Estrenado en diversos festivales el año 1990, el documental estadounidense “Paris is burning” es un relato audiovisual que presenta al mundo del «gay ballroom» en Nueva York desde mediados hasta fines de los años 80.
Si bien se enfoca en la vida de un puñado de drag queens, precursores del “voguing” -expresión de baile que simula poses de modelo tipo revista Vogue, de lo que Madonna se apropia sin asco en su video «Vogue»– lo cierto es que el trabajo es bien profundo para describir el intenso mundo que rodea a estas competencias.
Y, en específico, el torneo que le da nombre al docu, en el que las competidoras se enfrentan en verdaderos desfiles de moda, siguiendo normas específicas para distintas categorías: “European Runway” (Pasarela europea), “American Runway” (Pasarela americana), “Bizarre” (extraño) y “Legendary/Iconic categories” (categorías legendarias/icónicas).
Cada categoría de disfraz incluye algún estereotipo de la vida real como: militares, escolares, estudiantes universitarios, novias, políticos, gerentes de grandes empresas, religiosos, etcétera. Todo el mundo del «gay ballroom» está relacionado a la moda, Hollywood, la música, lo urbano, lo real.
Se miden en vestimenta, maquillaje, caminata, fiereza, lenguaje corporal, realismo, baile y actitud. En el mundo del underground gay, los ballrooms constituyen los escenarios donde pueden expresarse artísticamente, una manifestación que en Estados Unidos -en rigor- data de la década de los años 30.
Pero más allá del regulado sistema de competencia, el documental habla de las relaciones interpersonales y sociales en el mundo gay latino y afroamericano de Nueva York, especialmente en una época como los años 80, cuando Reagan y los republicanos gobiernan Estados Unidos con mano de hierro y moralina blanca.
Se habla de grupos pertenecientes a distintas casas quienes tienen apellidos ficticios tales como “LaBeija”, “Ninja” o “Xtravaganzza”, que asumen el “apellido” de la “matriarca” (Willi Ninja, Angie Xtravaganzza o Pepper LaBeija). Son verdaderas familias lideradas por una “madre” que puede ser un transgénero con más experiencia, quien guía a sus “hijos” no sólo en las competencias sino en la vida, ya que muchos de estos jóvenes no son aceptados por sus verdaderos parientes debido a su orientación sexual.
En el fondo, estos grupos funcionan exactamente como familias biológicas: hay padres y hermanos y se establecen reglas de comportamiento para ser integrados en las distintas casas. A través de las entrevistas con los distintos líderes e integrantes de estas familias, se revelan temas como el racismo, la prostitución, el sida, el rechazo de la sociedad y la pobreza.
Todos los involucrados, aunque representan un movimiento underground, sueñan o alguna vez soñaron con ser celebridades en el showbiz. Desean ser parte del espectáculo mainstream, aunque se mueven en un mundo paralelo en el que ellos son los precursores y quienes marcan tendencias.
Admiran a modelos, actrices o cantantes que aparecen en los medios masivos y sueñan con tener sus nombres en neón o trabajar como bailarines, diseñadores o coreógrafos. Lo triste del caso es que las drag queens que ya entran en la vejez, nunca lograron su objetivo, pero siguen dignamente compitiendo porque -en ese, su mundo- son consideradas “diosas”.
La documentalista Jennie Livingston pasa siete años investigando y registrando la vida de este grupo de desclasados, viendo la evolución de sus vidas y sus dramas. Aunque sin estudios formales de cine, el trabajo destaca por su honestidad y crudeza. De hecho, con el paso del tiempo el mismo aspecto que reúne congratulaciones comienza a tomar una dirección distinta.
«Se centra demasiado en la tragedia», apuntan algunas críticas que toman fuerza en el ámbito under. La propia Livingston explica hace poco a la revista i-D la dificultad del desafío que tiene al hacer la edición final: “Tuvimos que pensarlo mucho, si lo haces realmente alegre y divertido, es una mentira, la gente está realmente luchando. Pero si todo lo haces sobre los obstáculos, las drogas y la muerte, eso tampoco es realmente respetuoso, porque los balls son sostenibles, son increíbles. Así que tratamos de ser realistas».
“Paris is burning” se exhibe en el Sundance Film Festival de 1991 y ahí adquiere una mayor trascendencia mediática, luego hace lo propio en importantes festivales europeos (como el de Berlín), sin embargo, no es incluido en las nominaciones al Oscar, lo que da cuenta que las dinámicas censoras no se detienen con el fin de la era Reagan.
Quizás por todo eso, además de su intrínseco valor artístico, es que se vuelve un verdadero objeto de culto. Implica un recuerdo a la experiencia gay de antaño, un respetuoso saludo a la bandera para quienes abren camino a las actuales generaciones de drag queens. La mayoría de sus protagonistas han muerto, pero el legado -sin duda- permanece.