Haciendo uso del misterio de la poesía, Eduardo Gatti ha sido capaz de escribir los versos más intensos del cancionero popular chileno. Con un registro muy distinto a Violeta Parra, Víctor Jara, Patricio Manns o Jorge González, por citar autores y letristas de gran tonelaje, Gatti se inscribe en la lista con intensidad y lírica.
«Quiero paz», «Navegante», «La loba», «Huacas del sol y de la luna» y -por cierto- «Los momentos», constituyen propuestas creativas que le rinden un verdadero tributo a la poesía y a la música juntas. Visiones de mundo, reflexiones de vida, miradas de la realidad, las canciones de Gatti siempre sugieren una observación profunda y novedosa.
En 1968 firma por primera vez un contrato con una disquera. Es el comienzo de una carrera que si bien nunca ha sido exitosa de la manera tradicional, ostenta una impronta pulcra, invendible y coherente, quizás mucho más exitosa de lo que realmente aparenta y de lo que muchos creen.
Se trata de canciones que forman parte de la banda sonora de varias generaciones. Eduardo Gatti ha sabido juntar poesía y música en una cita profunda y lúcida.
Tu abuela te hizo escuchar siendo muy niño la Novena Sinfonía de Beethoven y tu nana gozaba con la música mexicana. ¿Crees que entender desde pequeño la mezcla de lo clásico con lo popular ha sido la clave del éxito en estas cinco décadas?
– No sé si la clave, pero sí el descubrimiento de un camino. En los años 60 lo clásico y lo popular estaban absolutamente divorciados. En el conservatorio se corría el rumor de que si alguien que estudiaba allí se metía a hacer música popular, lo echaban. Era terrible.
Quienes cambiaron esa dinámica fueron Los Beatles, pues llamaron a músicos de la Filarmónica de Londres a grabar con ellos. Diría que en nuestro país sólo a finales de los 80 se pudo pensar en hacer algo que mezclara ambas tendencias sin caer en el pecado, según los clásicos.
Y tempranamente entendiste que eso se podía hacer…
– Es que además de estudiar música, siempre me gustó leer su historia. Bartok, Beethoven y Brahms, por ejemplo, sacaban gran parte de su música de canciones populares, entonces eso siempre estuvo inconsciente en mí.
Tus comienzos fueron más bien progresivos con The Clouds o Aparittions. ¿Cómo llegaste a lo que fue tu estilo final, más cercano a los trovadoresco?
– La verdad es que lo mío fue siempre el rock. Con The Clouds ganamos incluso un festival en el año 66, al poco tiempo de habernos juntado y en los 70 y 80 estuve con Los Blops, con varias décadas de rock en el cuerpo. Llegar a lo trovadoresco, sin embargo, fue un descanso necesario, ya que su cruda intensidad hizo que en el último tiempo tuviera problemas en el oído e, incluso, comenzó a afectarme físicamente…
Aunque debe decirse que no lo abandonaste del todo. Hay pasajes de “El valle de los espejos” o “Tarde”, por ejemplo, con atmósferas totalmente progresivas…
– Claro, es que es parte de uno, de la formación, no puedo despegarme del rock…
Sin embargo, tu tema más conocido es, sin duda, “Los momentos”, quizás una de las mejores canciones en que poesía y música se unen.
– Este tema se armó en dos partes. Siendo bien joven hice un viaje a Europa en el que descubrí dos cosas: la música celta, que hasta ese momento no la había escuchado, y a Leonard Cohen, a quien disfruté tanto como músico como poeta. Ambas cosas me dejaron muy marcado y me llevaron a componer la música de la canción.
Ocho meses después, de vuelta en Chile, me senté a escribirle una letra a esta melodía que me seguía dando vueltas. Y puse lo que sentía que nos estaba pasando a los jóvenes de los años 70, me centré en el caso de una niña de la que estaba enamorado, de quien me decepcioné un poco y -a través de ella- de nosotros mismos como generación.
La letra fue una catarsis total y, sin pedantería, no me habré demorado más de quince minutos en hacerla. Es que a veces pasan esas cosas.
¿Y cómo interpretas que hasta el día de hoy sea una canción tan conocida?
– Nunca lo he podido entender mucho. Es un tema que no está dentro del esquema habitual, no tiene estribillo y por lo que te contaba, tiene una composición media europea. En rigor, eso ha sido un profundo misterio también para mí.
Y eso que se incluyó a último momento en el primer disco de Los Blops…
– Sí. Como en esos años se grababa en vinilo, cada lado debía tener un tiempo similar. El ingeniero nos dijo que por un lado teníamos como 20 minutos y por el otro 16, así es que había que incluir otro tema. Ahí les comenté a mis compañeros que andaba con varias letras y les mostré “Los momentos”, les gustó harto.
Tú canción más importante surge de un viaje y parece que eso ha sido una constante en tu vida. ¿Reivindicas esta vía como descubrimiento poético y existencial?
– Indudablemente. Le recomendaría a toda persona joven que no tenga compromisos que viaje todo lo que pueda, porque realmente uno crece, abre los ojos y para quienes gustan de crear, es una fuente constante de inspiración y aprendizaje.
¿Cómo observas la respuesta de la gente a tu trayectoria?
– Es difícil decirlo. Siempre he pensado que el respeto dura hasta que te paras en el escenario y si no te la puedes, no sacas nada con ser leyenda. Se vive siempre en ese proceso.
* Video tomado desde Youtube/ Actuación en «El Mesón Nerudiano», 2006.