Suena fuerte: A treinta años de los mega-recitales en Chile

El año en que Chile enriela su camino democrático es también cuando se da inicio a una serie de megarecitales con los que el país hace un tímido ingreso a las grandes rutas del espectáculo.

En 1989, a poco de ganar el “No” en el plebiscito del año anterior, Chile realiza también sus primeras elecciones libres, tras dieciséis años de dictadura.

Rod Stewart es el encargado de comenzar todo. El 7 de marzo de 1989 el británico encanta a más de 65.000 personas que llenan el Estadio Nacional. Al son de “Forever young”, el cantante pone una multitudinaria lápida a casi dos décadas de un asfixiante apagón musical, estimulado por la censura militar y por el hecho de que muchos artistas se negaban a pisar suelo nacional mientras no hubiese democracia.

Era el caso –por ejemplo- de Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa o Silvio Rodríguez, entre muchos otros.

Hubo excepciones, por cierto. La mítica actuación de los ingleses The Police en el Festival de Viña del Mar el año 1982 forma parte de esas dinámicas que confirman la regla.

Como fue notorio en el ambiente comunicacional dicho año (la crítica Yolanda Montecinos califica el tono de Sting como “de voz caprina”), los medios chilenos desconocen el real peso internacional del trío que viene con su exitoso cuarto álbum “Ghost in the machine” casi recién editado.

En Europa la presencia del grupo “en el país de Pinochet” es altamente criticado. Se les saca en cara su decisión de no ir a Sudáfrica (ya que el trío argumenta la existencia del apartheid) y su aceptación de tocar “en la fiesta veraniega de los militares chilenos”, refiriéndose al festival.

Sin embargo, Sting explica lo que para algunos sigue siendo inexplicable: “Tocar en Chile no es lo mismo que tocar en cualquier país europeo, en donde el rock es marketing y comercio. Tocar en Chile y ver cómo los jóvenes disfrutan con nuestro show en medio de los policías y militares que los apuntan todo el tiempo es algo épico. En Chile nuestra música es revolución”, dice a una revista inglesa a los pocos meses de estar en Viña.

Otra de las excepciones es la permanente visita de artistas argentinos, algunos en pleno éxito, como el singular y siempre polémico Charly García, quien deja la grande cada vez que cruza la cordillera, especialmente en 1985 cuando le da besos en la boca a todos sus músicos y la escena suscita airadas cartas de “denuncia” en El Mercurio. Luego se suman otros como GIT y Soda Stéreo, grupos que realmente la rompen en el país.

De Grace Jones a Madonna

Pero todo es con cuentagotas. Los únicos artistas que se pasean por Chile son los que traen los millonarios presupuestos de la televisión en dictadura. Programas como “Esta noche, fiesta” de Canal 13 o “Vamos a ver” de Canal 7 cuentan con la presencia de Chuck Berry, Barry White y Grace Jones, por citar sólo algunos.

Nada masivo. El show se mantiene atrapado en las “malditas cajitas rectangulares”, como le canta a la TV en los 80 el grupo de rock penquista Emociones Clandestinas.

Ese año 1989 es, sin duda, el Big Bang. Las más de 70.000 personas reunidas en el Estadio Nacional para ver a Rod Stewart constituyen una señal potente. Chile empieza a reinsertarse en el show bussines cultural.

Sólo meses después -en octubre- viene otra artista en su mejor momento: la estadounidense Cindy Lauper, dueña de temas tan ochenteros como “True Colors” y “Girls just want to have fun”. En septiembre de 1990 se suma el Festival Rock in Chile en el que comparten escenario luminarias como Bryan Adams, Eric Clapton, Mick Taylor y David Bowie.

En octubre de 1990 la situación explota con los extraordinarios recitales organizados por Amnistía Internacional, que en dos jornadas logran reunir a más de 150.000 personas en el Estadio Nacional con una oferta sorprendente y variopinta: New Kids On The Block, Rubén Blades, Sting, una recién conocida Sinead O´Connor, una desconocida española Luz Casal, Peter Gabriel y Wynston Marsalis, entre muchos otros.

Sólo cruzando el umbral de los año 90 se hace habitual ver en el país a grandes artistas: Paul McCarthney, Guns N’ Roses, U2, Metallica, Bon Jovi y Michael Jackson, entre otros, marcan su presencia en suelo chileno. Algunos -incluso- más de una vez.

La presencia de Madonna en 2008, con dos noches a precios altísimos y con gente que duerme en las afueras del Estadio Nacional, puede ser como el cierre de un ciclo. Son veinte años de megaconciertos que requieren del comienzo de otra etapa.

La variedad la lleva

De la escasez a la sobreexposición hay sólo dos décadas de diferencia. Desde fines de los 90 hasta mediados de los 2000 se conforma una activa industria de productoras que logran sumar a Chile en la ruta artística de los grandes números. Todo eso aparejado con una buena respuesta del público. Pero la situación de los diez años siguientes se puso un tanto paradójica.

Por un lado, conciertos que pueden resultar extraños a los ojos comunes, como los son –por ejemplo- los del llamado k-pop (pop coreano o de cultura asiática), abarrotan sus presentaciones. Lo mismo ocurre cuando se ofrecen entradas gratuitas para conciertos de música clásica dirigidos por el maestro israelí Zubin Mehta. O el festival de rock Lollapalooza que ofrece entradas en verde (sin programación confirmada) y las solicitudes colapsan el sistema.

Foto: DG Medios

Por otra parte, se viven crisis de shows en que no se logra convocar público y las productoras empiezan a inventar ofertones de última hora, rebajando los valores iniciales a precios irrisorios, dinámica que claramente le resta seriedad al servicio. O se producen cancelaciones de último minuto, con un largo paseo por diversas instancias para concretar la devolución de las entradas.

