Aunque sobrevive a la tortura en el régimen de Pinochet, el escritor chileno Luis Sepúlveda no alcanza a hacer lo propio frente al Covid 19. Luego de una de sus tradicionales vueltas por ferias del mundo, en febrero de este año 2020 el escritor se siente mal y debe internarse en el Hospital Universitario Central de Asturias. Ahí, finalmente, fallece este jueves 16 de abril, a los 70 años, debido al pendémico coronavirus.
Venía llegando desde el festival literario Corrrentes d’Escritas, celebrado en Póvoa de Varzim (Lisboa, Portugal), en el que –como resulta habitual desde hace décadas- cosecha éxitos y nuevos lectores. Traducido a más de veinte idiomas, Sepúlveda es un nombre reconocido en el mundo literario.
Su muerte causa evidente pesar. En Cultura y Tendencias guardamos un sentido recuerdo de la entrevista que le hicimos en nuestra edición en papel número 13.
Como una forma de efectuar un sencillo homenaje a su figura y su aporte a la literatura, publicamos en formato web la conversación publicada en mayo del año 2001. La entrevista estuvo a cargo de nuestro editor periodístico Claudio Pereda.

Luis Sepúlveda debe su éxito internacional a una atractiva novela que en Chile tiene una compleja primera etapa: “Un viejo que leía novelas de amor”, publicada en España en 1988 por el Ayuntamiento de Asturias.
Sin embargo, su primera aparición en el ámbito chileno es el año 1989 bajo editora Emisión, la misma que publica revista “Análisis”. El semanario -exitoso durante la dictadura- comienza ya a vivir los primeros momentos de su zozobra final. A pesar de eso -y tal como lo hacía con su buen contenido periodístico- la editora se caracteriza también por sacar muy buenos libros a la calle.
Pero la compleja situación económica y la crisis a la que entra la revista, en gran parte gracias a la decisión que toma el primer gobierno de la Concertación de prohibir los aportes de instancias extranjeras a los medios que habían sido opositores a Pinochet, hace que la aparición de la novela de Sepúlveda escrita en 1987 no tenga ni buena distribución ni buena promoción.
Así, en las bodegas de Emisión se agolpan cientos de ejemplares del libro, humedecidos por el tiempo y el olvido. Es la editora catalana Tusquets la que -a mediados de los años 90- toma la historia, la da a conocer y el nombre de Sepúlveda se transforma en un fenómeno mundial.
Tras su exitazo, Sepúlveda se lanza a la literatura infantil, con una historia de un gato con un alto sentido del honor. Ambientada en los puertos germanos de Hamburgo, la narración cuenta la tragedia de una gaviota que antes de morir producto de ser contaminada con petróleo, deja un huevo y le pide a un felino que cuide a su cría.
Zorbas, el gato, asume eso como una verdadero compromiso y no sólo le enseña a vivir a la pequeña ave, sino que a volar. La historia es otro éxito, llevada –incluso- al cine animación.
Sepúlveda también se pone una cámara al hombro. Dirige la película “En cualquier parte”, con un elenco internacional en el que figuran Harvey Keitel (“Perros de la calle”), Jorge Perrugorria (“Fresa y Chocolate”), Angela Molina (“Carne trémula”) y el chileno Oscar Castro, entre otros. La obra -que cuenta con capitales españoles, argentinos e italianos- se ambienta en un campo de concentración, durante la dictadura chilena.
Aunque también es un preso político durante la dictadura, ocasión en la que es torturado, Sepúlveda asegura que no se trata de un filme trágico. “Recurro a Osvaldo Soriano para hacer una trama con una fuerte ironía, lo que espanta a varios santurrones que se escandalizan ante la menor desviación de la perspectiva trágica”, asegura al diario argentino Página 12.
Si bien el escritor dice declararse un “ciudadano del mundo”, se le nota que Chile es para él un dolor que no ha podido quitarse del cuerpo. Famoso en el mundo entero, se inquieta por este rincón que lo vio nacer.
Por eso tiene una visión muy clara de lo que para él es la sociedad chilena actual y no hace nada por disimularlo. Se declara “una pulga en el oído” y tras esta conversación queda meridianamente claro por qué.
