Cuando la Administración Piñera 2 quiso instalar el tema del “Retorno seguro” un (ex ministro de Salud) Mañalich triunfalista y suelto de cuerpo tiró la frase aquella de que “había sido un error suspender las clases tan pronto”.
Resultado: en esos mismos días la pandemia se salió de control, dejó al borde del colapso el servicio de salud y ya sin poderse esconder más las cifras reales de muertes y contagios, quedó en clara evidencia que toda precaución no sólo había sido justificada, sino que se había quedado corta. La mirada del gobierno había sido miope.
Hoy es posible ver que las cifras del coronavirus parecen no ser las mismas que hace un par de meses, pero eso dista mucho de pensar que la inmensa mayoría de los chilenos -que no tenemos la “suerte” de ser parte de la “inmunidad de rebaño”- no seguimos expuestos a una segunda ola de contagios, fenómeno recurrente en todo el mundo.
En ese contexto de incertidumbre –en el que recién se empieza a vislumbrar una vacuna- el ministro de Educación, abogado Raúl Figueroa, poniéndose por sobre la comunidad científica y por sobre el sentir de las comunidades escolares aparece ante la opinión pública más como un vocero de la Sofofa con una irracional premura por devolver a miles y miles de niños y jóvenes a las escuelas.
A un gobierno al que le falta calle, se suma un ministro de Educación al que le falta escuela y muchas salas de clase.
¿De dónde surge esta obsesión que lo lleva a poner en el tapete argumentos tan ruines como que “los niños deben volver a la escuela para evitar ser abusados en sus casas”, como si los abusadores tuvieran a mano el horario de las clases para actuar?
Sin politizar el ejercicio de mi profesión, en clases de Historia de Sexto Básico debo caracterizar el proyecto político de la Derecha y presentarla como los hechos lo demuestran: defensora de los intereses de la clase alta, de los grupos económicos empresariales y cuya ideología es el sustento del modelo neoliberal imperante.
Eso es el trasfondo del tema: querer normalizar el país para que el mercado pueda seguir engrosando las riquezas de los súper ricos de Chile. Aquellos que no querían entregar el 10% de las AFP, pero que ahora están ansiosos porque los chilenos gastemos esos fondos para engrosar sus bolsillos por la vía del consumo.
Otro argumento bajo del ministro de Educación es señalar que “los profesores están cómodos en sus casas”. De entre la larga lista de errores que una frase de tan bajo nivel argumentativo demuestra, destacan dos errores centrales.
Primero: por su tono despectivo hace una afrenta gratuita al cuerpo de profesoras y profesores de Chile que han hecho sus mayores esfuerzos por sustentar una educación a distancia no exenta de complejidades que un “abogado” seguramente no alcanza a dimensionar y valorar: Preparar material, preocuparse de que éste llegue a todos los alumnos, revisar trabajos recibidos por fotos al WhatsApp (miles de fotos), retroalimentar resultados, cumplir con turnos éticos de entrega de alimentos, mantener contacto con apoderados, reuniones, capacitaciones para uso de nuevas estrategias y muchas más. Múltiples funciones realizadas “cómodamente” en un horario tipo “abierto las 24 horas, de lunes a domingo” y usando nuestros propios medios.
Lo digo sin llorar: los profesores estamos haciendo una labor rigurosa y esforzada y lo hacemos porque es nuestro deber, no para recibir reconocimientos de nadie más que de nuestros alumnos y sus familias.
Que el ministro de Educación no valore ese trabajo, en rigor, no debe sorprender. Pero que, encima de eso, pretenda denostar es inaceptable. Sería motivo para exigir su renuncia sino fuera tan inoficioso cambiar a Figueroa por otro funcionario que llegaría cortado por la misma tijera. Pero, al menos, deberá disculparse en algún momento cuando se requiera una vuelta a clases cuya condicionante es el acuerdo de las comunidades escolares, incluyendo el gremio de los profesores.
Segundo error: en cierto sentido la frase de Figueroa tiene razón inversamente a cómo él lo considera: los profesores sí estamos cómodos en casa. Para un profesor el ámbito de trabajo donde se siente más cómodo es en la sala de clases y en la interacción directa con sus alumnos: es lo que hemos hecho siempre.
Sin embargo, hoy estamos igualmente cómodos en nuestras casas porque tenemos una formación y una conciencia humanista que nos dicta que -dentro de las responsabilidades de nuestro rol social- una de las principales tareas es cuidar la integridad y la seguridad de nuestros alumnos y esta suspensión de clases presenciales cumple con ese objetivo.
Pensar hoy en volver a las escuelas a hacer clases con un kit de mascarillas y de alcohol gel bajo el brazo y con la ilusa expectativa de que nuestros niños no van a tender a abrazarse y que –robóticamente- van a mantener las distancias en los espacios delimitados (algo que ni los adultos logran) es poner en riesgo de manera irresponsable la salud de nuestros alumnos y sus familias, con la posibilidad cierta de contagio y de muerte de cualquier integrante de la comunidad. Ésa es la alternativa más incómoda.
Claro que queremos volver a las escuelas y reencontrarnos con nuestros alumnos y alumnas, pero –responsablemente- lo haremos cuando existan las garantías que aseguren la salud de toda la comunidad educativa. Y esperamos que sean expertos en salud pública quienes, con acuerdo de todos los actores de la Educación, determinen cuando llegue ese esperado momento.
(*) El autor es profesor de Educación Básica, Servicio Local Barrancas.