Once para el 11: Once chilen@s reflexionan sobre el día que sigue marcando la historia nacional

Hace tres años hicimos en Cultura y Tendencias el foro Once para el 11: Once personas reflexionan en torno al día que sigue marcando la historia de Chile. Tuvimos una reacción muy intensa en los lectores, que se repitió -incluso- en años posteriores, compartiendo la nota varias veces, durante cada septiembre.

En esta oportunidad la idea es actualizar las voces y las miradas en torno a esta importante fecha, que a pesar de las décadas transcurridas -y a pesar de los variados intentos fallidos desde el poder- aún está muy lejos de ser vista como una experiencia lejana, imposible de ser vivida nuevamente.

El estallido social ocurrido en el país el 18 de octubre de 2019 es sólo una muestra de que -como país y como sociedad- los esfuerzos por hacer del 11 de septiembre de 1973 como algo «superado por la historia» están muy lejos de cumplir dicho objetivo. La naturaleza de ese día, las dinámicas que lo hacen posible -lamentablemente- siguen latentes, casi cinco décadas después.

Tal como en la experiencia del año 2017, en Cultura y Tendencias le pedimos a once personas que compartieran sus ideas o sentimientos sobre esta fecha. Se trata de chilen@s que se desenvuelven en diversas áreas, incluyendo a una joven estudiante secundaria, que respondieron las mismas dos preguntas con total libertad. La idea es proponer una reflexión desde distintos espacios, edades y miradas.

En pleno contexto de un proceso plebiscitario en que puede ser posible cambiar la constitución que impregna legal, social y culturalmente el orden impuesto en Chile a partir del 11 de septiembre de 1973, queda claro que se trata de una fecha que sigue siendo actual y que sigue teniendo consecuencias en la vida de las personas. Tal como en la versión anterior de este foro, queda muy claro -además- que se trata de un día que sigue marcando la historia de Chile.

—————-

Preguntas realizadas:

1. ¿Qué se debe hacer para superar el 11 de septiembre como fecha divisoria en el país?

2. ¿Cuánto crees que falta para eso y desde dónde debieran surgir los primeros gestos?

 

– (1) Lizzy Roots, cantautora. 

1. No puedo imaginar cómo sería superar el 11 de septiembre para quienes perdieron a sus familiares. Tampoco sé cómo se lograría superar que el sistema es corrupto e injusto aún después de 47 años. Una situación tan delicada y tan llena de feos momentos y de tan dolorosas partidas costará sanar. El sistema aún está en manos de ellos, de esa gente que sólo quiere poder y plata, de esa gente que perpetúa esta injusticia y que no pide perdón.

2. Que se acabe el gobernador, el presidente, el Estado. Las leyes de poder y sus propiedades privadas. Se seguirán perpetuando en beneficios de ellos y de ahí para abajo: en nuestras relaciones laborales, con jefes explotadores; en nuestras relaciones familiares, con padres maltratadores y abandonos sin excusas; en nuestras relaciones amorosas, con celos, maltratos, golpes.

Las relaciones humanas deben ser sin poder ni jefes ni dueños, cada uno aportando y aprendiendo en lo que más le guste. Cuidar por sobretodo la niñez, etapa encapsulada para el resto de nuestras vidas. No necesitamos líderes. Que despertemos y nuestro único «trabajo » sea la tierra. Sólo estamos de paso. No somos nada.

 

– (2) Juan Guillermo Morales, profesor de historia, dirigente Colegio de Profesores.

1. Como profesor de Historia me permito recordar a partir de esta fecha otro grave momento de división en el país: la Guerra Civil de 1891. Las heridas dejadas por este conflicto fratricida perduraron por décadas y sólo quedaron totalmente superadas cuando los protagonistas de los hechos reposaban en sus tumbas. A esas alturas, ni siquiera las ideas que defendía cada bando seguían despertando pasiones: la Constitución de 1925 había dado fin a la República Parlamentaria impuesta por los vencedores y el nuevo sistema presidencial abría la posibilidad de que distintos proyectos políticos llegasen a gobernar la nación.

Por analogía es lo que debiese ocurrir en Chile en esta crisis contemporánea. Llegará un momento en que los protagonistas de la tragedia sufrida por la democracia chilena ya nos habrán dejado. Los familiares directos de las víctimas de las violaciones a los Derechos Humanos descansarán de su incesante peregrinar en busca de verdad y justicia; y los asesinos y torturadores ya no serán más esos “abuelitos” por quienes hoy se claman indultos.

Pero lo que no depende del simple paso del tiempo “como bálsamo para las heridas” es la resolución del tema político. Las ideologías que chocaron en Chile en 1973 se mantienen absolutamente vigentes: las esperanzas y afanes de un pueblo que quiere construir un mundo de mayor justicia, por una parte; el modelo neoliberal que acomoda a una élite en el poder económico gane o pierda las elecciones, por el otro.

Lo que se debe hacer en Chile para superar las diferencias dejadas por el 11 de septiembre tiene nuevamente un tinte constituyente que complete la tarea inconclusa desde la gesta de 1988. Porque -efectivamente- recuperamos la democracia política hace treinta años, pero ante la “dictadura económica” instalada en el país ha faltado voluntad y convicción para superarla, sigue siendo una herida sin cerrar.

La movilización popular del “Chile despertó” nos permite estar ante la inminente posibilidad de cerrar el ciclo. Si se aprendió la lección de que esa “rebeldía” contra el sistema traducida en abstención y voto nulo sólo nos trajo como consecuencia más neoliberalismo y logramos que miles y miles de chilenos concurran a las urnas y validen la creación de un orden más democrático a partir de personas constituyentes elegidas democráticamente, estaremos a las puertas de un Chile nuevo que mire sus diferencias irreconciliables como un dato de la historia.

2. Para el cierre del ciclo político que describía en la respuesta anterior, estoy esperanzado de que no falte nada, pues coincido con quienes sostienen que ya estamos inmersos en el proceso que debe finalizar con una constitución que consagre la democratización política y económica de Chile.