¿Da el mercado chileno para tantos eventos y conciertos al año? Para el publicista Javier Sanfeliú, “el mercado chileno no sólo da para grandes espectáculos, sino para una variedad de todo tipo. Ya está comprobado. Se llenan desde eventos de rock hasta ópera”, enfatiza.

En la misma línea se ubica Octavio Silva, de la productora La Clave: “El mercado da para todo tipo de eventos porque cada vez más la gente ha ido incorporando los conciertos como parte de su cartelera de actividades y entretención”.

Alejandro Orellana, de la productora The Artmedia Agency, anota un par de bifurcaciones: “Depende de qué mercado hablamos y de dónde se localiza. Si se trata de música comercial, perteneciente al gran business internacional, a lo Madonna o Cat Stevens, sí, siempre habrá público. El punto es dónde: siempre en Santiago. La estructura completamente centralista de Chile refleja lo que es posible o no de hacer. Para el resto de shows, como son los llamados de nicho, siempre existirán esas mil personas que irán a ver un artista que no todos conocen”.

 

Otro mercado liberal salvaje

A pesar de lo movida que se puso la industria en las últimas dos décadas, Chile en sí mismo no resulta atractivo si a los artistas consagrados o a los shows importantes no se les ofrece un paquete que incluya varias paradas por América del Sur. “Estamos lejos de todo y dependemos de lo que se hace en Argentina y Brasil, pues los artistas internacionales difícilmente vendrán sólo por un concierto en Santiago”, asegura el representante de The Artmedia Agency.

Así las cosas, los organizadores tienen varios puntos de qué seguir preocupados para mejorar el servicio. En lo inmediato, Octavio Silva subraya que “aún hay algunos productores informales que especulan con algunos conciertos que si no tienen demanda luego los bajan de cartelera. A ello se suma, por cierto, una regulación clara por parte del Estado respecto del tema legal e impositivo”.

 

Sin embargo, el horno está complicado. “La verdad creo que hay poco por hacer”, comenta Alejandro Orellana.

“El mercado chileno es liberal salvaje, en el que la intervención de subvenciones o de plata pública es nula, lo que hace que trabajar en producción aquí sea una guerra, al estilo norteamericano o japonés. No hay espacio ni interés por los operadores en formar alianzas o grupos de productores que pudieran negociar mejor con las agencias internacionales, armando circuitos de ciudades que hagan más largas, atractivas y menos caras las giras. Si se lograra armar un circuito de productores comprometidos y audaces, nuestro trabajo de agentes internacionales sería más fácil y efectivo”, asegura.

Dice estar completamente seguro de que “quien emprenda con un teatro de 1.500 personas, ni una más ni una menos, tendrá la sala llena todos los meses del año”.

Por su parte, Sanfeliú considera que desde el ámbito de la publicidad se podría hacer un aporte más jugado y creativo. “Hay una gran oportunidad para las marcas que no han sabido aprovechar: si compraran entradas con mayor frecuencia y las regalaran a través de sus comunidades, obtendrían una mayor ganancia emocional que la que obtienen pagando una fortuna por un pendón mal puesto en el recinto. Y –además- serían queridas, cosa que hoy no sucede”.

 

El papel de las redes

¿Cómo se logra tener público con ofertas tan continuas? Claro, muchos dirán “antes se quejaban de que no venía nadie y ahora se quejan que vienen muchos”, pero el asunto es cómo se estiran los presupuestos, desde el punto de vista del público, ante una oferta cada vez más variada. Las cifras indican que casi dos millones de personas asisten a conciertos durante el año. Algunos economistas, como Rafael Garay, señalan que un instrumento muy usado es la tarjeta de crédito.

Javier Sanfeliú, quien como director creativo en radios del consorcio Iberoamerican tuvo que ver en la promoción de importantes eventos en Chile como el reencuentro de Soda Stéreo, la primera presentación de Madonna y el regreso de The Police, cree que “sin lugar a dudas las tarjetas han dado cabida a un mayor consumo. Es el mecanismo por el cual la mayor cantidad de gente accede. El chileno es carne para productoras y consume espectáculos”.

En la industria suman otras consideraciones. Octavio Silva recalca que hay mercado y nichos para todo, entre otros motivos, debido a que la gente hoy no invierte mucho en música física (CD´s), por lo que gran parte de ese presupuesto se va a eventos en vivo. “Al masificarse los sistemas reproductores tipo MP3, aumentó la descarga de música legal e ilegal, por lo que el acceso a otros tipos de expresiones musicales aumenta mucho y -con ello- se amplían los públicos y las demandas por otros tipos de recitales”, asegura.

 

En esa línea, Orellana recalca que ante el alto costo de una entrada para un espectáculo de primer mundo y la realidad de los ingresos del chileno medio, “la única posibilidad para ir a un concierto -a veces- es endeudarse, al chileno ya lo han acostumbrado a que el endeudamiento es bueno y que la plata que él no tiene, alguien se la presta”. Sin embargo, apunta también a que las personas hoy están mucho más informadas y conectadas al mundo.

“Eso se refleja en los nichos, aquellos grupos que llenan un Caupolicán con artistas que no conocen más de 2000 personas. ¿Cómo pasa eso? Bueno, internet, redes sociales, boca a boca, tribus urbanas. Casi todas las semanas hay un concierto de alguien que supuestamente no conoce nadie y que llena un teatro. Eso es información, es estar mas cerca del mundo que antes”, indica.

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