La música de la diversidad

(*) Rudy Wiedmaier

Una de las cosas bonitas de la música es la diversidad. Eso sí, en mi humilde opinión, sólo hasta el punto en que no se llega a idiotizar a la gente. Jamás me pelearía con un amigo que quiero ni por gustos musicales ni por fútbol. Sólo hago bromas al respecto. Pero no todo termina allí. Hay algo más.

Una de las cosas malas de transformarse en músico profesional es ir perdiendo la capacidad de asombro y maravilla. Empezar a escuchar todo con un oído analítico y múltiple: qué hace la guitarra, qué efecto tiene la voz, el tipo de bombo de la batería, si el bajo tiene compresión o no.

Es algo contra lo que he luchado durante toda mi vida profesional. Sigo haciendo música para recuperar algo que perdí hace muchos años, cuando decidí dedicarme a ella.

Qué paradoja ¿no? Quizás por esa razón no me conmueven demasiado las agrupaciones extremadamente perfectas en su ejecución, deslumbrantes en su destreza instrumental o técnica. En rigor, para eso basta con practicar numerosas horas por día.

Prefiero expresiones surgidas desde la simpleza de la canción (ahí cuando ingresa la otra rama esencial del árbol que me dio vida como artista: la literatura). Con toda la admiración y respeto que me merecen músicos de la órbita del jazz virtuoso, de la academia, de la música sinfónica, sigo creyendo y firmemente que el avance del arte surge del error. Jamás de la perfección.

La chispa salta en ese lugar que culturalmente nos enseñan a evitar: el error, el fracaso. Es ahí donde se anida el paso siguiente de la evolución del lenguaje musical y artístico. Un viejo blusero del delta del Mississipi toca dos notas en su guitarra de caja de habanos y me conmueve más que Satriani.

Esa vacilación, esa debilidad y torpeza tan profundamente humanas, nos regala -irónicamente- la posibilidad de recrear mundos. ¿Qué nos conmovió, por ejemplo, de «Crónicas marcianas» de Ray Bradbury? Que desde la ciencia ficción, por primera vez, un lejano planeta por conquistar se parecía mucho a nuestro pequeño pueblo de siempre.

El gran escritor de Illinois se atrevió a equivocarse, a arriesgar nuevos pasos y relatos. Y en palabras de Jorge Teillier: «Me acusan de que siempre escribo de lo mismo y con las mismas palabras. Pero son las únicas que tengo y conozco».

Esa sinceridad brutal que no pretende ser ni el que toca más rápido las escalas, ni el que conoce más acordes, ni el que hace más polirritmias por compás, me conmueve, me estremece. Aunque sea la sinceridad de los que cometemos errores a diario, ya no en nuestro arte, sino -peor aún- en nuestra vida y con aquellos que más queremos.

Me conmueve porque es la derrota -lo irónico que también es el triunfo- de los perdedores eternos, aquellos que pese a todo, insisten en tropezar, día tras día, con la misma piedra de la resurrección.

(*) Con casi una decena de trabajos en su discografía esencial, Rudy Wiedmaier es un reconocido cantautor chileno surgido en los años 80. Ha versionado al poeta chileno Jorge Teillier y su último disco se titula “Cuando vuelvan las canciones”.

0 Comments

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*