– Obviamente, Chile no me es indiferente. Me siento sí muy alejado de todo concepto chauvinista que se relacione con la patria o la nacionalidad. Sin duda pertenezco a este país, soy un latinoamericano, y eso significa ser plenamente consciente de que uno es un habitante desde los márgenes del río Bravo hasta el sur de la Patagonia. Pensar en Chile y de cómo soy recibido lo tomo como algo esperanzador. He conseguido los objetivos que me he planteado con mi literatura, he establecido un puente de complicidad con mis lectores, ellos me ven como un amigo. Es un vínculo muy valioso que debo seguir profundizando.
Del Chile actual, usted ha dicho que se vive en una época de olvidos. Que en el ambiente se respira la obsesión por el presente y el mañana…
– Hay una afirmación muy sabia que insiste en señalar que sólo los pueblos que conocen muy bien su propia historia no vuelven a cometer los mismos errores. Mi literatura busca constituirse en un registro histórico para compartir con la gente, pero sería bueno que ellos mismos tomaran más la iniciativa y, simplemente, no acepten que se haga un corte lateral en la historia y que los años en que aquí pasaron cosas no se guarden en una dimensión desconocida.
Por eso se define como un recordador. ¿Cree que hoy en Chile eso constituya una prioridad?
– La gran mayoría de este país vive en contradicciones permanentes y horribles, en una ciudad como Santiago en donde la zona sur no se beneficia de las bondades del sistema económico como la zona oriente. Aquí se define una dualidad cultural profundamente grave. Existe un grupo de chilenos, los que se benefician del actual estado de cosas, que insiste en poner como prioridad al país aspectos como el Nafta o el Mercosur. Se olvidan de que si la economía existe para algo, es para generar un subproducto que se llama progreso, lo que va fuertemente ligado a la cultura, no sólo al truco de la especulación, del beneficio inmediato.
La explotación irracional de las riquezas naturales es una vulgar hipoteca, se devasta el país con la entrega de todos los recursos naturales a empresas sin la menor consideración. Cuando esos capitales e inversiones se vayan, Chile va a quedar devastado. La mayoría de los chilenos creo que se hacen preguntas válidas, que no olvidan sus prioridades, lo que pasa es que casi diecisiete años de dictadura inhibieron la capacidad de plantearse claramente los cuestionamientos y la determinación de llegar a respuestas propias y de clara consecuencia.
Quienes desempeñamos este fascinante trabajo de la cultura, tenemos una enorme responsabilidad para estar al lado de la gente y decirle que hay que seguir haciéndose preguntas, hay que seguir buscando alternativas, hay que seguir pidiendo respuestas.

Entonces, usted cree que para ejercer un rol cultural, el escritor tiene que ser marginal. ¿Esa es la única manera de tener una perspectiva independiente?
– Te hablo de mi caso y creo que sí. Los escritores que a mí me gustan de Chile son aquellos que viven en una total marginalidad social, intelectual y literaria, porque el distanciamiento con que observan la realidad no los nutre de frialdad, sino que -por el contrario- les permite apreciar mejor los acontecimientos, de una manera más sana.
Usted incluso ha dicho que ha optado por ser un radical en cada postura que asume…
– Sí, efectivamente…
Y, entonces, como un reconocido hombre de izquierda ¿está de acuerdo con el proceso de renovación en que dicho sector lleva adelante desde comienzos de los 90?
– No sé a qué renovación te refieres. Si me hablas, por ejemplo, de aquellos que se reciclaron, no me parece positiva. El reciclaje sólo me gusta cuando se refiere a la naturaleza y a ciertos bienes que son imprescindibles de recuperar. Piensa que en cada proceso de reciclaje se va perdiendo un poco del producto. Si tú recuperas un kilo de papel, exactamente tendrás como resultado 90 gramos. Eso mismo aplicado a las ideas es nefasto.
En Chile no hay izquierda. Existe un sector más cercano a sus orígenes, pero que está completamente disperso y estupefacto. Si bien yo me siento de izquierda, aquí en Chile no me ubico ni en los reciclados ni en los estupefactos.
