Empoderamiento democrático o cómo salir del laberinto de los miticultores

(*) Óscar Heredia Vargas

Según explica el filósofo español Fernando Savater, una de las fabulas más emocionantes y terribles se llama “Rebelión en la granja”, del escritor inglés George Orwell.

“En ella –explica el pensador hispano- logran expulsar al amo y organizan la granja de modo que todos (las gallinas, los perros, los caballos, los cerdos, el asno, etcétera) tengan igual derecho, pero poco a poco los cerdos, dirigidos por Napoleón, se van convirtiendo en los nuevos amos: trabajan cada vez menos, se apoderan de los mejores bocados y tienen todo tipo de privilegios, amenazan -e incluso quitan del medio- a quienes no les son ya útiles”.

Una de las principales argucias que esgrime Napoleón es la propaganda para sostenerse en el poder, aprovechando la complacencia de muchos de los miembros de la granja.

El pueblo tiene en sus actitudes una que explica lo ocurrido en “Rebelión en la granja”: ser hábil y ágil para simplificar lo que creemos que son nuestros problemas, nuestras expectativas, nuestras ideologías, nuestras identificaciones, nuestras soluciones.Y en lo político esto –ciertamente- es aprovechado por quienes buscan el poder.

La urgencia de quienes sueñan quedarse en el mando -o lo buscan- se aprovecha de esa actitud popular y recurren a la “miticultura”, entendida como “una variedad de manipulación de laboratorio para ingresar en la categoría de lo fabuloso”.

El caudillo, el omnipresente, el omnisciente, “es la piedra filosofal, inventada, maniobrada por un alquimista inspirado, experto en el arte del montaje” –como dice el ensayista francés Jean Lacouture- pero siempre dispuesto a ingresar en el orden de lo real: Presidente, comandante, dignatario.

En muchas ocasiones, para esos fines “se movilizan profusamente los mitos históricos, incorporándolos a su propia personas energizada” al máximo de temperatura. “La miticultura tanto más eficaz cuanto espontánea o planificada; operación de trasformación, sublimación, de gran hechicero” de gran estadista, de gran soñador, del salvador, de un mesías populista, de un constructor de una obra maestra que consiste en hacer algo a partir del caos, de la crisis o de casi nada.

En muchos casos, las actuales democracias (y sin señalar a una ideología específica), se dejan embrujar por la palabra (propaganda) de las tinieblas y de la angustia, dejando de lado las formas y los mecanismos reguladores del ejercicio del poder político. Esto da paso a democracias más de forma que de contenido.

¿Cuál es la única manera de no caer en manos de “Napoleón”? Por supuesto, no dejarnos seducir por el corto plazo, el apego y lo fácil o por la resignación, la impotencia y la angustia. Afrontar los hechos y actos políticos e identificar responsabilidades, recuperando el capital cívico y la cultura política democrática legítima.

Y la manera más bella: Tomar la palabra desde las fibras más íntimas, arengar para el empoderamiento democrático de todos los ciudadanos, los pueblos y la sociedad ¡Libertad, integridad y fraternidad!

(*) El autor es docente emérito de la Universidad Mayor de San Andrés (Bolivia).

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