A raíz del llamado “fenómeno Bolsonaro” –francamente, más bien una copia de otros liderazgos personales de la política mundial como Trump, Le Pen, Duterte y Orban- surge en la región una serie de personajes que no sólo alaban el actuar del presidente electo de Brasil, sino que también hacen propias las causas aislacionistas que promueve.
Sin ir más lejos, muchos fueron los que luego de su triunfo partieron rumbo a Brasil a entregarles sus respectos de un modo casi mesiánico. El tema permite reflexionar sobre la real dimensión de la derecha, sus matices, miradas y -por sobre todo- sus contradicciones profundas.
En la izquierda dura ya son bastante sabidas estas incongruencias, las que –básicamente-pueden resumirse en que se oponen a cualquier dictadura y son defensores de los derechos humanos, salvo en los países donde ellos atropellan los derechos humanos y tienen dictaduras, como es el caso de Cuba, Venezuela, Nicaragua y eventualmente Bolivia.
La derecha que hoy día observamos, en tanto, parecía haber desaparecido. En rigor, sólo estaba oculta. Y no en sus personajes, sino que en su ideología, en una mirada simplista. Pareciera que se vistieron de “demócratas” esperando el momento para salir del armario y mostrar sus reales principios. Algo así como la película “Operation Finale” sobre los nazis en Argentina. Nadie los veía, pero estaban.
En este caso pasa algo similar, hay denominadores comunes: claro que sí, todos nuestros países vienen de dictaduras fascistas, que junto con muchos torturados, muertos y desaparecidos, también dejaron admiradores y fanáticos. Fueron procesos que no terminaron bien, con poco acceso a la justicia y con leyes que -a diferencia de Alemania- dejaron el camino abierto para su resurgimiento.
Y cómo es esta derecha nueva que surge en América Latina y en Chile. En lo valórico: extremadamente conservadora y religiosa, contraria al aborto, al homosexualismo, a la inmigración, a la educación gratuita, entre otros; pero -a su vez- muy liberal en lo económico, pro mercado y sobre todo pro empresa -que no es lo mismo-, se opone al sueldo mínimo, a las regulaciones del Estado, al tributo corporativo y a toda ley laboral que beneficie al trabajador.
Así aparecen en el papel y se le define como “derecha dura” o “derecha conservadora”, pero tiene ciertas contradicciones que la hacen peligrosa y que -poco a poco- se van asomando.
Es contraria al aborto, pero en el caso chileno estos se practican disfrazados de apendicitis para los sectores más acomodados; su religiosidad llega hasta que le toca el bolsillo, ejemplo de ello es la diferencia abismante entre ricos y pobres. El rol de la mujer es claramente secundario, por lo mismo casi no hay ejecutivas en la administración de las grandes empresas; se oponen a la inmigración, aunque todos tienen apellidos extranjeros, y junto a eso, también detestan a los nativos o mapuches; o sea, ni afrodescendientes ni indios. Sólo “colonos”.
Se dicen demócratas, pero defienden las dictaduras militares, a tal nivel que recientemente una diputada chilena, en la asamblea de su partido, se definió como pinochetista, todos la aplaudieron y el gobierno de Piñera respaldó sus dichos.
Creen en el poder de las armas, en la pena de muerte y ojalá que los militares estén en las calles reprimiendo al que piensa distinto y si hay pérdidas humanas ellas están justificadas.
En el reciente asesinato de un comunero mapuche al sur de Chile, a quien un uniformado le disparó por la espalda sin justificación alguna, se observa lo que en la derecha consideran eso “costos de guerra” (que no existe).
Similar situación sucede con los presos. La reinserción no es tema, ojalá se mueran en la cárcel, la población penal es gigante y sin posibilidad de surgir. Hace unos años murieron en un incendio más de 81 reos y en un ambiente de confianza el derechista sólo lamentaba que no hubiesen sido más.
Se sienten garantes de la moral y la justicia, tanto como para considerar que es corrupción y que no. Si Pinochet en Chile se robó US$27 millones desviados a cuentas en paraísos fiscales, eso no es inmoral, sino justo por haberlos “liberarlos del marxismo” como suelen decir.
Este nuevo derechista es el que está perfilándose políticamente, en algunos países ya son gobierno y en otros avanzan con fuerza, con promesas populistas que promueven el nacionalismo y la moral como bandera de lucha; prometen terminar con la corrupción y la delincuencia, pese a que cuando eran gobierno o dictadura fueron tanto o más corruptos, así como tampoco lograron acabar con los delitos.
Aquí hay un punto interesante: Los delincuentes para ellos provienen de la gente común que comete delitos. Ahora, manejar información privilegiada, coludirse o financiar a parlamentarios no son considerados faltas a la ley. Algo parecido pasa con los abusos producidos por la iglesia católica; ahí la mirada es siempre relativa y pro-sacerdote, en desmedro de las víctimas.
El desafío que tenemos como sociedad es complejo, ante la exacerbación del populismo de izquierda como el de Andrés Manuel López Obrador y de derecha como Jair Bolsonaro.
Debemos tener la capacidad democrática de abrir un espacio tolerante, abierto, que privilegie la convivencia social y que –además- respete el mercado, el Estado y nuestras libertades individuales.
(*) El autor es periodista, doctor en Comunicación y magíster en Márketing y Recursos Humanos.
@felipevergaram