
(*) Sebastián Hurtado-Torres
¿Es fascista el discurso de la derecha populista actual en el país? La pregunta es pertinente y urgente.
Entendido como concepto genérico, y no sólo como una categoría aceptable para un momento histórico único, el fascismo es una ideología política moderna basada en la oposición a todo lo que atente contra la presunta homogeneidad de la comunidad nacional.
Salvando las diferencias obvias entre realidades históricas diferentes, hoy es posible afirmar y necesario decir que el populismo nacionalista de derecha que ha triunfado en varias partes del mundo es de corte fascista.
En la Europa de entreguerras, escenario de origen del fascismo clásico, los enemigos de la comunidad nacional se identificaban en la revolución comunista, el caos social, identidades culturales minoritarias y un orden internacional que se percibía como injusto e impuesto por fuerzas hegemónicas externas. Muchos liderazgos políticos de la actualidad (Orban, Trump, Bolsonaro) fundan su éxito en discursos que contienen muchos de estos elementos.
Para los fascistas, las amenazas a la integridad y a la seguridad de esa supuesta comunidad nacional homogénea provienen de la inmigración, el crimen, la diversidad -cultural, sexual y social- además del orden internacional basado en los principios del multilateralismo y el flujo más o menos libre de personas, bienes e ideas.
En virtud del éxito de estos discursos en otros países –en general- y en la región –de manera particular- una parte de la derecha chilena, que puede observarse en los liderazgos de José Antonio Kast y Manuel José Ossandón, por ejemplo, comienza a desplegar un discurso en el que se enfatiza la oposición implacable a algunas de las realidades descritas: la izquierda, la inmigración, la lucha por los derechos de opciones sexuales y de género diversas y el multilateralismo relativamente progresista -aunque inocuo- de Naciones Unidas, entre otros aspectos.
Ante todos estos desafíos, el discurso fascista de hoy -como el de ayer- propone soluciones simples y, generalmente, negativas que dependen sólo de la determinación de quien quiera implementarlas.
La deliberación democrática se presenta también como un obstáculo a la solución de problemas que muchos perciben como urgentes. El fascismo, por ende, ataca decididamente las bases ideológicas e institucionales sobre las que se sostiene la democracia liberal; en este aspecto reside su principal peligro para la paz y la estabilidad social. Tristemente, este tipo de planteamientos ya ha sido exitoso en otras partes.
En Chile aún es tiempo para que las fuerzas que se oponen por principio al discurso fascista aúnen energías o establezcan acuerdos básicos para evitar que este monstruo gane más terreno y, peor aún, llegue al poder.
(*) El autor es académico de la Universidad Austral.