Desde las orillas del Zanjón de la Aguada, un sucio brazo fluvial que lleva al mar restos fisiológicos del sector sur de Santiago, el escritor y artista plástico Pedro Lemebel salta al mundo.
Solía repetirlo: cargaba con dos pesadas mochilas: ser pobre y homosexual. Sin embargo, contra todo presagio, su intenso e iconoclasta lenguaje plástico –primero- y el fuego de su pluma –después- le permiten consagrarse como un artista «respetado».
Es fácil escribirlo. Sin embargo, llegar a ese lugar no lo fue para nada. Su mirada es siempre social y política, desde la militancia gay, marginal y opositora a la dictadura -primero- y a la impostura de la democracia, después. Sus palabras tan bien elegidas y cargadas nunca pasan inadvertidas y jamás se ubican entre los creyentes de la falsa acepción de “consenso” que se impone en el discurso público, especialmente en los años 90, y que gran parte del mundo cultural adhiere con entusiasmo.
Tras 25 años de ausencia, a su regreso a Chile el reconocido escritor nacional Roberto Bolaño anota en una cruda crónica publicada en la revista española Ajoblanco que «Pedro Lemebel es uno de los pocos que no buscan la respetabilidad (esa por la que los escritores chilenos pierden el culo), sino libertad”.
Con su intenso accionar artístico, que incluye las más variadas performances como el lavado de pies a prostitutas, heridas en el cuerpo y desnudos públicos, hasta su escritura intensa que suma crónicas y novelas, Pedro Lemebel se ubica en el destacado panteón de la cultura chilena.
De hecho, su trayectoria también es motivo de investigación en la academia nacional e internacional. Son muchos los posgrados y jornadas interculturales en casas de estudio del mundo que analizan la influencia y el devenir plástico y literario de Lemebel.
Por su registro casi único de crónicas marginales como “La esquina es mi corazón”, “Zanjón de la Aguada”, “Loco afán” y su novela “Tengo miedo torero” sus seguidores consideran que reunía méritos suficientes para el Premio Nacional de Literatura. Sin embargo, no lo obtuvo. El año 2014 disputa hasta el final tal posibilidad, pero no lo logra.
Lemebel (cuyo verdadero nombre es Pedro Mardones), se lanza al mundo artístico en 1986 con la creación del colectivo «Las Yeguas del Apocalipsis», junto a su gran amigo Francisco Casas, poeta y videísta.
En respuesta a la violencia existente durante esos años, llevan a cabo un proyecto absolutamente transgresor, rompiendo frontalmente con lo que consideran «un marco social burgués y capitalista». Por ello, exponen a boca de jarro su homosexualidad y la intolerancia que ésta genera, uniendo todo eso a un sentimiento de reivindicación de las minorías sociales.
Cuando debe asumir el pantalón largo de varón en su niñez, lo hace con cierto sarcasmo, casi con ironía, guardando el secreto que nadie sabía, a excepción de su madre. La importancia de este «pacto de silencio» entre ambos, lo lleva a la admiración del modelo matriarcal y -a su vez- a cambiar su apellido de Mardones a Lemebel.
Su abuela Olga, al quedar embarazada de Violeta (madre del artista), huye de su hogar de Santiago con rumbo desconocido. Inventa el apellido Lemebel para que no la detengan por prófuga embarazada. «Creo que inventa este apellido en un delirio de grandeza porque tiene rasgos de francés medio burgués», anota el propio escritor.
El tema de su procedencia lo lleva a investigar el origen del apellido, pero sin resultados favorables, hecho que lo lleva a una conclusión literaria: «Mi apellido viene, entonces, por cadena vaginal abuela-madre-coliza».
En su casa de niñ@ no hay libros. Lo que más se hace es escuchar radio. Recuerda un programa de entonces llamado «La Tercera Oreja» en el que se habla de literatura. «Me acuerdo de haber estado con mi madre escuchando la radio, concentrado imaginándome todo lo que se decía ahí. Se puede decir que mis primeras lecturas fueron a través de la radio».
El texto que lo atrapa desde la literatura es el cuento «El Árbol», de María Luisa Bombal, un escrito lleno de simbolismos femeninos. Eso marca significativamente su juventud . Lo que luego, en su pensamiento prolífero en imágenes, lo relaciona con la fotografía y con el cine.
Lo primero que escribe es una serie de cuentos llamados «Incontable», por los que gana un premio. «Hacer cuentos en dictadura era algo como de señora burguesa, un intento por blanquear el entorno terrible que se vivía en aquellos años», explica.
Por eso decide dar un paso más allá, dando paso a la crónica como elemento «subversivo», de protesta en contra del sistema. El trabajo de «Las Yeguas del Apocalipsis» ponen al colectivo y al propio Lemebel en el escenario, convirtiéndose así en algo así como panfleto viviente. «La performance me hace ser con mi cuerpo la crónica por la cual muestro mi realidad», dijo.
El escritor, cronista y artista visual muere el viernes 23 de enero a las dos de la madrugada en una clínica de Santiago, a los 62 años, a causa de un cáncer de laringe que lo mantenía internado en la Fundación Arturo López Pérez. Lemebel es sometido a una laringectomía el año 2012, pero su salud se deteriora progresivamente y pierde el habla a causa del cáncer.
Por obras literarias como «Loco Afán» (1996), «De Perlas y Cicatrices» (1998) y «Tengo miedo Torero» (2001), entre otras, obtiene el año 2013 el Premio Iberoamericano de las Letras «José Donoso». Como artista plástico expone su trabajo en Buenos Aires, Nueva York, San Pablo y Madrid, entro otras importantes ciudades culturales del mundo.
«Estas alas, niño hermoso, ya están un poco cansadas de volar», escribe el 25 de noviembre en su cuenta de Twitter. Pocos días antes de su muerte participa en la «Noche Macuca», homenaje a su obra que forma parte de las actividades del Festival de Teatro Santiago a Mil de ese año.
«No soy Pasolini pidiendo explicaciones/ No soy Ginsberg expulsado de Cuba/ No soy un marica disfrazado de poeta/ No necesito disfraz/ Aquí está mi cara/ Hablo por mi diferencia», plantea Lemebel en su «Manifiesto (Hablo por mi diferencia)», escrito en 1986- Una frase que queda como preclaro testamento de su búsqueda y de su propuesta.