“En tu piel”, el nuevo largometraje del director chileno Matías Bize, nace a partir de las cenizas de “En la Cama”, su segunda obra. En esta oportunidad –eso sí- no se dispone de una sola noche: se trata de dos personas -Julia (Eva Arias) y Manuel (Josué Guerrero)- que se juntan una vez a la semana en un departamento para dormir la siesta sin pijama, como dice una canción.
El hecho de que se disponga de más tiempo (algo cercano a los tres meses) y no solamente de una noche, permite que el relato adquiera mayor verosimilitud y desarrollo, incorporando de modo eficaz la elipsis narrativa.
Un aspecto a considerar en esta nueva versión de “En la cama” (aunque, en palabras de su director, se trataría de una nueva película, no de un remake) es que sucede en otro país, en República Dominicana.
Un retrato atípico
Ahora bien, como señaló oportunamente un espectador en el espacio destinado a preguntas durante el pre-estreno en la Cineteca Nacional de Chile, lo cierto es que da un poco lo mismo que hubiera sido filmada allá, en Santiago o en Moscú.
Sin considerar un CD con un tema de un cantautor local que el protagonista pone al final, las referencias al entorno son inexistentes. Y esto llama la atención, por la forma en que se decidió hacer caso omiso al exterior.
Si bien el director es coherente cuando señala que una película se construye a partir de detalles y la exigencia de retratar un país entero es una responsabilidad abrumadoramente grande, queda la duda: ¿no había nada, algún plano de la ciudad que hubiera aportado? Por cierto, no tendría por qué haber sido la típica postal al atardecer de las calles con tráfico y los edificios apagando sus luces.

Por ejemplo, hay una escena de sexo bastante brutal que al principio no queda claro si se trata de una violación o no. Pero lo interesante, que hace de algún modo que el retrato de la pareja sea atípico, es que una vez que los dos entran al pantano de la relación insana, logran salir.
Hacen un juego en el que tienen un diálogo del posible encuentro casual que tendrían en cinco años más, en una salida bastante ingeniosa del guión. Y lo que se ve que prevalece es el afecto. Es decir, se pudo entrar y salir del infierno del daño, del recibirlo y provocarlo a conciencia, quedando indemnes y manteniendo vivo lo primero que los unió.
Un caso muy particular, y que extraña, pero que da alegría saber que -al menos- en el engaño de la ficción las parejas puedan desenvolverse así.
Como es usual en un largometraje de este tipo, la relación comienza en un estado de total frenesí y arrobamiento para, a medida que transcurra el tiempo, vislumbrar algunas complicaciones que sean motivo de eventuales futuros conflictos.
Pero acá se suele caer en caricaturas: él, que se queda mirándola antes de decir algo del tipo “Eres perfecta, que afortunado soy” para luego, cuando ese estado se pierda, percibir automáticamente el cambio. Es un mecanismo claro, pero evidente.

“Me gusta-la extraño”
Un aspecto interesante es la forma en que está retratado el sexo. Es gráfico, pero siempre con una música que induce más a la contemplación reflexiva que a sentir la carga erótica del momento. Como en el comienzo, con la toma desenfocada de ellos, en la que tiene que pasar un rato para poder distinguir una mano que agarra fuerte atrás, un pezón que se balancea desafiante, con una música que parecería más coherente para cuando el personaje mira un álbum de fotos antiguas que cuando está preocupado de alcanzar el orgasmo.
Es muy interesante acercarse a los mismos temas desde otras perspectivas y que uno, como espectador, se desconcierte y se vea obligado a observar algo conocido con otros ojos. Hace sentido ahí el paralelo que se establece con la muerte. Cuando Julia conoce a Manuel celebra el resultado positivo de una biopsia, que libra a una gran amiga del peligro.
Entonces, verlos sudando y pasándolo bien en el colchón y hablando al mismo tiempo de la muerte, que de alguna forma están celebrando la vida, crea un contraste que va en la misma línea de mirar el erotismo con otros ojos.
Pero lo que pasa es que el sexo también es la excitación volcánica. Y entre dos desconocidos que se frecuentan por un asunto de piel, es poco coherente que este aspecto se retrate tan a la distancia.
Faltó un poco más de animalidad, conectarse con esa cosa misteriosa que es la excitación sexual. Porque no deja de ser un poco erotismo de vitrina elegante. Todo es hermoso, perfecto. Se despiertan juntos y el encuadre de ellos podría fácilmente ser de revista «Vivienda y Decoración». Lo que está bien, pero cansa.
Había que idear algún modo para entregar la información de los personajes. En ese sentido, el diálogo cumple una función crucial. Se dan a conocer contando recuerdos, chascarros, metidas de pata; cosas aparentemente intrascendentes, pero que van conformando un retrato de personalidad efectivo. Probablemente, un guión deficiente hubiera hecho que los personajes hablaran de sus momentos “importantes” para darnos la ilusión que teníamos un retrato profundo de ellos.
Pero -al mismo tiempo- da la impresión que ni los recurrentes planos fijos de ella en la ducha, ni los bosquejos a la interioridad de ambos, logran retratar personalidades muy complejas o que se logre indagar en una problemática existencial más allá del banal “me gusta-la extraño”.

¿Una pequeña ópera de la cotidianidad?
En cuanto al tratamiento, se puede destacar el uso (y abuso) de planos fijos, los cambios sutiles de cámara, casi como si estuviéramos espiando a dos personas en una habitación cualquiera y no viendo una película, lo que favorece el naturalismo que se busca conseguir.
Pero da la sensación que algo que señala el personaje, a saber, que no se conoce necesariamente mejor a una persona por pasar mucho tiempo a su lado, en relación a que un esposo puede perfectamente no saber cuál es el plato preferido de su esposa y seguir viviendo a su lado en la inercia de la superficie, se podría haber aplicado también a la película misma.
Porque el espectador aguafiestas podría agregar: no por un plano largo que no agrega información, significa que conocemos más y mejor a los personajes. En este sentido, el final es bastante claro: ella antes de salir del departamento por última vez, mirando cada cosa, con una música que indica que está sucediendo algo importante y todo es eterno. Se entiende el efecto, pero se extiende demasiado y se vuelve tedioso.
Es cierto que se trata de un cine que valora el proceso y no tan sólo el lugar al que llegan los personajes, de carácter más contemplativo y que, por lo mismo, los silencios, los diálogos que aparentemente no revelan nada importante, son características coherentes con la poética del autor. Pero en ocasiones el recurso se evidencia y pierde efectividad.
Una película que apuesta oportunamente por lo intimista para retratar la forma en que dos desconocidos generan paulatinamente una relación y se van involucrando. Pero también, por otro lado, es legítimo preguntarse si es que en realidad daba para tanto.
Resulta difícil no pensar en la película “Los puentes de Madison” (Clint Eastwood, 1995), centrada en una relación fuera del matrimonio que significa una tensión real, una decisión que los personajes deben afrontar.
Evidentemente, no es que esa sea la única forma válida de acercarse al tema. Da la sensación que está bien, se gustaron más allá que la mera piel y se involucraron el uno con el otro. Pero también queda un poco en el aire la impresión de que se hizo un tema y que uno asistió a una pequeña ópera de la cotidianidad.
Sin embargo, es importante reconocer la sinceridad: todo el tiempo es clara la intención de contar una historia mínima, sin ánimos de grandilocuencias, que podría pasar en cualquier parte.
Dirección: Matías Bize
Año: 2019
Guión: Julio Rojas
Chile – República Dominicana