Contradictorios, irónicos y tajantes, la irrupción de Los Prisioneros no deja a nadie indiferente a mediados de los años 80 en Chile. Mientras la onda Disco y los temas de Village People dominan las radios y las fiestas juveniles, un grupo de adolescentes se junta por pura casualidad a compartir el inicio de la enseñanza Media en el Liceo 6 de San Miguel.
Corre el año 1979 y Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia comienzan la trascendente y compleja historia de sus vidas. Se ven, se conocen y se caen bien. Constituyen un lote distinto en el curso y en el colegio, un grupo medio intelectual que critica, tiene onda propia y se saca buenas notas.
Lo cierto es que conociendo su biografía como chicos inquietos desde sus tiempos escolares, no puede sorprender lo que logran en sólo seis años de intensa trayectoria y cuatro poderosos discos: «La voz de los ’80» (1984), «Pateando piedras» (1986), «La cultura de la basura» (1986) y «Corazones» (1990).
Luego viene la separación, las peleas y el lado B de cada uno. Logran recuperar terreno casi quince años después de su compleja separación, con históricos recitales en el Estadio Nacional durante noviembre y diciembre de 2001, dando pie a un notable trabajo en vivo (2002) y a un sorprendente y atractivo álbum de estudio («Los Prisioneros», 2003).
Los “jaguares de Sudamérica”
Tal vez un aspecto que demarca la mayor de sus gracias es que desde sus orígenes se constituyen siempre un grupo incómodo para cualquier sector.
Para la dictadura, por cierto. Con ese nombre era imposible que el grupo no sufriera actos de censura y acoso. Pero también para la oposición política y cultural de entonces, para los artistas de esos años, para los medios de comunicación. Son vistos sólo como unos veinteañeros provenientes de un populoso sector de Santiago, demasiado independientes como para sumarlos a sus filas.
Las canciones del trío si bien constituyen una fotografía más real de lo que estaba pasando en las ochenteras calles chilenas que lo exhibido por la TV, los diarios o las revistas –mayormente oficialistas- tampoco resultan funcionales para quienes se ubican en la resistencia cultural de los 80.
Las letras de Los Prisioneros tienen el atractivo punto de que, criticando lo que pasa en el Chile de esos años, intuyen un tipo de actitud que se está fragüando en la sociedad nacional. Es lo que en los 90 explota con la figura de los “jaguares de Sudamérica”.
“En las garras de la comercialización/ murió toda la buena intención”, dicen en el primer track de su primer disco, hace treinta y cinco años. “La voz de los 80” aún pasa como un verdadero hito en la historia de la música popular y rockera de Chile.
Es difícil imaginar el éxito de un disco como ese, en todo caso, sin tener la experiencia del tiempo en el que se edita.
Libertad y potencia creativa
Chile a mediados de los 80 es una sociedad casi de características provincianas, en un mundo bajo la asfixiante Guerra Fría. Sin internet, sin redes sociales, sin ringtones, el país es controlado totalmente por la dictadura.
Sin acceso a los medios de comunicación, sin agencias de relaciones públicas, sin cultura de marketing, sin capitales, este trío de jóvenes educados en colegios-públicos-con-números experimentan con libertad sonidos y letras sorprendentes para los oídos locales.
Lo hecho por el trío en esos oscuros días es un acto de absoluta libertad y potencia creativa, lo que da testimonio de que el ser humano -aún en las peores condiciones- siempre puede sacar lo mejor y que el contexto no puede ser siempre excusa para no intentar- siquiera- hacer lo más parecido a lo correcto.
Los diez temas de “La voz de los 80” resisten las poco más de tres décadas que cumplen y son capaces de dar cuenta de una época y seguir removiendo espíritus aún hoy.
“La imaginación, si es que la tuvo ya la perdió/ y en su lugar instaló un videotape” (“Mentalidad televisiva”); “El mejor gancho comercial/ apela a tu imbecilidad/ te trata como un animal/ poniendo en claro tu brutalidad” (“Sexo”); “Nadando en alcohol y tabaco/ alegría de vivir ellos dicen” (“Brigada de negro”) o “Para amar para amar / tu identidad debes falsear/ para amar para amar/ siendo estúpido serás feliz” (“Paramar”), constituyen pequeñas muestras de que la mirada crítica del grupo no sólo es sociopolítica. También es sociocultural.
Para qué decir “Contradices toda tu protesta famosa/ con tus armonías rebuscadas y hermosas” (“Nunca quedas mal con nadie”), “Mira nuestra juventud/ que alegría más triste y falsa” (“La voz de los 80”) o -por sobre todo- “Con toda honestidad y con la mente fría/ renegamos de cualquier patrón” (“No necesitamos banderas”).
Hablando al Chile de hoy
El disco “La voz de los 80”, en rigor, le sigue hablando al Chile de hoy. Y es posible también que, en general, a América Latina, en donde los ritmos de las sociedades se encuentran en entredicho debido a las lejanas, pequeñas y egoístas miradas que vienen de sus élites en el poder.
Pasado tanto tiempo, el primer disco del trío nacido en un barrio popular de Santiago sigue siendo incómodo.
Sería bueno revisar con mayor atención este trabajo inquieto y con aires premonitorios. Para muchos no sólo se trata de lo mejor de Los Prisioneros, sino que uno de los buenos trabajos musicales de la región.