Crisis en Chile: El momento de una nueva sensibilidad

(*) Patricia Cerda

Un año después del golpe de estado de 1973, el ex presidente Eduardo Frei Montalva -que lo fue hasta 1970- le explicó en Nueva York a un ex ministro suyo y alto funcionario de las Naciones Unidas las razones del Golpe de Estado como sigue: “Toda la historia de Chile consiste en evitar que los indios atraviesen el río Bío-Bío. Con el gobierno de Allende y la Unidad Popular, los indios lo atravesaron; por eso se produjo el golpe” (1).

Como escritora y como historiadora comparto en parte la idea del eterno retorno de Arthur Schopenhauer que popularizó Friedrich Nietzsche. Ambos afirmaron que en la historia es siempre lo mismo, pero de otra manera (eadem sed aliter).

El acontecimiento más importante de nuestra historia en el período colonial fue, sin duda, la Guerra de Arauco. El conflicto más largo que ha habido en la historia de la humanidad. La resistencia de los mapuches a la colonización y ocupación del territorio ubicado al sur del río Bío-Bío por parte de España fue certera y exitosa. La influencia de ese conflicto en la formación de nuestro carácter como cultura nación es innegable. Lo vemos en las calles hoy: manifestantes con banderas mapuches, estatuas que son derribadas…

Otra reminiscencia de ese conflicto hasta el día de hoy es el miedo de la élite ante la fuerza y el empoderamiento de la ciudadanía. Como historiadora que ha estudiado nuestro proceso civilizatorio, veo las imágenes de las protestas y pienso en los levantamientos mapuches de 1598, 1655, 1723.

En los debates de la prensa escrita y en la televisión para entender la crisis se habla de los déficits e injusticias del sistema neoliberal. Se dice lo que todos sabemos y circula en las redes sociales desde hace años: que en el territorio nacional hay básicamente dos Chile. Uno privilegiado y el otro explotado y marginado de los beneficios del sistema en materia de salud y educación y otros derechos humanos básicos. Un Chile que sufre y otro Chile indolente respecto a los problemas de las mayorías.

Entre esos dos Chile hay una clase política inepta que se asigna sueldos obscenos y no cumple su función mediadora y legisladora de un marco legal justo para todos. Esos dos Chile son una herencia colonial. La élite de hoy viene de la élite criolla de ayer que temía y repudiaba a los pueblos originarios y a los mestizos. Estos mestizos eran sus propios hijos, que ellos engendraban en sus indias de servicio y luego desconocían. Los ciudadanos empoderados de hoy vienen de los bastardos e ilegítimos de ayer.

Sabemos que el conflicto social y étnico entre la élite y el pueblo se prolongó en la República. En ello jugó un rol importante el exiliado argentino Domingo Faustino Sarmiento. En varios artículos y en su novela-ensayo “Facundo” postuló que el mundo americano se dividía entre bárbaros y civilizados y que a los bárbaros había que exterminarlos a todos. En un artículo publicado en 1844 en el periódico chileno El Progreso, Sarmiento afirmó: “Vamos a apartar de toda cuestión social americana a los salvajes, por quienes sentimos, sin poderlo remediar, una invencible repugnancia. Para nosotros Colo Colo, Lautaro y Caupolicán, no obstante los ropajes civilizados y nobles de que los revistiera Ercilla, no son más que unos indios asquerosos a quienes habríamos hecho colgar y mandaríamos a colgar ahora si reapareciesen en la guerra de los araucanos contra Chile”.

No hay que olvidar que la novela-ensayo “Facundo”, en que el argentino resume su pensamiento segregacional, es considerada fundadora de la nación argentina. Sarmiento y los mal llamados románticos del Cono Sur americano no hicieron más que prolongar el abismo que surgió en el período colonial entre el mundo español y el mundo indígena y mestizo. Este abismo existía todavía a mediados del siglo pasado. El antropólogo chileno Ricardo Latcham comentó en los años 50: “El defecto de la aristocracia chilena es su equivocación cultural, su desorientación respecto a los problemas nacionales, su atraso respecto a las grandes cuestiones contemporáneas”.

Las resonancias de la colonia continúan y hoy lo estamos viendo en la explosión social. Somos una sociedad postcolonial. Desde mediados del siglo pasado la literatura y el arte en general han hecho mucho por cerrar la brecha entre los dos Chiles. Especialmente importante fue el aporte de los hermanos Violeta y Nicanor Parra. Ellos negaron la división entre bárbaros y civilizados y mostraron la belleza que nació de la mal llamada “barbarie”. Fue el tema de mi novela “Violeta & Nicanor” (Planeta, 2018).

Concuerdo en parte con la idea del eterno retorno, pero no del todo. Como persona optimista, me identifica más la idea de los “corsi” y “recorsi” del filósofo italiano Juan Bautista Vico (2). Según el autor, el ritmo de la historia es cíclico, pero hay avances. Más que un eterno retorno, la historia es un espiral.

El avance se podría traducir hoy en Chile en un cambio de paradigma. Los ojos del mundo están puestos aquí y lo veo posible. Existe la oportunidad única en nuestra historia de superar la separación entre los dos Chiles. La élite tiene la oportunidad de empatizar con la ciudadanía en vistas a crear un país más justo, una nación modelo en América Latina. En el nuevo paradigma no se trataría sólo de plantear ideas nuevas, sino de dejar que surja una nueva sensibilidad.

Citas:
(1) Citado por Armando Uribe Arce en «El fantasma de la sinrazón». Be-uve-dráis editores, Chile, 2001, página 17.

(2) Juan Bautista Vico: «Principios de una ciencia nueva acerca de la naturaleza común de la razón».

(*) Doctorada en Historia en la Universidad Libre de Berlín. Ha sido docente de Historia Latinoamericana en la misma universidad y de Comunicación Intercultural en la Universidad Ludwig Maximilian de Múnich. Es escritora, historiadora y ensayista. Nació en Concepción. Desde 1986 reside en Alemania.

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