Libro «El gran Gatsby»: La delicada paradoja del fracaso de Francis Scott Fitzgerald

«Eran gente descuidada. Tom y Daisy destrozaban cosas y criaturas y después se refugiaban en su dinero o en su amplio descuido, dejando que los demás repararan el daño». Con esta descripción al hueso, desnuda, directa, el escritor estadounidense Francis Scott Fitzgerald no sólo muestra el mundo de los protagonistas de su inolvidable novela «El gran Gatsby». Habla también en clave de espejo frente a lo que ocurre en su vida personal, junto a su esposa Zelda.

En circunstancias normales, el mundo literario estaría recordando este mes los 95 años de este notable título, editado en abril de 1925 por la editorial Scribner’s. Pero, ya sabemos. La literatura y el mundo hoy tratan de sobrevivir. Algo que también se respira en «El gran Gatsby». Eso sí, no de una pandemia. Sino que del hedonismo.

Imagen tomada desde Out of Paradise

Considerado como un intenso retratista de la frivolidad, muchas veces se olvida que también fue -por eso mismo- un certero profeta. Francis Scott Fitzgerald conoce en sus cortos 44 años el carrusel de la existencia.

Entusiasta cronista de los años locos de Estados Unidos, esa gozadora etapa en la que los ricos se dedican con pasión a disfrutar de lo suyo, el escritor tiene el privilegio de nacer en medio de todo eso, por lo que documenta dichos días con el sabor realista y honesto del que estuvo ahí.

Sin embargo, por lo que el lugar común llama «las vueltas de la vida», el escritor después muerde el polvo de la derrota y las necesidades, teniendo que sobrevivir a duras penas sólo recordando una poderosa riqueza que se fue.

«El gran Gatsby» / Portada de la primera edición / Editorial Scribners, 1925.

Aludiendo a la sentencia del artista visual estadounidense Andy Warhol, Fitzgerald cree eternos sus quince minutos de fama. Bebe buenos licores, disfruta en medio de la holgura, lleva consigo a su señora, pero luego se produce una caída estrepitosa. La hermosa música de la vida licenciosa un día, simplemente, deja de sonar. Y cuando lo hace, lleva ritmo de tragedia.

Fitzgerald no conoce ese mundo nuevo en el que hay necesidades que no se pueden saciar. Y busca desesperado refugio en la escritura. Intenta hacerlo de la mejor manera, aunque la mayor de las veces sólo alcanza a hacer lo que puede. Sobre todo para alimentar el ritmo de vida que él mismo se había autoimpuesto.

Sobrevive escribiendo, pero frente a sí mismo nunca construye una imagen querible. Tampoco al mirar a su esposa, una talentosa artista visual llamada a ocupar un lugar destacado, pero que opta vivir a la sombra de su esposo y eso mismo marca su escaso lucimiento.

Si Francis Scott cae fulminado por un ataque al corazón, en medio de un cuerpo dominado por el alcoholismo, ella muere encerrada en una clínica psiquiátrica pocos años después. La literatura -como el camino al cielo- está llena de buenas intenciones. Y una de las principales paradojas de quienes escriben es que, probablemente, no lo hagan en el momento correcto.

Su gran proyecto novelístico (el citado libro «El gran Gatsby»), por ejemplo, mientras está vivo no le significa ninguna ventaja económica. La escasa crítica lo apabulla y en su primer año vende escasos 20.000 libros. Ante eso, el autor debe seguir produciendo relatos casi al por mayor para revistas y publicaciones periódicas, además de guiones a pedido para Hollywood. La dinámica es, claramente, desgastante, cansadora y triste.

Francis Scott Fitzgerald muere en diciembre de 1940, a los 44 años.

Muy amigo de Ernest Hemingway, el escritor de barba blanca siente un genuino respeto por Fitzgerald, aunque la mayor parte de sus colegas lo miran como “el niño rico que ahora es pobre”. El autor de «El viejo y el mar» dice de Fitzgerald que «siempre está tratando de trabajar. Día a día trata de salir de eso para escribir lo suyo y fracasa».

Con absoluto sentido de la realidad, Fitzgeral anota en su diario: «Si Ernest habla con la fuerza del éxito, yo hablo con la autoridad que da el fracaso».

Sin embargo, a la vuelta de casi un siglo de la publicación de «El gran Gatsby» -y en el año que se recuerdan ocho décadas de su deceso- Francis Scott sólo conoce de éxitos. El detalle es que no está físicamente para verlo.

La intensa paradoja de Fitzgerald es que -a la vuelta del camino- la promesa de su brillante carrera se cierra y se cumple con creces. Con la autoridad que da ese delicado sonido del fracaso.

 

*** Foto principal tomada desde The Fitzgerald Papers / Princeton University Library – aparecida en Newstatesman.com

*** Las imágenes seleccionadas se han tomado desde internet sin uso comercial ***

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