. Además de ser una muestra evidente de soberbia, es un acto absolutamente ignorante”, afirma con tranquilidad, pero con rudeza y tono castizo, producto de sus décadas en España.

Tras una pregunta, Bolaño establece el perfil de la novela que viene. “Después de “Sobre héroes y tumbas” no se puede escribir en español una novela en la que el argumento sea lo único que aguanta la obra, donde no hay estructura, no hay juegos, no hay cruce de voces”, anota.

Y ante un comentario, señala con timidez -pero con mucha certeza- que no cree que “Los detectives salvajes” -la novela con la que regresa a Chile- pueda compararse con “Rayuela” como se ha dicho, “lo mío es más bien pobre al lado de lo de Cortázar, pero sí puedo aceptar algo: he intentado meterme por estructuras y juegos nuevos. Si lo he conseguido, es otra cosa, no lo sé”.

Por el impacto que origina la presencia del autor chileno en la feria, la entrevista circula aún por internet y es centro de un particular culto. Si bien tuvo una relación compleja con Chile, 1999 es el «Año Cero» de su regreso definitivo. Hay que sólo ver cómo se le respeta en la actualidad, a diferencia de cuando anduvo entre nosotros…

Video tomado desde Youtube

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