Con respecto a otros gestos, creo que sería lamentable que las Fuerzas Armadas y de Orden omitieran el gesto de pedir institucionalmente perdón al país por las atrocidades cometidas durante la dictadura militar y -aunque quizás deba pasar todavía un buen tiempo para esto- nunca he dejado de creer que al final del camino, alguien, de alguna manera, entregará la información que se requiere para determinar el paradero de los detenidos desaparecidos.

Será un momento muy potente: asistir al Cementerio General a visitar un Memorial de víctimas de la Dictadura donde ya no falte nadie.

 

– (3) María Eugenia Meza, periodista, editora independiente.

1. La actual situación nacional, que ha traído al primer plano nuevamente la represión y la desigualdad brutal en el trato de las fuerzas de orden hacia un lado y otro de la población, ha reabierto heridas sin cicatrizar, esas que existen desde el 11 de septiembre de 1973.

Asimismo, si nos parecía que la justicia estaba cumpliendo, aunque lentamente, su labor de condenar y castigar los delitos de lesa humanidad y de violación a los derechos humanos, ha aportado lo suyo en aumentar la injusticia mediante algunas determinaciones que favorecen a quienes cometieron esos crímenes.

Hemos visto, no sin horror, el despertar de fuerzas ultraderechistas que mantienen viva la admiración hacia Augusto Pinochet y sus acciones. Muchos creíamos que pensamientos de este tipo habían sido erradicados de la sociedad y que esta había entendido que era necesario hacer realidad la frase de “Para que nunca más». Sin embargo, hoy se ha levantado un velo y nos damos cuenta de que estas ideas permanecen y se concretan en situaciones de violencia.

Por todo lo anterior, pienso que esta fecha divisoria sigue viva y marcada a fuego.

Lo dicho es el contexto de la siguiente pregunta: ¿Es el verbo superar el que debe aplicarse a esta situación? O, antes de poder realizar la acción que el verbo implica ¿no será preciso enfrentar esta fecha, darle cara y analizarla públicamente, desmenuzarla, para así poder tomar medidas que permitan -finalmente- superarla?

2. Por todo lo anterior, pienso que estamos lejos de poder llegar a sanar verdaderamente de este trauma social y político, de este quiebre que permanece como la abertura de la tierra tras un terremoto de grandes proporciones.

Para avanzar es necesario que los primeros gestos surjan simultáneamente de todos los sectores y en todos los niveles. En cuanto a los poderes del Estado, el Ejecutivo debiera ser capaz de poner control al desmadre de las fuerzas de orden, que demuestra cómo la cultura del odio, la ideología del enemigo interno, sigue vigente al interior de ellas. Es necesaria una toma de consciencia del Ejecutivo de que no es posible sustentar una democracia, utilizando la represión como forma de relacionarse con quienes piensan distinto.

El poder legislativo, por su parte, debiera ser capaz de generar leyes que pongan coto a las ideas que implican una apología del odio y del negacionismo de lo que históricamente está probado. Alemania es un buen ejemplo con su legislación. Esto implica la comprensión de que la libertad de expresión tiene como límite aquellas manifestaciones que llaman al exterminio del ser humano, por la razón que sea.

A su vez, el poder Judicial debe dejar de favorecer a quienes en juicios correctos y bien llevados, han sido condenados. Estas personas deben cumplir las condenas que han sido dispuestas, aunque hayan demostrado “buena conducta”, debido a que no ha mediado una petición pública de perdón ni un arrepentimiento por las acciones que los han llevado a la cárcel.

Las Fuerzas Armadas están igualmente al debe: mucha información sigue siendo negada y en tanto pasa el tiempo, más se descubre cómo pruebas importantes de los crímenes cometidos son hechas desaparecer o -simplemente- se siguen escondiendo. Sacar a la luz las verdades desde las mismas Fuerzas Armadas sería un gesto que podría llevar a una petición de perdón.

Los partidos políticos también están al debe, al alejarse de la gente y al privilegiar sus posiciones en el poder. Se requiere con urgencia un recambio en las esferas gobernantes, no necesariamente etáreo, sino ético. La corrupción, en el amplio sentido de la palabra, que ha contaminado a nuestros representantes, debe ser sustituida por el restablecimiento del sentido del servicio público.

Por nuestra parte, es decir desde la ciudadanía, de los habitantes de este país, también hay tareas por cumplir. Porque debemos realizar cambios en nosotros mismos si queremos conseguir modificaciones en los demás y en el poder.

Es necesario no dejarnos arrastrar por la rabia. Pienso y creo que los llamados a venganzas, a acciones del tipo «ojo por ojo», no ayudan en nada y -por el contrario- también amplían la brecha. No es fácil, dado la gravedad de los hechos pasados, no solamente en términos de derechos humanos, sino también por la construcción de una sociedad basada en el egoísmo y el individualismo; en la desigualdad y la ambición.

Esto último implica otras dos tareas: nuestro deber de memoria y nuestro deber de tomar posiciones, implicarnos en la vida del país. No olvidar nuestra historia (toda nuestra historia, no sólo la del siglo pasado) es tan imprescindible como dejar de lado consideraciones del tipo “no importa quien gobierne, total tengo que trabajar igual”. Y en esta hora, participar es cambiar la constitución, acción que está en la base de la fundación de una nueva sociedad. No debemos restarnos a ello, porque la carta fundamental afecta a todas las áreas de nuestra vida.

La pandemia nos está dando una tremenda oportunidad de modificar nuestras conductas y la precariedad que avistamos para el futuro ya está sacando lo mejor de nosotros, en muchos casos. Por ejemplo, la ayuda entre vecinos, la instalación de ollas comunes y el apoyo que suscitan, la asociatividad como una forma de sacar adelante los miles de emprendimientos que han surgido; las diversas iniciativas civiles para ayudar a la labor de los trabajadores y trabajadoras de la salud y su verdadero apostolado en los servicios públicos son otros indicios de por dónde puede venir la participación de los y las “de a pie” para trasformar este país de enfermo de pasado en preñado de futuro.

