
Antes que el covid-19, el racismo ha sido el otro virus que mata personas en el mundo. Un ejemplo vivo de eso se lleva adelante aquí en Estados Unidos, tras la muerte del ciudadano afroamericano George Floyd por parte del policía de raza blanca Derek Chauvin.
En los cincuenta estados del país las comunidades organizan protestas para terminar con este flagelo. Es en medio de esas movilizaciones sociales que el matinal de la televisión chilena “Bienvenidos” (canal 13) toma contacto con un reportero chileno en Nueva York, quien termina su despacho diciendo que “aquí lo que hay es miedo a que la gente sea agredida, principalmente la gente blanca, tengo que decirlo con mucha franqueza, la gente que tiene el color de piel como yo tiene miedo’’.
La frase revela tantas fisuras que, en rigor, es complejo referirse a todas. Pero, en términos generales, aunque la mayoría de las protestas son pacíficas, efectivamente la gente tiene miedo a ser agredida. La represión ha sido fuerte y por eso mismo han sido muchas las personas “blancas como yo” que actúan como “escudo de protección” en favor de los afroamereicanos que protestan y que temen que un policía de tez clara les dispare, pegue o violente.

La frase del reportero chileno tergiversa la realidad y contradice el espíritu de movimiento llamado Black Lives Matter, ya que las personas que tienen miedo no son precisamente “los blancos como yo” (o, más precisamente, los de rasgos caucásicos).
Son palabras que confunden lo que está pasando. La gente decide salir a las calles aquí en Estados Unidos –en medio del riesgo del coronavirus- para exigir justicia por asesinatos de gente negra que ocurren solamente por su color de piel. Es contra ese racismo sistemático que se protesta.
En tiempos de mayor segregación en Estados Unidos existieron –incluso- mapas que delimitaron las zonas urbanas en las que podían vivir los afroamericanos. Los créditos hipotecarios, por ejemplo, utilizaban esas herramientas. Otra forma que evidenció durante mucho tiempo esa frontera fue la infraestructura pública de salud y educación. Como la gente de tez clara pagaba más impuestos, sus escuelas y hospitales fueron durante años mucho mejores que las de gente de color.
Ahora, hay que decir que si bien se ha avanzado en corregir esa diferencia, existe hasta el día de hoy. Quizás no tan notoria como antes, pero evidenciable. Ese punto le agrega más datos a las movilizaciones contra el racismo en Estados Unidos, ya que las aspiraciones de justicia no sólo se circunscriben a los tribunales, sino que también a la vida diaria, a la infraestructura social del país.
Curiosamente, son los mismos cambios que se requieren en Chile, en donde tambien existen claras muestras de racismo, aunque para muchos pase desapercibido o –como evidencian las palabras del reportero del “Bienvenidos”- otros se hagan los lesos. Los chilenos tendemos a creer que somos superiores en muchos aspectos frente a otros, pasa –por ejemplo- con el constante desprecio a los inmigrantes. Y pasa también con el clacismo, una expresión local del racismo.

Chile desprecia a los peruanos por su aspecto físico, se les trata de “come-palomas” entre otros insultos vergonzosos. Chile no quiere a los venezolanos porque –dicen- “le quitan trabajos a nuestros compatriotas”, en un discurso que no es más que una copia de lo que dicen algunos estadounidenses contra los latinos. Chile no quiere a los haitianos y se les trata de “ladrones” o “cochinos”, aunque en realidad el problema central es que “son negros”.
Chile también ha sido y es racista. Hasta con sus propios pueblos ancestrales, tildando a los mapuche de “flojos”. Y ante todo esto se cae el mayor de los prejuicios, que es la máxima ridiculez de lo que dijo el reportero del programa “Bienvenidos”: l@s chilen@s no somos blanc@s. Es una construcción falaz, una imaginación, producto del racismo en el que hemos sido criad@s, siempre aspirando a ser rubi@s de ojos claros como principal concepto de belleza con el que se crece. En ese esquema, los inmigrantes gringos y europeos se merecen toda la ovación que no se llevan peruanos, venezolanos, haitianos o colombianos.
Frases como las del reportero reflejan que aún existen personas que no se enteran de que Chile es un país totalmente mestizo, con sangre indígena corriendo por las venas de tod@s.
El gran asunto es que en Chile el racismo está oculto. Y no porque no pase, como hemos evidenciado, si no porque pensamos que reaccionar como se reacciona frente a los extranjeros es lo correcto. Y eso se extiende a los pueblos originarios, a los que no se les respeta su estadía primigenia en el territorio, consagrándoles los derechos adquiridos que tienen. Y también se aplica a las diferentes clases sociales.

Por eso, desde el racismo de Estados Unidos también podemos mirar nuestra propia historia. Es un momento justo y crucial para reflexionar sobre sobre la cultura del racismo y su efecto en nuestra sociedad. Resulta evidente pensar que las oportunidades de surgir como sociedad están basadas en cómo se actúa frente a esta necesaria consideración.
Sin duda, se trata de algo que debe cambiar. Cambiarán las cosas en Estados Unidos y también la harán en Chile. No por nada en ambos países se llevan adelante profundas movilizaciones sociales que empujan un cambio necesario y gigante.
(*) La autora es chilena y estudia Biología en la Universidad Stony Brook (Long Island, Nueva York, Estados Unidos). Realiza también un mínor en Estudios de la Mujer y de Género. Es ayudante en los Seminarios del Primer Semestre de su facultad.