La casa del reconocido escritor estadounidense Ernest Hemingway que posee al sur de Estados Unidos se ubica en la atractiva isla de Key West (o Cayo Hueso). Actualmente es un vivo museo, se ubica en el 907 de la calle Whitehead y ocupa la mitad de una manzana. Por unos US$15 es posible adentrarse a este universo que impacta tanto por su belleza, como por su intenso nivel.
La historia de la casa data del año 1851, cuando Mr. Asa Tift la comienza a construir. Sin embargo, la parte que nos interesa se teje desde 1927, año en que Hemingway se une en segundas nupcias con Pauline Pffeifer en París y juntos se vienen a vivir a la -en ese entonces- escondida islita durante los trece años que dura el matrimonio.
Una vez divorciado, el escritor se va a Cuba y Pauline se queda en Whitehead hasta su muerte, en 1951. A partir de ese año, el Premio Nobel 1954 comparte sus horas entre la isla de Fidel y la isla de Key West, separadas tan sólo por 143 kilómetros. O 90 millas, que es la nomenclatura mítica que usan los cubanos desde que comienzan a llegar a Florida.
La elegante construcción es de dos pisos. Cuando se entra, hay que cuidarse de doblar a la derecha. Es el rincón donde se venden los típicos “souvenir”; a pesar de la oferta variada, sólo unas poleras estampadas con el rostro o frases de Hemingway resultan algo atractivas por unos US$20 dólares. Lo demás se trata, en general, de pósters, billeteras y cosas más que prescindibles.
Impacta el dormitorio del matrimonio: cama de dos plazas, balcón amplio, excelente entrada de luz, vista al mar. Se adivina un espectacular amanecer. Impresiona también el lugar donde Heimngway se sentaba a escribir, adornado por objetos traídos de los interminables viajes del literato: una cabeza de venado, un póster de la Plaza de Toros de Madrid con su nombre impreso, un reloj antigüo y un baúl africano con sus iniciales, entre muchos otros, y que dejan entrever sus polémicos gustos como la caza y la tauromaquia.
El patio es cuento aparte. Es casi como una plaza, con caminitos de ladrillo hechos -según explican en el museo- por la propia mano del escritor, banquitos y mesas para tomar el té y frondosa y verde vegetación. A todo lo dicho, debe sumarse otra atracción: los gatos. Una colección invaluable de micifuces y chimichurrines que alcanzan la suma de sesenta, aproximados.
Hemingway cria como cincuenta felinos cuando vive en esta casa, traídos por capitanes de barcos que atracan en la isla. Según la leyenda, la mayoría tiene seis dedos, cosa difícil de verificar por el evidente mal genio de los felinos. De acuerdo a la nomenclatura veterinaria, se trata de polidactilia. Es decir, dedos adicionales.
De hecho, lo que molesta un poco es que los guías insisten en destacar más a los gatos que, por ejemplo, la poderosa biblioteca del escritor. No se considera mucho en las alocuciones. Y es verdaderamente codiciable.
Se ubica en un corredor entre la pieza principal y una más chica del segundo piso, cruzada por un sistema de tablas que, obviamente, no permiten sacar los libros. Sin embargo, una buena mano de terciopelo podría afanar tranquilamente alguno de los Balzac, Dostoeivsky, Joyce, Fitzgerald o Pound que conforman esta envidiable y deseable alacena de publicaciones. Más de alguno de esos autores fueron amigos o maestros personales del antiguo inquilino.
Hemingway nace el 21 de julio de 1899 en Oak Park, un lugar cercano a Chicago. Luego de una existencia intensísima en la que comparte roles de periodista, reportero de guerra, voluntario en la Cruz Roja, escritor, guerrillero en la Guerra Civil Española, vividor, boxeador, cazador y deportista en general, se suicida en Cuba, en medio de una explosiva mezcla de locura, alcohol y drogas el 2 de julio del año 1961. “Cuanto más experiencia tiene un escritor, más sinceramente crea en la imaginación”, comenta en alguna entrevista.
En su casa de Key West el Premio Nobel vive una importante época. Se trata del regreso a su país, luego de varios años por Europa aprovechando el día. Y fue la llave de paso para conocer ese sueño que fue para el mundo izquierdista la Revolución Cubana.
Amigo personal de Fidel Castro, vive no menos intensas jornadas de juerga e ideología en la poderosa noche de La Habana. De allí a Key West, fue siempre cuestión de horas. Están frente a frente.
Con poco más de sesenta años en el cuerpo, el escritor decide ponerle fin a sus días con la escopeta que el propio Fidel le había regalado por su apoyo público al proceso revolucionario verde-oliva.
En su sobrio, pero poderoso despacho de la calle Whitehead nacen obras como «Por quién doblan las campanas», «Adiós a las Armas», «Las Alturas del Kilimanjaro», «La corta y feliz vida de Francis Macomber», «Verdes Colinas de África», «Muerte en la Tarde», «Tener y No Tener» y su única obra de teatro: «La Quinta Columna».
Resulta conmovedor pasearse por esta mansión tan exquisitamente hermosa, tan bien dotada y -a la vez- tan simple, en la que sólo hay un lujo: la tremenda piscina que adorna el patio. Majestuosa, profundísima y extensa, fue nada menos que la primera que se construye en Key West, a un costo un poco exorbitante para la época de casi US$20.000. Hay que considerar que la casa sólo significa un desembolso de US$8 mil.
Más allá de eso, la casa habla por sí sola. Acogedora, vital. Cruzar sus jardines, respirar su aire, hacer el intento de jugar con sus gatos es imaginarse con que el escritor anda dando vueltas por ahí. Uno se sienta en alguna de las mesas del patio y es posible imaginar a Hemingway con un felino con polidactilia en sus brazos, paseándose y hablándo chocherías de sus aventuras y de sus animalitos. También de sus juergas.
Lo bueno del recorrido ofrecido en esta casa es que resulta bastante espontáneo y libre, lo que da espacios para moverse con comodidad. La casa de Hemingway resulta ser una exquisita fresa del pastel, en una isla como Key West que se presenta como una constante y sorprendente caja de sorpresas.