Disco “Desierto”, la nueva evolución del músico chileno Ivo Yopo

Si bien hay una base esencial que puede seguirse en la senda solista del inquieto músico y productor chileno Ivo Yopo, hay que decir que «Desierto» –su tercera incursión en formato disco, luego de “Calle” (2014) y “Jopo” (2016)- es un registro valiente y novedoso.

Se sigue atreviendo a trabajar de manera colectiva, a darle vueltas al sonido y a la lírica, pero –a la vez- continúa sorprendiendo con todos los cuescos que le encuentra a la breva sónica con la que trabaja.

Yopo tiene clara preferencia por la mezcla. No le tiene miedo. Y la practica con esmero. La base es la cadencia funk y a partir de ahí suma sin complejos ni culpas. Sin pasado, sin temores. Hip hop, jazz, pop, raíz urbana, trip hop, soul, downtempo, pop, guiños rockeros, guiños hispanos. ¿El resultado? Un disco riquísimo en matices, poderoso en sonido. Una joya que se disfruta con emoción y gusto.

El apunte no es -para nada- menor. La forma de componer que tiene el músico y productor es como la de un escritor bien formado y sensible. Capa tras capa los temas van llenándose no sólo de notas e instrumentos, sino que de propuestas conceptuales, que conforman una obra atractiva en colores, mixturas, entradas y salidas.

A base de letras con una clara vocación poética y sugerente, nada de metáforas simplonas o frases pegadas con chicle, cada tema es una caja de sorpresas, en la que cuerdas, percusiones, teclados, grabaciones en background y -por cierto- voces construyen una composición potente, entretenida y talentosa.

«Autorretrato», el tema que abre el disco, es cadencioso y envolvente. En varios sentidos es una opción “jugada”, porque no golpea al mentón. Es una secuencia rítmica que va atrapando, a partir de un downtempo vocal y rítmico que toma fuerza con una batería sincopada, un teclado atmosférico, una guitarra en tensión rockera, avanzando todo en una ola que avanza y retrocede.

Vuelve a partir para formar otro torbellino con violines misteriosos, percusión poderosa, guitarra sólida. «Si llegué hasta aquí fue cruzando el mar, buscando amar», remarca la increíble voz de Valentina Marinkovic y el downtempo vuelve a coronar todo, como una exquisita guinda de torta. Una oda sónica, con una letra inquietantemente intimista: “En mi boca son tus manos/ se mezclaron/ pierdo el equilibrio en el brillo que creamos”.

Esa misma búsqueda va adquiriendo distintas presentaciones en los temas venideros, alcanzando varios momentos profundos y energéticos.

Con «Desierto» –por ejemplo- un funky de justos toques urbanos en la voz de Felo Foncea, enchulada con atractivos efectos vía vocoder y vistiéndose con la voz principal de Panty, quien le otorga un color preciso. “Voy a cruzar el desierto y delirar” anuncia la letra. Y sentencia: “Brillo en el aire/ se siente la hoguera que encendiste por mi calle”.

También con «De esa vez», una sólida balada soul sostenida en la tonalidad vocal justa de Javiera Vinot, adornada con cintas background de alguna telenovela y una musicalización elegante que va siempre sorprendiendo. “De esa vez/ quise volver/ De esa vez/ que me debes, lo sabes” dice la lírica, ilustrando esos complejos momentos en las relaciones humanas cuando se van dejando cabos sueltos.

En «Arena» –en tanto- surge una inteligente y bien trabajada balada pop, que recoge cierto airecillo k-pop (cierto airecillo) en el diálogo entre voz y teclado, que luego se sacude con una guitarra intensa y una atmósfera musical de teclados-batería-cuerdas que avanzan hacia una sonoridad más clásica del género, pero siempre con capas sugerentes a partir del atractivo registro vocal de Sofía Walker.

