“Los reales herederos de Pinochet somos todos los chilenos, su herencia se ve reflejada en un país próspero y democrático, estable y con una de las economías más sanas y abiertas del mundo. La herencia de Pinochet está presente a pesar de haberle sustituido su firma de la Constitución, haber cambiado nombres de calles y obras públicas o de estar ad portas de prohibir por ley cualquier homenaje o monumento en su nombre. Los herederos de Pinochet son las Camila y los Camilo, los Boris, las Michelle, los Andrés, los Nicanor, los Laurence, las Evelyne, etc. Algunos no lo admitirán, otros lo rechazarán, unos celosamente lo aceptan y otros lo admiten única y exclusivamente en privado”.
Así declaró hace algunos años a la prensa Rodrigo Pinochet, uno de los nietos del dictador Augusto Pinochet. El mismo que, siendo un niño, acompañaba al general el día del fallido atentado contra su vida.
Su mirada es evidentemente provocadora. ¿Pero puede decirse que es equivocada? Apartando cualquier grado de admiración por la figura de este militar que tuvo una vida sin destacar por nada más que por ser un funcionario que cumplía órdenes, sin ningún interés intelectual en particular y asumiendo que aprovechó la oportunidad que le ofreció el destino, las palabras del nieto no dejan de causar un escalofrío incómodo.
La Fundación Pinochet
En su libro “Del postpinochetismo a la sociedad democrática” (Debate, 2007), el sociólogo Manuel Antonio Garretón advertía que “ni el régimen ni la sociedad se han sacudido de la presencia de Pinochet, en su institucionalidad y en rasgos fundamentales de su vida social”. El analista señalaba con certeza que “como país no hemos dado el salto hacia otra época”.
A poco más de una década de haberse escrito ese libro, a 45 años del golpe cívico-militar, a casi tres décadas de la recuperación de la democracia y a doce años de la muerte del dictador cabe la pregunta si se ha avanzado en ese proceso.
La Fundación Presidente Pinochet, formada en su mayoría por ex uniformados y ex personeros de su gobierno el año 1995, no sólo tiene como objetivo preservar la memoria del militar a través de un museo y una activa agenda anual, sino que además maneja fondos que desde su nacimiento hasta ahora superan los US$2 millones.
En el autodenominado “Consejo protector” de la entidad se encuentran nombres como el ex ministro del Interior Carlos Cáceres y los empresarios Alberto Kassis y Hernán Guiloff.
Kassis es dueño del Consorcio Industrial de Alimentos (Cial S.A.) que controla cecinas Winter y San Jorge, entre otras que le otorgan casi el 40% del mercado. Posee también casi el 20% del consorcio Copesa (cuyo mayor accionista es el empresario Álvaro Saieh), instancia editora de los diarios La Tercera, La Cuarta y La Hora, además de revistas Qué Pasa y Paula y radios Duna y Beethoven, entre otros medios.
Guiloff, en tanto, es controlador de la inmobiliaria Atacama. A través de la compañía Sali Hochschild forma parte de la Sociedad Nacional de Minería (Sonami), instancia gremial en la que ha llegado a ocupar su presidencia.
Curiosos nexos
En el directorio de la fundación están presentes el general (R) Guillermo Garín, el empresario Andrés Vial Risopatrón, el polémico historiador Gonzalo Rojas (quien abandonó la Unión Demócrata Independiente por considerar que su proyecto se estaba “desordenando moral y culturalmente”) y el hijo del fallecido militar, Marco Antonio Pinochet, entre otros.
Gracias a las investigaciones del ministro Carlos Cerda en torno a los dineros del Banco Riggs (caso en el que se descubrió la malversación de dineros públicos de Pinochet, su familia y subalternos, manteniendo varias cuentas millonarias en el citado banco estadounidense), la Policía de Investigaciones indagó en las diversas fuentes de dinero que tenía el clan familiar.
De acuerdo a esos datos, se pudo establecer también que más de un centenar de prominentes empresarios entregan importantes sumas de dinero a la Fundación Pinochet, a pesar de que no les implica beneficios tributarios.
Entre los nombres que la investigación judicial destacó, por ejemplo, aparece el grupo económico Von Appen, controlador de la mayoría de los puertos de Chile a través de Ultramar. Su máximo líder, Sven von Appen, dijo en mayo del año 2013 que a los chilenos “les ha crecido tanto el apetito, que no pueden parar”, por lo que –a su juicio- se merecen “una crisis” para que “lleguen al nivel que les corresponde y no se vuelen».
Hay más nexos curiosos. La investigación indicó que en el arriendo de la propiedad en donde se ubica la fundación participó la Inmobiliaria del Norte, cuya propiedad pertenece al grupo Quiñenco, encabezado por la familia Luksic. Por otra parte, una de las pocas entidades públicas que aparece como donante permanente es la municipalidad de Vitacura. Al menos entre los años 2004 y 2013 traspasó a la entidad fondos por casi $32 millones.
La comunicación es tan cercana, que la fundación participa en la Feria de los Buenos Libros que se efectúa cada año en esa comuna, justo en el memorial al fallecido senador UDI Jaime Guzmán.
La variable Pinochet en la opinión pública
Así es que luego de toda el agua que ha pasado bajo el puente de la historia, el pinochetismo sigue coleando con comodidad.
Y, por cierto, aspira a seguir proyectándose, porque la fundación no sólo tiene como objetivo “difundir a las nuevas generaciones la obra y el legado del gobierno del presidente Pinochet”, sino que -más importante aún- entregar becas a estudiantes de colegios y universidades que, por cierto, llevan el nombre del dictador.
Así, son muchas las familias de escasos recursos que no sólo obtienen un beneficio social desde la entidad privada, sino que –obviamente- adquieren un compromiso cultural con el pinochetismo. Esta acción nunca ha sido bien monitoreada y hoy forma parte de manera clara en el renacimiento de la imagen del dictador.
Para orientar un poco la mirada, resulta interesante ver los resultados que ha ido obteniendo el estudio que desde el año 1987 realiza el Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (Cerc), que es el único que incorpora la variable “Pinochet” en la revisión política.
Hasta el año 2015, el 68% de los encuestados considera que el golpe de Estado “nunca es justificable”, mientras el 21% cree que los militares “tenían razón al dar el golpe”. El mejor porcentaje que ha tenido esta opinión fue el 36% obtenido el año 2003.
Uno de cada cinco chilenos tiene una buena opinión de Pinochet o su gobierno, justificando el golpe. La mejor imagen del dictador se encuentra en personas mayores de 60 años. “A ese ritmo debieran pasar más de veinte años para que la imagen positiva del dictador termine”, dice el estudio de Cerc.
De acuerdo a datos del Centro de Investigaciones Sociológicas de España (CIS), sólo el 6% de los españoles tenía una opinión positiva de Francisco Franco al morir, porcentaje que desapareció antes de que se cumpliera una década de su fallecimiento.
No es lo que está pasando con el dictador chileno. Y la pregunta compleja es por qué. No se trata sólo de un entusiasmo mediático, ya que el estudio de Cerc indica una tendencia existente desde antes de que varios representantes políticos de la derecha comenzaran a plantear su pinochetismo de manera abierta.
La situación es complicada y denota, entre otras cosas, las falencias que tuvo la Concertación al administrar el país durante poco más de dos décadas sin abordar la valoración de la democracia desde la educación. La situación actual claramente no es mágica.