Me gustaría un discurso de izquierda más coherente, no autoritario, amplio y tolerante. En Chile hay que profundizar aún más en temas como la emancipación de la mujer, dar respuestas al problema ecológico y entregar opciones a los jóvenes, temas ante los cuales la izquierda tradicional no ha encontrado soluciones efectivas y que la izquierda reciclada no incluye.
¿Cómo se ve a Chile desde el extranjero?
– Se aprecia el buen el trabajo que han hecho las superestructuras políticas, se ve como una sociedad carente de discusión y que más bien la odia. Se prefiere un mal consenso, fruto del silencio y no de del debate. Quizás por eso mismo se aprecie de manera más atractiva las posibilidades de desarrollo que ofrecen los márgenes. La vida política que se exporta, esa que se ve en los medios de comunicación por el mundo, es una vida política miserable, pobre e inculta. Pero si se conociera la riqueza existente en las orillas de esa historia, sería algo bastante más esperanzador.
Hay un tipo de literatura que resume a Latinoamérica como una sociedad altamente tecnificada e intensamente urbana, a diferencia de los aspectos que usted subraya en su literatura. La mirada de los medios de comunicación, el principal espejo de nuestra sociedad, concuerda más con los primeros que con los elementos que usted destaca…
La respuesta es simple: ¿quiénes generan las informaciones? ¿ A qué intereses obedecen? ¿Crees que un país como Perú se siente urbano? ¿Crees que la gente del Amazonas se siente parte de una ciudad? No se me ocurre que los habitantes de Chiapas se hubiesen levantado si se sintieran urbanos… Ninguno de ellos se notan incorporados a la modernidad que canta esa literatura que me comentas o que aparece en los medios de comunicación. Nuestro continente es un resumen de contradicciones.
Para mí, lo urbano es el espejismo de una clase que tiene el sartén por el mango, sector minoritario que en su accionar ha envuelto en un falso canto de sirenas a cientos de campesinos que han llegado a ser crudamente marginales en una ciudad feroz. Que de la Plaza Italia para arriba exista un tipo de desarrollo, eso es verdad. Pero que eso lo intenten proyectar como la realidad de un país o de un continente no lo acepto, porque simplemente no es cierto…
Esa literatura, que finalmente es sólo una postura, propone seguir el modelo de Estados Unidos, bueno, yo sé cómo ese modelo se cae a pedazos, con una profunda crisis cultural… Me huele a que quienes cultivan esa literatura lo hacen sólo para ganar becas y recibir los “premios” del sistema. Esa actitud de fingir ignorancia frente a la realidad, de fingir demencia, finalmente te hace cómplice de lo que ocurre.

Usted se ha declarado como “una pulga en la oreja”. ¿Ese es el espíritu que debe aportar la literatura a la sociedad?
– Creo que si la literatura tiene alguna función es la de transformarse en un vocero emocional de la época que le tocó vivir. Para eso, hay que ser tremendamente molesto, contestatario, inconformista e inquieto. Alguien que se declare conforme con el estado de cosas está muy lejos de ser un artista, un escritor o un creador.
¿Y cuál cree que debe ser la actitud del ciudadano ante lo que usted denuncia?
– Entender que la palabra que lo caracteriza es una palabra muy hermosa que no sólo significa vivir en la ciudad, sino que implica una conjunción de derechos y deberes que hay ejercer con toda su fuerza. Hay que perder el miedo a la participación. Claro que aquí nos enfrentamos a las esperanzas que generó el proceso democrático y que no se cumplieron, por lo que la frustración resultó ser un fenómeno fuerte que sumió a la gente en una poderosa apatía social, política y ya patológica.
Chile es el país con más alto número de suicidios en América Latina. En Santiago la depresión ya es crónica, casi como una epidemia. Hay un montón de cosas que superar y se logran sólo mediante una muy activa participación ciudadana y contestaria. Antes, la gente le dijo no a una dictadura horrible. Hoy tiene que levantarse y decir no otra vez, a otra dictadura: la del capital.
*** Foto principal: EFE/ALESSANDRO DI MARCO – tomada de internet sin fines comerciales ***