«Mi boca quiere pronunciar el silencio» dice en una de sus estrofas el tema «Imágenes paganas», del grupo argentino Virus. Algo así siente la joven Makiko Kada, cuando en agosto de 1945 el horizonte del cielo se obscurece y explota en sólo segundos.
En el imperio del sol, durante los días 6 y 9 de agosto de ese aciago año, el astro rey pasa a ser una maldición, reflejo de un paradójico e intenso silencio destructivo.
Hace 75 años el bombardero B-29 estadounidense Enola Gay entra no sólo en el espacio aéreo japonés. También lo hace en la zona más inquietante de la historia, inaugurando la nunca tranquila era atómica.
A las 8:15 del 6 de agosto el vientre del avión se abre y provoca que, junto a Makiko, millones de personas quisieran -en vano- pronunciar el silencio.
El cromo de colores posibles en la mezcla de la química con la naturaleza ofrece variados espectáculos ese día en Hiroshima. El fuego amarillo, el cielo rojo, el aire albo y espeso, la oscuridad casi eterna e implacable, convierten a millones de personas en agua y en quemadura a la vez.
Aunque también la vida no deja de dar batallas. A las 9 de la mañana, una mujer cegada, invadida por llagas y sin fuerzas hace todo lo posible para que su hija complete el ritmo del parto y pueda respirar. Aunque la madre muere, la niña sobrevive.
Tomás Eloy Martínez, el periodista y escritor argentino fallecido el año 2010, cuenta en el libro «Lugar común: la muerte», que siendo adolescente esa menor nacida en medio de la muerte pregunta qué había pasado en el día de su nacimiento. Sus familiares le decían que el cielo se había derrumbado y había vuelto a levantarse.
La niña, de nombre Sadako, nació sana y fuerte. Hasta que a los doce años sufre un extraño y fuerte mareo, en medio de un profundo estado febril. El hecho ocurre justo un 6 de agosto. Sólo algunas semanas después muere de una leucemia fulminante, producto de la radiación.
«Reposen aquí en paz, para que el error no se repita nunca» dice una inscripción en homenaje a las víctimas de las bombas atómicas en Japón: casi 250.000 muertos en las dos ciudades atacasas.
La memoria en torno a estos tristes hechos ocurridos hace poco más de siete décadas ofrece el espacio para seguir dándole vueltas a la capacidad humana de enfrentar la adversidad. No por nada la dinámica de la resiliencia forma parte hoy de cualquier coaching de mediano estándar.
Parece no ser gratuito que a pesar de esa llaga lacerante, la sociedad japonesa no sólo se recupera y se levanta. A la breve vuelta de la historia, se ubica en la parte de adelante del tren mundial, transformándose en un país moderno, exitoso y pujante.
La muerte tiene una cara extraña y difícil de comprender. Pero está ahí, acechando siempre. Las bombas de Hiroshima y Nagasaki no pueden contra un profundo espíritu vital que, aunque intensamente herido, se despierta del golpe recibido.
«Un remolino mezcla/ los besos y la ausencia/ imágenes paganas/ se desnudarán en sueños», marca la letra del tema ya citado de Virus. El recuerdo de las ciudades y personas abatidas por la onda nuclear pueden resultar hoy imágenes pecadoras en medio de la obsesiva búsqueda de la felicidad permanente.
El recuerdo de las caídas o del fracaso se tiende a esconder. Lo que cuesta comprender de la muerte es que lejos de ser un fracaso, es un impulso para no bajar la mirada. En Hiroshima y Nagasaki hace 75 años el sol quema hasta matar. Pero hoy brilla para seguir iluminando el camino.
El ejemplo de Japón también consagra la energía de la memoria. El recuerdo de esos días de agosto se transforman en constante fuerza de futuro.
La primera bomba del Enola Gay estalla a una altura de 580 metros sobre el centro de Hiroshima y aniquila de inmediato a unas 70.000 personas. La onda expansiva, a unos 6.000 grados de temperatura, carboniza todo a su alrededor hasta más de 120 kilómetros de distancia.
El hongo atómico que se eleva posteriormente, a unos trece kilómetros de altura, expande una destructiva lluvia radiactiva que condena a muerte a miles de personas que habían escapado del calor y las radiaciones.
Sólo dos horas después más de 100.000 personas se suman a los muertos, una cifra similar contabilizaba a los gravemente heridos y el 80% de la ciudad ya no existía.
¿Y qué ha pasado más de siete décadas después? La historia no ha sido fácil, lo peor y lo mejor de la naturaleza humana han dado su lucha dialéctica. Sin embargo, las imágenes paganas que rememoran estos hechos pueden convertirse en acicate, «para que el error no se repita nunca».