Podría parecer que estas acciones nada tienen que ver con sanar la vieja herida. Pienso lo contrario: mientras más seamos capaces de salir de nosotros mismos, de nuestros dolores, de nuestras rabias, de nuestra propia incapacidad de crecer como seres humanos, más se irá cerrando la brecha. Más humanos seremos y, creando una masa crítica de personas volcadas a la paz, a la solidaridad, al trabajo colaborativo, podremos curar a este país de los males del alma que lo aquejan.

La gran pregunta que cada uno, cada una, debe hacerse –a mi humilde juicio- este 11 y todos los días es: ¿Qué debo hacer y qué hago para que Chile sea el país que queremos, justo y amoroso, alejado del horror y de la inequidad que representa esta fecha en nuestra historia?

– (4) Ivo Yopo, músico y productor musical.

1. Creo que frente a este tema deben habe dos cosas centrales: justicia y una reflexión constante. Desde mi punto de vista, la cultura y el arte en este caso son elementos que ayudan a re-construir la historia como testimonio y es la forma y el camino para generar empatía.

2. A mi juicio la educación es la única salida, pero en Chile se le ha decretado como bien de consumo. Ahora más que nunca el mundo requiere equidad y conciencia, ese es el mejor camino para todos.

 

– (5) Carolina Martins, licenciada en ciencias políticas, consultora organizacional, fundadora de #YoProtagonista

1. Dejar de mirar el retrovisor. No se puede avanzar mirando principalmente el pasado, necesitamos líderes de todos los sectores que -genuinamente- estén interesados en construir y prepararnos para futuro y sus desafíos. Que empaticen y dialoguen en vez de que impongan su cosmovisión de quién es culpable o quién tiene el dolor más legítimo. Entender nuestro pasado es para aprender a no cometer los mismos errores, no para enfrascarse en discusiones inútiles sobre quién tuvo más razón hace más de cuarenta años.

Hoy es crítico pensar en lo que se viene, en las oportunidades que trae el construir en conjunto a base de lo que nos une, en colaborar más que imponer. Es fundamental cambiar la mirada de qué sector fue más víctima y esforzarse en discutir los desafíos futuros que se nos vienen para mantener una sana democracia.

2. Es simple, para cambiar se necesita voluntad. Si colaboramos todos -sin duda- podría ser pronto. Pero creo que seguirá faltando mucho si lo que esperamos es que «el otro» ceda primero. Mientras sigamos teniendo esa mirada troglodita de que para que yo gane tiene que perder el otro, estamos fritos.

El sector político deja mucho que desear en voluntad concreta para lograr unión y superar el pasado, los operadores del Estado están haciendo un flaco favor con prácticas atrasadas en el tiempo de Guerra Fría, que lo único que harán es poner en riesgo su legitimidad. Acá cada uno de nosotros tenemos responsabilidad en lograr unión, en elegir representantes pragmáticos y nuevos, de todos los sectores, y que tengan una clara práctica de ser protagonistas del cambio que nos lleve a un futuro más próspero.

Un ejemplo claro lo están dando los emprendedores, quienes son los que nos están tratando de iluminar hacia lo que se viene y donde deberíamos estar apuntando: temas de innovación y tecnología que unen a todos. Ellos son nuestros salmones que nadan contracorriente pero que, sin duda, tienen la voluntad de cambiar y proveer soluciones concretas más que discusiones inertes. En esto y en todo, tomar acción para lograr unión y/o colaborar es lo fundamental.

 

(6) Marcelo Leonart, escritor.

1. Es una compleja pregunta. ¿Qué pasó el 11 de septiembre? ¿Simplemente se acabó un gobierno de carácter popular, electo con leyes imperfectas y con instituciones imperfectas? ¿Se marcó un cambio de rumbo debido a una crisis política? Si sólo eso hubiera ocurrido el 11 de septiembre, podríamos discutir horas sobre lo mismo, disentir con fuerza incluso, pero no por eso estar divididos.

Lo cierto es que el 11 de septiembre no ocurrió eso. El 11 de septiembre es el corolario de un proceso de sabotaje sistemático a un gobierno que se planteó realizar cambios y el inicio de un proceso refundacional, por parte de una dictadura cívico-militar, basada en un modelo económico feroz e inhumano. Por si fuera poco, la manera de instalarlo fue a partir de una carnicería feroz en que hubo una parte del pueblo perseguida y otra beneficiada.

¿Cómo podemos no estar divididos? Se trató del inicio de una época tan brutal que lo único posible es lo que hizo Edipo. Recordemos: el rey de Tebas, al enterarse de que él era el culpable de la peste que azotaba su reino (por haber matado a su padre y haberse acostado con su madre), no dudó en arrancarse los ojos y partir al exilio.

Los Edipos de nuestra patria, culpables y cómplices de una dictadura feroz y sus consecuencias, hoy son ministros y senadores. Los partidos políticos fundados por ellos reproducen sus argumentos e infamias en sangre más joven (aunque igual de vieja que ellos).

¿Por qué debería desear no estar dividido con aquellos que avalan el crimen, la tortura como el modus operandi de su sistema? ¿Por qué debería aspirar a darle la mano a aquel que, en los hechos, marcó con sangre la historia de la patria?

Un dique habría que poner. Si desde el comienzo hubiéramos establecido que nuestra vida en común tiene los límites de la decencia y la humanidad, no estaríamos treinta años después, recién —y por fin— poniéndonos de acuerdo en una constitución que no tenga la huella del pinochetismo.

2. No lo sé. Creo que ya no fue en mi generación. Pero siempre estoy dispuesto a ver a Edipo ciego rumbo a la frontera. No los echaré de menos. Ni tampoco les daría las gracias. Y han sido indecentes demasiado tiempo. Lamento mis palabras tan lejos de la reconciliación. El resentimiento es mi combustible. Traigan los bidones.

