He perdido la cuenta de las veces que me han contado esa recurrente anécdota de Sócrates acerca de la juventud. Seguro que usted la ha escuchado alguna vez, la utilizan los ponentes cuando comienzan leyendo un texto sobre lo desastrosa que es la juventud de hoy, para concluir desvelando que no se hablaba de la de ahora, sino que de los jóvenes de hace 2.500 años. Pues bien, ahí parece haber un indicador de que nunca se ha tenido demasiada esperanza en el relevo generacional.
Lo cierto es que los problemas que afectaron al ser humano en otrora época, siguen siendo los mismos, salvando las distancias. A eso habría que sumar que hace no muchos muchos años -pongamos un siglo o menos- los acontecimientos se suceden de una forma tan vertiginosa, que una década actual equivale a un milenio de la antigüedad.
Joseph Cambell advierte sobre los peligros de la pérdida de referentes o como a él gustaba llamar: la pérdida del mito. Los niños de hoy crecen en el “mundo de la relatividad”, que no es la teoría de Einstein, sino que el concepto que explica la imposibilidad de tener referencias estables. Todo es cuestionable, nada es absoluto, ningún conocimiento es permanente, nada ni nadie es bueno o malo.
Tanto tiempo viviendo en una época dogmática nos ha precipitado a la era de la imprecisión, del relativismo. Pero, como dicho estado también es incómodo, adoptamos lo único que -aparentemente- nos da seguridad: la ciencia como fuente de saber. A partir de ella, entonces, descartamos creencias, ideales y estrellas fijas.
Casi todos los expertos reconocen que la mayor fuente de conocimiento humano viene dada por la imitación y cuando el niño madura, va percibiendo las debilidades y las flaquezas ajenas, incluido ese referente incontestable que representa la figura paterna.
Por eso, superada esta etapa, los jóvenes comienzan un momento de búsqueda de nuevos guías, lo que se considera un trance crítico en el desarrollo y -por esta misma- causa muchos adolescentes se despistan persiguiendo su norte.
Antiguamente, el repertorio de ideales de conducta era más o menos limitado y los mitos servían para orientar la visión de la excelencia o de la justicia, al menos como la entendían por aquel entonces. Pero hoy ese concepto ha quedado obsoleto y los jóvenes ya no se fían de nadie, lo que -por lo demás- no extraña viendo lo que sucede por el mundo. No obstante, eso no quita que los jóvenes sigan necesitando -más que nunca- un rumbo en sus vidas.
Entonces ¿qué modelos escogen actualmente? Como antes, los adolescentes adoptan como referente a personas de su cultura. Y aquí anotamos un problema, porque ese universo experiencial se ha extendido infinitamente gracias a las tecnologías. Los héroes clásicos han dado paso a íconos de carne y hueso, que se cuelan en los cuartos a través de las pantallas.
Se trata de gestas ya no entonadas por poetas sino por Youtube, Twitter o Instagram, en una horda de ilustres celebridades comandada por Lady Gaga, Messi, Justin Bieber, Rubius, Pewdiepie, por citar algunos de los renombrados personajes que marcan tendencia en el vestir, la música, el lenguaje e -incluso- el comportamiento.
Estos ídolos repletos de contravalores son los actuales paladines de la moral juvenil. En realidad no son héroes, sino famosos. Y como decía el anteriormente citado J.Campbell “la diferencia entre ambos reside en que el famoso vive para sí mismo y el héroe actúa para redimir a la sociedad”.
La virtud del “héroe” actual reside en el éxito dado por su imagen externa, el dinero, la popularidad y en hacer, en definitiva, “lo que le da la gana”. Por eso muchos jóvenes de hoy reivindican el derecho a su bienestar individual y a la ausencia de obligaciones. Esa libertad o discurso del bienestar invade todas las esferas del sistema.
Pero no se puede proponer al mundo la recompensa del placer y el confort sabiendo que el “pastel” no llegará para todos, tampoco imponiendo restricciones y normas que harán muy difícil -sino imposible- que la mayoría alcance una libertad similar a la gozada por sus padres. Éste es, a mi juicio, el estado de engaño y frustración de un gran colectivo de jóvenes que ha perdido las ganas por luchar o -simplemente- que nunca las ha tenido porque carece de ideales.
¿Y qué hacen los mayores? Pues ofrecer a la juventud entretenimiento a través de políticas juveniles retardantes y neutralizadoras, de guarderías del ocio, de ocupaciones estériles cuya finalidad es estabular a los alborotados para ir liberándolos a medida que el mercado puede absorberlos a cuentagotas.
No envidio a la juventud porque ha perdido a los verdaderos mitos. ¿Dónde están nuestros Ulises, Sherlock Holmes, Robin Hood, Indiana Jones, Batman? ¿Dónde están aquellos personajes épicos entregados a las nobles causas?
(*) José Manuel Orrego es académico español, doctor por la Facultad de Psicología de Oviedo (España). Colabora como columnista en numerosas publicaciones iberoamericanas.
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