Desde su letra sugerente, surge un pegadizo mantra: “Siento desierto, el sol en el viento/ en la distancia, incierta en el alma/ no es para mí, la quiero tocar/ se me va a escapar/ arena”. Llama la atención que siendo un tema “oreja”, las capas sonoras no siguen un patrón masivo: la música es especialmente evocadora e insinuante, como la reflexiva letra.

Pero ahí donde las capas sonoras construyen una propuesta grata y poderosa en este disco, también hacen lo suyo –por supuesto y sine qua non- las voces. En este aspecto, Yopo no cae en el recurso seguro de contar sólo con nombres famosillos; más bien se nutre de lo mejor del trabajo que se desarrolla en la vanguardia de culto, en una zona de puro y santo talento: Javiera Vinot, Panty, Manuela Paz, Felo Foncea y Sofía Walker conforman -en esta oportunidad- la línea vocal que se roba la película.

Con los ocho temas de “Desierto”, Yopo presenta un plato justo y preciso. En su punto. Listo para ser disfrutado, al que se suman con entusiasmo los otros temas del disco: “Antares” y “Aire”. El primero, una cósmica reflexión que se construye en un sístole y un diástole rítmico vital y una voz evidentemente astral de Manuela Paz. La segunda, por su parte, una canción que rememora en sonido a pasajes notables de Gustavo Cerati y una letra metafísica que deja rebotando ideas potentes en la voz de Felo Foncea: “El tiempo va dejando pistas, aire”.

El cierre del disco es tan atractivo como el comienzo, en el que el reconocido Pedro Foncea (del inolvidable De Kiruza) se suma a las voces para potenciar con su flow un tema en clave hip-hop, refinado, pulcro, pero con un vital espíritu urbano.

“Luna” es un hip hop refinado porque es un tema romántico, un verdadero bolero millennial, trabajado con fineza a partir de cuerdas, teclados, voces y efectos tech. Pero con espíritu callejero, porque la rítmica no pierde el sabor de la ciudad ni la letra la picardía rapera.

En una de las capas de esas con las que “escribe” su música Yopo, en este tema surge la participación milimétrica y con una sincopada fineza de José María Cortina, reconocido arreglista y tecladista que por años participó en el grupo español de flamenco-fusión Ketama.

“Luna de mi alma/ el reflejo de su mirada/ Luna de mi alma/ siempre brilla y ella calla/ Luna tu silencio/ es testigo de su cuerpo/ Luna dile a oscuras/ que la espero y la quiero”, dice este guiño clásico que mezcla -descaradamente- la tradición romántica con la frescura de las calles.

Es lo que se llama un cierre apropiado a un disco conceptualmente intimista, pero claramente no hermético. Por el contrario, un registro coral, un potente muestrario de estilos, artistas, músicos y talentos que desarrollan sus carreras en Chile.

Es difícil escatimar elogios para el trabajo de Yopo, tanto en su dimensión como productor como en su expresión musical. Sus tres trabajos son claros ejemplos de lo meticuloso del talento, de lo fructífero del trabajo colectivo y de la enorme energía que da la humildad.

Su carrera profesional lo podría tener cómodamente tranquilo, formando parte estable de los exitosos proyectos de Myriam Hernández y Francisca Valenzuela. Sin embargo, Yopo es un espíritu inquieto. Con olfato y con gracia, con una creatividad que –claramente- desborda su positiva estancia en el mainstream musical.

No es casual, tampoco, que este registro se presente en un contexto de pandemia, dando cuenta de la riqueza artística existente en el país y valorando ese aporte espiritual en la reconstrucción anímica en que se encuentran las personas.

Así, “Desierto” es una nueva evolución en la dinámica creativa de Ivo Yopo. Una invitación a hacer la travesía de enfrentarse a sí mismo para salir fortalecido. «Si llegué hasta aquí fue cruzando el mar, buscando amar». Súper bien dicho.

 

** «Desierto» de Ivo Yopo está disponible en todas las plataformas digitales

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