 

– (7) Scarlet González Fuentes, estudiante Tercero Medio, Instituto de Estudios Secundarios (Isuch).

1. El 11 de septiembre ha sido -y lo es hasta hoy- una fecha llena de carga histórica y emocional que ha perpetuado y revivido año tras año la “guerra” ideológica que marca nuestra historia. Es por esto y más que, a mi parecer, existe un terrible quiebre en este país lleno de dolor que vuelve casi imposible superar esta fecha y verla como una época oscura en el pasado, pues hoy se siente más viva que nunca.

Creo que desde un inicio se ha actuado muy mal en esta búsqueda por reconciliar a un país que viene de una dictadura, pues cuando veo en los matinales de TV a políticos encargados de dar rumbo al país afirmando que en Chile nunca hubo dictadura, que fue sólo un gobierno militar, se me hace obvia la poca gana que ha tenido no sólo éste, si no todos los gobiernos que vinieron después de 1990.

Lo primero que deberíamos impulsar para sanar esta etapa del pasado es dejar de defender este período o adornarlo con nombres biensonantes. Somos un país que -al igual que otros- vivió una dictadura, lo que no nos mancha como sociedad, ni mancha el futuro que esto nos deja; es más, creo que nos enriquece aceptar lo que fue y utilizar esta terrible etapa para evolucionar como país.

Seguir defendiendo y llamando con todos los nombres técnicos que encuentren a la dictadura sólo genera más indignación en una ciudadanía fracturada y con sed de justicia. Seguir defendiendo una dictadura por miedo a que ciertas ideologías dejen de tener popularidad es sólo otra prueba de la desconexión entre la clase política y sus militantes con la ciudadanía, porque defienden e ignoran un hecho que ha marcado tanto el país.

Ver a la Unión Demócrata Independiente (UDI), un partido de derecha, utilizar una frase de un célebre musico chileno defensor de los derechos sociales -precisamente asesinado en una dictadura impulsada por ellos mismos- es el actuar de quienes no tienen interés en remendar el daño hecho. Un perdón por lo que sucedió es darle un espacio digno a todos los afectados por la dictadura y no las interminables burlas que hemos visto en la lucha por ocultar bajo la alfombra errores políticos cometidos hace más de cuarenta años.

Hasta que no erradiquemos del todo estas acciones inconscientes no podremos avanzar y sanar esta época. Para sanar debemos decir todo por su nombre y actuar en relación a los hechos, se deben pedir las disculpas correspondientes y no permitir un lenguaje que no representa lo que fue.

A mi parecer, desde estos actos -por muy pequeños que parezcan- podemos reconciliar una época que marcó no sólo a todos quienes la vivieron, también a las generaciones futuras. Dar un paso así abriría un espacio para que esta fecha deje de ser un día que revive la violencia y el miedo, caminando hacia un país más consciente y empático con quienes sufrieron y aún hoy sufren los vestigios de la dictadura.

2. Para que esta reconciliación suceda considero que hace falta mucho tiempo. Es necesario dejar de hablar de decisiones políticas e ideológicas vacías y comenzar a humanizarlas, por el simple hecho de que todos estos ideales y procesos fueron representados por personas. Hace falta mucha educación y retractar los hechos que se han buscado ocultar.

Si hablamos de gestos significativos que apoyen la premisa de sanar un país, éstos deberían enfocarse en terminar los ciclos antes de seguir avanzando. Por ejemplo, entregar documentos con la ubicación de los cuerpos de los detenidos desaparecidos y hacer un proyecto para encontrarlos y devolverlos a sus familias. Para muchos esto es un gesto indispensable para poder continuar sus vidas, saber dónde están los cuerpos de sus familiares, tener un lugar donde llorarlos, dejarle flores o visitarlos es un anhelo para más de mil familias en este país.

Otro acto importante es el proceso constituyente que estamos atravesando. Independiente de qué tan buena o mala te parezca la constitución, es innegable que fue escrita en un contexto de violencia inhumana y esa sombra que trae es la misma que permite que desde los diversos gobiernos luego de la dictadura no haya habido cambios sustanciales. ¿Cómo podemos pedirle al senador Moreira que no haga declaraciones tan deshumanas de la dictadura, por ejemplo, cuando tenemos una constitución que en todos los ámbitos hace lo mismo?

Hay muchos otros pequeños y grandes gestos que contribuirían a sanar esta terrible herida que ha azotado a nuestro país año tras año, es sólo tener la voluntad de hacerlo y tomarle la importancia que se merece, pues creo que personas mucho más ilustradas que yo, pertenecientes a la clase política, deberían tener ideas mucho más conciliadoras. Para mí la pregunta central es ¿por qué no lo hacen?

 

– (8) Osiel Vega Durán, musicólogo, académico universitario.

1. He pensado y hemos pensado en el 11 de septiembre desde que tengo memoria. Como familia lo vivimos en Puente Alto, en la población Nonato Coo. Recuerdo a mi viejo no llegar esa noche, el vecino del lado -quien tenía telefono- nos manda su mensaje, que está bien y que viene caminando a casa desde su trabajo en la Caja de Empleados Particulares en Huérfanos con Sótero del Río. No hay transporte, se queda en casa de amigos en Gran Avenida y llega al día siguiente cerca de las 15 horas. Lo salimos a recibir, había militares en la esquina de nuestra casa, mi visión de niño, a los seis y pico de años, era de una ingenuidad total, no podíamos salir a la calle a jugar.

La tradición es un acto de memoria que ocurre cuando alguien hace el ejercicio de recordar, por eso con Mariela -mi esposa- colocamos la Cantata Santa María de iquique, a las 12 del día todos los años. Aunque la sabemos de memoria y como músico la he montado varias veces en distintas oportunidades, necesité mucho tiempo para comprender la metáfora de la obra, el hecho de que no pasa nada, de que los obreros después de la matanza, volvieron cabeza gacha a sus labores, en el más triste éxodo por las pampas, de vuelta a las salitreras, a sus trabajos, pero sin sus esposos, esposas, hijos, amigos, hermanos. Nuestra herencia es esa, el Chile en que no pasa nada. Sumado a la indolencia de la forma de escribir la historia que pretendió borrar a los muertos de cualquier manera o transformar la barbarie en heroísmo.

