(Esta reseña asume que el lector ya ha leído comentarios, opiniones o ha escuchado hablar del filme. De todas formas, no contiene spoilers)
Una imagen recurrente en la cinta -y en el trailer- es la escalera por la que Arthur Fleck debe pasar para llegar a su casa. Empinada, infinita, te cansas de sólo verla. Y Fleck la sube lento, derrotado, con un agotamiento extremo que traspasa la pantalla y sientes en tus piernas.
Cada vez que la bendita escalera aparece, ves una declaración de lo que es la vida para Fleck: no importa lo que haga, no importa cómo se sienta, siempre es una lucha cuesta arriba. Y esta metáfora también sirve para graficar su perspectiva cuando -por fin- acepta ser quién es (no se preocupen, ya lo vieron en el trailer) y baja bailando feliz, al ritmo de «Rock and Roll Part 2».
«Joker» es una película fascinante. Y no porque sea una obra maestra (aunque bien lograda, aún le falta para ubicarse en ese punto), ni tampoco por la excelente interpretación de Joaquín Phoenix, ni por la hermosa fotografía, ni por la banda sonora más que correcta. Ni siquiera por los múltiples atributos artísticos o técnicos que pueden anotarse.
No. Lo impresionante es que existe. Y lo que provoca.

La reacción
En Estados Unidos la batahola incluye funciones vigiladas con agentes encubiertos; histeria de los medios de comunicación, buscando crear profecías autocumplidas respecto a tiroteos en las salas de cine; debates sobre la glorificación de los «incels», que les pueden llamar a tomar acciones malvadas como las del protagonista (no teniendo la menor idea de qué es un «incel»).
Joaquín Phoenix, en tanto, lo tiene más claro que el resto. Al preguntarle sobre posibles imitadores del «Joker», responde que ha investigado al respecto y que la evidencia muestra que no son las películas las que inducen estos comportamientos, sino hablar de ello en los medios de comunicación masivos. Y que esa es la razón por la que no quiere referirse al tema públicamente. Incluso ofrece conversaciones sobre el punto con l@s entrevistador@s, pero fuera de cámara o grabadora.
En rigor, no es sólo el terror a posibles imitadores del personaje. Se anotan varias reacciones sencillamente histéricas frente a temas que aborda la película y a minucias que rayan en lo absurdo, a saber:
- Que los ricos son los «malos» de la historia
- El uso de la canción «Rock and roll, part 2», de Gary Glitter, rockero y pedófilo arrestado en 1997 y condenado en 2015.
- El abandono que hubo en la función para miembros de la academia (que entrega los Oscar) por parte de un grupo de dueños de salas. Dijeron no «soportar» la tesis del filme.
La reacción llega incluso a poner en evidencia la gran distancia -y agenda- entre crítica y audiencia, al mostrar criterios abismantes en la valoración de la película. Por ejemplo, en «Rotten Tomatoes», la crítica gringa le da un 68%, mientras que el público le da un 90%. Sí, la misma crítica que le dió a «Capitana Marvel» un 78% y a «The last Jedi» un 91%.
Al final, esta histeria pareciera ser menos una preocupación legítima, que el terror de verse reflejados en una película sin concesiones.

La anomalía
«Joker» es un personaje de cómics, pero la película no entra dentro de lo que conocemos como género de superhéroes. Como se ha dicho hasta el cansancio, si lo reemplazas por un asesino en serie, tienes el mismo resultado.
Sin embargo, sí pertenece al género, porque fue producida dentro de él.
Por otra parte, su director Todd Phillips, planteó a Warner Brothers la creación de una marca: «Black label». La idea era acoger estas propuestas adultas y oscuras usando a otros personajes del universo DC. Viendo los resultados económicos de «Joker», lo más probable es que la idea prenda.
Entonces, tenemos un producto palomítero que sale de una cadena de producción que lucha por competir con Marvel y su universo unificado, obteniendo una película sin explosiones, sin gente que vuele, sin trajes hechos con CGI, sin banda sonora rimbombante, sin héroes y con un protagonista dañado que resulta ser el malo.
Y a pesar de esto (o quizás por ello), te hace empatizar con él, porque terminas deseando que haga lo que hace. Porque vitoreas cada revancha, cada bala, cada pequeño golpe de vuelta. Y al mismo tiempo, cuando ya estás en la catarsis de venganza, logra que el mismo personaje te dé asco y repulsión.
En resumen, te hace sentir incómodo porque logras identificarte y puedes llegar a vislumbrar el monstruo que llevas en tí, finalmente, sólo atado por unas cuantas convenciones.

«Joker» es un golpe al estómago y un escupitajo en la cara al público que sólo va al cine a ver «películas para pasar el rato». Disfrazada de «película de cómics» se esconde una crítica feroz a la sociedad, a la deshumanización, al individualismo rampante, a la falta de empatía con quienes son «mercancía dañada», al abuso infantil y sus consecuencias, a los ricachones que se las dan de políticos, a los políticos, a los medios de comunicación y su afán de morbo y a las masas indignadas que no dan ninguna solución, sólo destrucción.
Pero con todo, aunque se ubique para muchos como «revolucionaria», no deja de ser un producto mercantil, cuyo éxito se mide -por ejemplo- en los 90 y tantos millones de dólares que genera su estreno. Por la alfombra roja se les ve sonreír a los ejecutivos. En medio de esa alegría ya se piensa en una nueva franquicia, un «Joker 2», del cual hasta Joaquín Phoenix -que no es partidario de segundas partes- está abierto a realizar.
La paradoja está servida. Y el Joker no podría estar más feliz.