A treinta años de «Akira»: La salvación hecha niño

Dicen que Akira es a la animación lo que «El Ciudadano Kane» es al cine. La verdad es que parece dudoso que lo sea, si consideramos los relevantes aportes (en lenguaje y estética) que significó el film de Orson Welles. Bien deben saberlo los fanáticos de Robotech: Akira no es una revolución en el mundo de la animación japonesa.

Principalmente, porque esta película de Katsushiro Otomo (ilustrador, guionista y director) desemboca la experiencia de décadas de trabajo de una multiplicidad de directores y dibujantes nipones.

Sin embargo -quién sabe las razones-, el largometraje asume un mérito indiscutido: es el que divulga, populariza y deifica los llamados «mangas»: un género tan antiguo como inabarcable, debido a la impresionante cantidad de trabajos existentes.

El impacto del filme, en ese sentido, no debiera ser una sorpresa. Básicamente, Akira es -antes que nada- un extenso libro de historietas (unas dos mil páginas) que, tras ser-profeta-en-su-tierra, triunfó en Estados Unidos y Europa.

De ahí al celuloide sólo falta la decisión de Otomo, condensar la extensa y aún inconclusa historia en sólo 124 minutos e invertir US$7 millones y más de seis años de trabajo. La película se estrena en Japón el 16 de julio de 1988.

Las consideraciones anteriores, en todo caso, tampoco disminuyen en nada los méritos dramáticos y técnicos de esta producción.

En rigor, el espectador se encuentra con más de dos horas de continuos golpes visuales, con un guión generalmente sólido y coherente, en el que la ultraviolencia futurista y el misticismo apocalíptico se transforman en hilos conductores y en interesantes descripciones de los traumas del pueblo japonés (La Bomba, la ciudad arrasada y violenta, la incertidumbre sobre el futuro, El Mesías y la esperanza de una nueva era).

La historia transcurre en Neo-Tokyo, una ciudad post-nuclear en donde las pandillas y los manifestantes contribuyen a ensuciar y violentar la ya destruída metrópolis.

En ese contexto, Kaneda y Tetsuo son dos adolescentes pandilleros cuya máxima aspiración en la vida es seguir peleando con su banda archirrival (Los Payasos) y matar el tiempo tomando drogas, lanzando bombas molotov a los transeúntes y montando sus poderosas motos.

El gobierno, en tanto, experimenta con un grupo de niños, dotándolos de un impresionante poder telepático. Y por esas cosas del destino, Tetsuo cae en manos del gobierno y se convierte en otra más de las víctimas de los ensayos.

Paradójicamente, de esta experiencia sale convertido en un diabólico superhéroe, peligroso y muy poco consciente de sus poderes, que destruye todo a su paso con sólo imaginárselo.

En este camino, algunos predicadores lo confunden con Akira: una suerte de Mesías de siete años, con facultades mentales asombrosas, cuya leyenda le atribuye la futura salvación del planeta.

Todo esto en un escenario arquitectónico futurista, que combina la modernidad y la destrucción, mientras la música de Shoji Yamashiro mete en una inquietante juguera los destemplados sonidos étnicos con los marcados ritmos del techno.

Tras la raya para la suma, «Akira» resulta un filme interesante y que hay que ver. Para más señas, su creador ha dicho que «es mejor mirar el resultado fílmico como un efectivo resumen del comics original».

 

** En Youtube es posible ver la película con doblaje latino.

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