¿Qué aprendimos en estos años? A quedarnos callados, a mirar hacia otro lado, la democracia desde el 90, no sanó las heridas, el dolor. En todo este tiempo cada uno ha hecho sus análisis, ha sacado sus conclusiones, ha construido sus vínculos afectivos, para que sea aprendizaje real, profundo, incorporado al cuerpo, al plasma, al espíritu. Después de diesisiete años de dictadura, su consecuencia fue la norma instalada en nuestras mentes, en nuestras decisiones, en nuestra juventud, en nuestro abandono como ciudadanos.

El 11 de septiembre de 1973 no fue sólo un golpe de Estado. Fue un viraje en 180 grados hacia una sociedad que olvidó su condición de pueblo, en que se cambiaron las reglas del juego, se transformó en un estado policial, permanente, hasta hoy. La educación sacó de sus programas la conciencia social, la noción de comunidad, la libertad de expresión política, la capacidad de análisis de la realidad de toda una generación, que cuando escucha la palabra democracia, tiembla, nos llenaron de miedo.

Cambiaron la conciencia social de nuestro país, en una especie de “no se meta en huevás mijito”, cuando volvió la democracia nos preguntábamos, ¿oye y eso se puede hacer? Estábamos acostumbrados al control total de todo.
Dividieron Chile, en dos, los felices y forrados y los sometidos, la libertad en control, la solidaridad en un programa de televisión, así hacernos sentir que estábamos unidos, en lo que fuera.

La historia contemporánea se cruza con el atentado a las torres Gemelas, conspiración que aún no está resuelta, y que responde a los mismos preceptos, un modo de pensar el mundo: para poder existir, debo exterminar al otro. No sé si esa sensación se supera rápido, o cuánto tiempo se requiere, quizás un par de generaciones. ¿O será en ésta, la del 18 de octubre?

Lo que si sé es que a partir del día 11 de septiembre de 1973, todo se transformó en Chile y -nuevamente- con sangre y silencio. ¿Qué pasó con mi profesor? ¿Dónde viajó mi tío? ¿Por qué murió mi primo? ¿Por qué los vecinos se están quedando con nosotros? La familia se autoprotegió con el silencio, mas no con la indiferencia, a riesgo de ser descubiertos. Años después supimos muchas cosas, entre ellas que el novio de tal parienta, que se hizo muy amigo de mi viejo, lo estaba «sapeando», era de la Central Nacional de Informaciones (CNI), la policía secreta de Pinochet.

Está hoy en nuestras manos que esto no vuelva a ocurrir, pero en serio. Para superar esta división, la tolerancia, la justicia, la democracia, la solidaridad y la conciencia ciudadana deben volver a ocupar el centro de nuestras acciones y las decisiones trascendentales para nuestro futuro y el de nuestros hijos. Por ello es fundamental el gesto genuino, auténtico y verdadero del perdón, pedir perdón para aceptar el perdón. Ese gesto aún no ocurre.

Como dice el intelectual francés Jaques Dérrida, pedir perdón es un acto que debe tener una ida y una vuelta. Y debe contener, al menos, algo fundamental: la verdad. El acto de pedir perdón debe ofrecer el “don” y el arrepentimiento, “per don”, por el don, con honor, con nobleza; para compensar se ofrece lo que uno “es”, lo que uno trae para ofrecer a este mundo, el «don». Hice esto que te causó dolor, daño, estoy arrepentido y -a cambio- te ofrezco lo que tengo, mi propio don.

2. Tengo la certeza de que nuestro pueblo, el ciudadano común, no sabe realmente el poder que tiene. Chile es un estado policial permanente, para la élite y sus medios de facto ha sido fácil sembrar el temor, por eso da la impresión que debemos convivir con los pacos día y noche, por la delincuencia, el narcotráfico, los portonazos, las encerronas, los enemigos implacables y peligrosos de nuestra sociedad. Por eso también debemos tener toque de queda por el enemigo implacable y peligroso del coronavirus, con militares armados en las calles.

Después del 18 de octubre, el sistema político queda en entredicho, en ascuas, a la deriva, sistemáticamente fueron perdiendo la confianza popular y hoy queda muy claro que cualquier cosa que venga de esas fauces, tiene -aunque lo nieguen- acuerdos subterraneos, acudiendo al “modo” republicano desde Portales, que basta con dejar caer «el peso de la noche» para que pudieran desarrollarse los negocios particulares, privilegiando el orden por sobre las libertades, por eso el pueblo ya no les cree.

La primera discusión que hubo al respecto fue sobre validar o no la violencia, o hacer acuerdos por la paz, cuando afuera se estaba quemando todo, porque estábamos hartos de todo. Mientras el presidente come pizza o se toma fotos en la Plaza Dignidad o le pide al coronavirus que abandone Chile. Algo no cuadra en toda esta historia o responde a un modo peligrosamente normalizado en nuestra vida diaria: la indolencia.

Se viene el plesbicito del Apruebo o del Rechazo, el 25 de octubre de este año, que nos va a permitir una nueva constitución para Chile. Es muy importante que se mantenga el espíritu original, ocurre (aparentemente) sin partidos políticos, ocurre sin liderazgos, porque este plesbicito lo ganamos nosotros, en la calle, no en acuerdos de pasillo o producto de reuniones trasnochadas. El plesbicito del 25 de octubre es un triunfo del pueblo.

Debemos comenzar de nuevo, partir de cero, por nuestros muertos, detenidos, torturados, por nuestros pueblos originarios, por las mujeres, por los abuelos, por la justicia, la dignidad y por todos los que hemos ofrecido parte de nuestras vidas, por el bien de todos.

 

– (9) Lorena Cuevas, periodista.

1. Es una pregunta bastante ambiciosa, dado que es muy difícil determinar qué pasos de deben seguir para que esta fecha deje de desunir a los chilenos. Lo cierto es que hoy es muy complejo sentar a dos sectores tan polarizados como la derecha y la izquierda a consentir sentimientos e ideas. Mientas la derecha celebra este día como un triunfo en el que Chile es liberado de las garras del comunismo, la pobreza y el desastre económico, por otro lado quienes fueron violentados, y perdieron seres queridos durante el golpe y la dictadura de Pinochet, es muy difícil que esos sentimientos de dolor se borren fácilmente de la memoria.

Sin perdón no hay reconciliación: los que deben pedir perdón no lo hacen y los que deben perdonar tampoco, por esta razón es una fecha que promueve la división en el corazón de los chilenos. Queda que pasen muchas generaciones para que este día se visualice sin las emociones y efervescencias políticas que se desprenden de todo lo vivido. Tienen que pasar muchos años, muchas generaciones más para que esta fecha sea observada sin los resentimientos, rabias o sed de justicia que se desprenden de un hecho tan polémico, controvertido y triste. Personas más distanciadas del sentimiento y emociones que esta fecha les produce, no hay otra forma.

2. Superar hechos tan dramáticos y dolorosos sólo pueden hacerse con mucha voluntad de querer sanar. Hay que tener el verdadero deseo de vivir una vida tranquila sosegada, con piedad y dignidad. Parece que no aprendemos a vivir en orden, en paz y democracia. Esa tremenda incapacidad mutua para ponernos de acuerdo es una demostración que estamos lejos de ser personas que nos podemos gobernar, entender las circunstancias, siento que somos débiles y efímeros y esto es lo que falta.

Entender que las diferencias en una sociedad plural son propias, que el contraste de ideas da pie a la discusión lo que no es malo, porque fortalece la democracia. No obstante, las divisiones, la desunión, producen tragedias, por esta incapacidad de escuchar. El problema mayor radica en las malas actitudes, sobretodo de la política, actitudes como el orgullo, los celos, las disputas y la vanagloria producen divisiones, propias de una política alicaída que ha perdido todo el control.

Los políticos ignoran lo que le sucede a los ciudadanos, miran hacia el lado incorrecto. Cuando las cosas se ponen difíciles, un líder debe estar presente, no mirar con desprecio o hacer oídos sordos. Esperemos que otras generaciones sean mejores que nosotros, pero debemos enseñarles a tener verdadera responsabilidad y compromiso, ser tolerantes y tener disposición para debatir y establecer acuerdos.

 

– (10) Daniel Ramírez, filósofo. Acaba de ser editado su nuevo libro: «Manifiesto para la Sociedad Futura. Hacia una nueva filosofía política»

1. Primero que nada, cabe señalar que a menudo una pregunta contiene ya la respuesta a una pregunta anterior (no formulada). Esta sería algo así: ¿Es necesario superar que el 11/09 sea una fecha divisoria en el país? Y a su turno, esta contiene una afirmación (no cuestionada): El 11/09 es una fecha divisoria en el país.

La afirmación es verdadera, es innegable. Pero ello lanza una sospecha sobre la pregunta no formulada: si después de 47 años, y luego de 30 años del término de la dictadura, la fecha continúa siendo factor de división e incluso de odio, es tal vez porque hay quienes no desean que ello se supere, como plantea la primera pregunta. Y ese es el gran problema.

El golpe de Estado fue un golpe en la vida de muchos chilenos y, simbólicamente, para muchos ciudadanos del mundo. Comienzo de persecuciones, crímenes, torturas, exilio, opresión y marginalización, sufrimiento interminable para quienes perdieron seres queridos y daño duradero a la sociedad chilena; quienes se hicieron del poder la llenaron de dolor, miedo, mentira, injusticia, robo y vulgaridad. Todo eso es cierto y podría implicar que la respuesta a la pregunta no formulada sea negativa y que muchos piensen que, con todo lo que pasó, es normal continuar a detestar todo lo que se relaciona con los militares que realizaron el golpe y la oligarquía civil que lo proyectó y la dictadura que se instauró.

Hay que añadir también que muchos chilenos pensaron durante mucho tiempo, y algunos lo piensan todavía, que el tal golpe estaba justificado, que salvó al país de una dictadura comunista. Difícil reconciliación, ¿no?

Cuando los años y las décadas pasan, los sentimientos a veces permanecen; pero yo pienso que se van transformando y no me refiero a quienes han perdido a seres queridos. Los sentimientos son estructuras complejas de la vida efectiva; son una mezcla de pensamientos (juicios sobre la realidad, afirmaciones sobre lo que ocurrió) y emociones (tristeza, dolor, rabia). Con el tiempo, las emociones se van aplacando, y los sentimientos se van cuajando, dando lugar a resentimiento (del vencido), nostalgia (por lo perdido), remordimientos (por lo no hecho en su tiempo) y vergüenza (por lo no logrado: entre otras cosas, derribar a la dictadura y realizar una verdadera transición hacia una sociedad justa).

Todo esto no es muy agradable ni muy heroico. Por eso se cultivan -también- el orgullo de haber participado en el hermoso proyecto anterior o a la resistencia (sabiendo que hay quienes cultivan estos sentimientos, pero no participaron ni a lo uno ni a lo otro), la admiración e incluso veneración a los héroes y mártires; se idealiza y enaltece, con la ayuda del arte, canciones, relatos, películas, por cierto, llenas de verdad y de poesía. Se va tejiendo una cultura que se constituye en alimento subjetivo de las vidas.

Si se piensa bien, las religiones funcionan en general de la misma manera. El cristianismo, por ejemplo, sitúa en su centro, la traición y el asesinato cruel e injusto del maestro y salvador, no defendido por el pueblo. Y sigue una interminable serie de mártires y santos. Las revoluciones hacen lo mismo, con su dramaturgia y sus panteones de héroes; algunos caen en desgracia y se los borra, pero no importa, el contexto se mantiene con una inmensa cantidad de producción cultural.

Y se termina amando todo ese mundo simbólico que opera como un contexto de sentido para las vidas, una fuente de sentimiento de identidad; nos definimos respecto a todo eso, ordenamos nuestros valores en ese contexto. Difícil desprenderse de todo eso.

También es práctico tener un horrible enemigo al cual achacarle todos los males y disculparse de aquello en uno mismo ha fallado o de lo que no ha hecho. ¿Será necesario y posible alejarse de todo ello?

Mi respuesta es positiva. Yo sé que es difícil. Pero necesario. Porque la vida humana es mucho más, las nuevas existencias y la sociedad del mañana no pueden indefinidamente seguir construyéndose sobre ruinas, sangre secada entre los escombros de los ideales.

¿Qué se debe hacer para lograrlo? Yo sé que muchos responderán simplemente: justicia. Y tienen razón: si la justicia ha sido insuficiente, el resentimiento sigue teniendo base. No se puede negar lo que ocurrió y que ello fue la obra de personas que lo decidieron. Deben ser juzgados; y no todos lo han sido. Pero no hay que olvidar que, si bien hay base objetiva histórica, el tal resentimiento es -de todas maneras- subjetivo, es algo que ocurre en nosotros, en nuestra consciencia. Y que, como todo lo que tiene lugar en nosotros, depende de nosotros el que prospere y se perpetúe.

“Ni perdón ni olvido” se dice. Y es uno de los problemas. Hace tiempo analicé el asunto del perdón y la memoria. Para resumir, la frase “ni perdón ni olvido” desconoce lo que es el perdón, primero porque si bien este no se puede comandar, el perdón es una libertad, es gratuito, ocurre que tampoco se puede prohibir. Y, segundo error, lo asocia al olvido: si hay olvido no puede haber perdón, el perdón es una dimensión de la memoria. Por ello, no es necesario alejarse de toda esta cultura desarrollada respecto a la fecha trágica. Se debe recordar, honorar, con-memorar. Y se debe proseguir el trabajo objetivo de la historia. Pero sí se necesita tomar distancia, dejar que las cosas puedan aplacarse.

La justicia debe proseguirse, por supuesto. Pero hay que saber que nunca se obtiene toda la justicia, que jamás se juzga a todo aquel que ha participado. Todas las sociedades que han sufrido traumas, saben que en un momento hay que parar. Las personas van muriendo, otras, ya no se puede saber qué hicieron; muchas no fueron más que engranajes, se les puede reprochar su falta de coraje; pero en el fondo sabemos que no se puede juzgar a todo el mundo. Por eso las sociedades, a veces no exentas de hipocresía, inventaron la amnistía, los griegos antiguos la decretaban estrictamente y no se debía ni mencionar, por ejemplo, la guerra del Peloponeso.

Los orientales (budistas) ven las cosas de otra manera: el que ha cometido crímenes no ha hecho más que arruinar su propio karma, y nosotros, si seguimos sufriendo, cargamos también nuestro karma y agravamos el asunto. Por ello, por ej., los camboyanos no se apasionan por los procesos a los criminales khmer rouge. En otras sociedades se han inventado procedimientos alternativos. Lo que se ha llamado “justicia transicional” o “restaurativa”, como la “Comisión para la verdad y la reconciliación” de Sudáfrica, deseada por Nelson Mandela y liderada por Desmond Tutu, que -con todos sus defectos- acompañó un proceso en el cual se evitó una guerra civil previsible.

Si bien no somos ni atenienses antiguos, ni budistas camboyanos ni protestantes sudafricanos, nada nos impide enriquecer nuestra comprensión de las cosas con aportes heterogéneos. La justica que quedará para siempre incompleta y no es alimentando el odio que ella será completada. Cada sociedad es lo que es, pero no tiene porqué permanecer fija, orbitando en torno al dolor y el desprecio.

Así, lo que se debe hacer para evitar que esa fecha siga siendo factor de división, lo primero es desear que no lo siga siendo. Y por lo que hemos visto, eso es lo más difícil porque nos confronta a lo cual nos hemos identificado tanto tiempo. Cambiar nuestros deseos implica dar espacio en nosotros a la idea que podríamos ser otra cosa, tener otro centro de identificación. Desplazar el centro de la atención desde esa fecha fatídica, pero cierta, hacia un futuro deseable, pero incierto.

2. ¿Cuánto falta para lograrlo? Imposible saberlo, pero se puede decir que ese camino ya ha empezado. Y los “primeros gestos” ya han tenido lugar, de manera elocuente. Se trata nada menos de lo que se ha llamado el “estallido social” de octubre 2019. En las calles, en los cabildos y asambleas, no se escuchaba hablar del 11/09 sino de recuperar la dignidad, de cambiar la constitución, de ecología, igualdad de género, pueblos originarios, pensiones justas. Y de los famosos treinta años. Recriminar a quienes condujeron (negociaron) la transición y gobernaron tantos años, tanto de izquierda como de derecha, implica de facto una toma de distancia respecto a la fecha fatídica. No es para nada excusar a la dictadura, pero reconoce que no todo procede de allí, que el crimen original no es todo, que la dignidad no volvió cuando se la esperaba ni menos la justicia.

El primer momento ya se ha cumplido entonces. Que todo haya quedado como congelado por la pandemia, es un hecho, pero es imparable y volverá a expresarse con fuerza, entre otras cosas, el deseo de “no más de lo mismo”. Y ocurre que la división radical del 11/09 es coherente con más de lo mismo, que consiste en continuar justificando políticas de arreglo, acomodamientos con el neoliberalismo, la privatización de bienes esenciales, firmando tratados que anulan la democracia, gobernando con familias, grupitos económicos y partidos, pasándose los puestos de mano en mano.

Lo que sigue es naturalmente el proceso constitucional. Una constitución, normalmente resultante de una Asamblea Constituyente, es casi siempre respuesta y salida de una crisis mayor, luego de guerras o revoluciones. Una nueva constitución es un momento fundador, inicial, una cita de un pueblo consigo mismo, que indica hacia el futuro. Por ello es la manera seria, ciudadana, madura, de dejar atrás (y no en el olvido) momentos de desgracia y antiguas divisiones. Por supuesto, no se garantiza la desaparición de los sentimientos, pero sí una evolución, un cambio de dirección. Se trata de reenfocar nuestra vida subjetiva y ya no más centrarla en ese momento del pasado. Una constitución no puede surgir más que de un fuerte deseo de futuro y ello implica, si no la cura, la puesta a distancia de fijaciones traumáticas.

Pero, atención. Así como es una gran chance, es también un gran peligro. No hay que faltar a la cita ni “farrearse” la oportunidad histórica. La constitución deberá ser hecha por todos, es decir los que se encuentran a cada lado de la escisión del 11/09, y tendrá que ser el producto de un delicado y largo trabajo de deliberación y de negociación. Si algo es indispensable en la actividad deliberativa es considerar a los otros como interlocutores válidos, por lo que más vale dejar en la antecámara odios y desprecios. Por supuesto, el resultado final no será de entera satisfacción de uno y de otro campo, porque una constitución no está hecha para complacer un “campo” sino para inspirar los principios, enmarcar la estructura política y las legislaciones futuras de toda una sociedad.

El proceso constitucional fue reclamado por el pueblo en las calles, manifestando y reuniéndose en asambleas espontáneas. Eso se parece mucho a una revolución y el poder respondió instintivamente lanzando una violenta represión. Ahora, después de la congelación pandémica, no habrá que olvidar el origen de todo eso.

Los peligros son varios: primero, que los poderes de la casta económico-parlamentaria y los partidos de lo que antes se llamó “el duopolio”, se apoderen del órgano constitucional enviando un máximo de representantes, que no podrán ni querrán -por formación, por historia y por ideología- proponer otra cosa que “más de lo mismo”. Segundo, que por los elevados cuórums (una vez más acordados por la élite parlamentaria en el famoso “acuerdo por la paz” del 15/11/2019), no se logre nada importante en la convención constitucional porque los grupos se neutralizarán unos a otros, y se termine con un texto tibio y vago (ya he explicado esto en otros espacios), con elegantes menciones a los derechos humanos y mucho tecnicismo jurídico. Y porque las élites prefieren dejar para más tarde, es decir para las próximas legislaturas y gobiernos, las cuestiones importantes, porque esperan seguir ganado elecciones.

En otras palabras, continuar el juego que ya conocen bien, de mayorías, partidos y alianzas, cambiándole los nombres, el mismo que el pueblo rechazó en las calles, por no haber podido responder en treinta años a sus legítimas aspiraciones. Si eso ocurriera, se volvería violentamente a la división que da lugar a nuestras dos preguntas, y ello con mayor artificialidad y menos sinceridad aún; la política se confirmaría como un sicodrama vano, un círculo vicioso que continuará girando vanamente en torno al trauma del pasado.

“Donde crece el peligro crece también lo que salva” dijo el poeta alemás Friedrich Hölderlin. Lamentablemente, estamos obligados a pensar que allí donde aparece lo que salva, crece también un gran peligro. Ojalá tengamos la lucidez y el coraje para evitarlo y abrir -finalmente- el futuro que el país se merece.

 

– (11) Ivonne Coñuecar, poeta y escritora.

1. Me parece que nunca se superará, es una quimera pensar que dejará de dividirnos o que todos condenaremos el 11 de septiembre. Lamentablemente, en el país aún hay una clase bastante amplia que celebra la muerte y la destrucción. Chile es un país al que le falta ternura, le falta relatarse, le falta registrar una historia que provenga desde distintas voces, un respeto por toda la diversidad, no más de la misma verticalidad y biopolítica.

Aún así, dentro de esa tensión, creo que si hay acciones relevantes que faltan en un corto o mediano plazo, como trabajar la memoria desde los primeros niveles educacionales y que no se ponga en duda la violencia de tantos años de dictadura, que haya un marco legal que soporte todo aquello que cabe en el negacionismo, que se condene a quiénes rinden culto al dictador, a los miembros de la Junta Militar y a las figuras civiles nefastas de la época, a los cómplices que quedaron en el anonimato, al que hizo una llamada, al que echó andar un rumor, a quienes celebran el 11, a quienes desprecian los Derechos Humanos. Pero sobre todo, juicio justo a los torturadores y genocidas, que digan dónde están porque aún muchas personas que esperan respuesta sobre el paradero de sus familiares.

2. Los gestos deben surgir desde todas las personas, así como los Derechos Humanos son universales e inalienables, toda la humanidad es parte de esta historia, cruel y vergonzosa, un horrendo precedente de muerte. El golpe de Estado de Chile se condena en muchos países, Pinochet es una figura nefasta, que murió impune. Y como sociedad nos falta tomarnos en serio cuando hablamos de asuntos tan graves.

El trabajo que nos queda por hacer como sociedad es de gran magnitud: cómo encontrarnos y reescribirnos, que la memoria no se vuelva un patrimonio endogámico o que un grupo se sienta propietario de ese momento histórico, pues pasa eso también, pasa que quitan voz a generaciones, y pasarán muchas generaciones y seguirá doliendo.

Yo viví hasta los 10 años en dictadura en la Patagonia y luego sus ecos. Eso no se mueve, se resignifica, pero es parte de la biografía. Pero esos ecos poco a poco dejan de oírse desde el estallido social, hemos logrado como pueblo lo que se nos impedía soñar o pensar. Quizás, la Nueva Constitución cree esa impronta para el trabajo de Memoria, eso espero, porque me encantaría un país menos desconfiado y con más ternura. Es algo de años y -sobre todo- de voluntad. Porque el Nunca Más debe mantenernos despiertos y debemos ver al otro como parte de ese país que queremos.

 

 

0 Comments

Leave a reply

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*