Valeria Troncoso, profesora de Historia: «Hagámonos cargo de la construcción del país que queremos»

Promesas incumplidas, contradicciones del sistema, actores autónomos, interpelación generacional. Los elementos que forman parte del Estallido Social de octubre de 2019 hablan de lecturas e interpretaciones complejas, imposibles de circunscribir a esos modelos básicos de observación de la realidad que ofrece la oferta masiva mediática. Se requiere de una mirada más abierta y menos esquemática.

La profesora de Historia Valeria Troncoso enfatiza varias claves sociales que dan cuenta por dónde pueden ir las interpretaciones de lo sucedido. Dos aspectos aparecen como centrales: la participación de la juventud en el proceso de crítica al modelo socioeconómico que vive Chile desde los años 80 hasta ahora y la puesta en duda de conceptos que se tenían como aceptados en el devenir cotidiano, como clase media, meritocracia y democracia, entre otros.

¿Cómo se ubica -a su juicio- el surgimiento del Estallido Social de octubre de 2019 en el contexto y desarrollo histórico del país?

– Creo que el Estallido Social que se inicia en octubre de 2019 corresponde a la acumulación histórica de diferentes movimientos sociales que se gestan en Chile desde inicios del siglo XXI, como respuesta a las contradicciones propias del periodo y ante las promesas incumplidas de un cambio o futuro próspero.

A partir de 2006, la llamada “movilización pingüina” -por ejemplo- levanta con fuerza a un nuevo grupo social que son los estudiantes secundarios, quienes si bien habían estado presentes previamente en otros momentos históricos, como las jornadas de protesta de los años 80 contra de la dictadura militar, comienzan a configurarse actores autónomos de este tiempo, distinguiéndose de otros.

Así, llegan a interpelar directamente a las generaciones que llevan adelante el retorno a la democracia y que se maravillan con los avances de los años 90, abriendo una puerta que -movilización tras movilización- se mantiene abierta y se va nutriendo de otros movimientos sociales y políticos, nacionales e internacionales, que amplían el discurso, cuestionando ya no sólo aspectos específicos como el costo del pasaje, la jornada escolar completa o el sistema de municipalización, como fue en un inicio, sino que ahora interpelando directamente a las estructuras más enraizadas en nuestra sociedad, como el modelo político y económico bajo el cual nos hemos desarrollado. O incluso aquello que está a la base de todo , como el colonialismo y el patriarcado.

Por tanto, si vemos en retrospectiva los últimos años de movilización en Chile, podemos rastrear cómo esa generación que se moviliza como secundarios en 2006, cinco años después son jóvenes que se enfrentan a las problemáticas del sistema de educación superior chileno, ya sea endeudándose para estudiar o viviendo las injusticias de un sistema educacional que les cierra las puertas a la posibilidad de continuar sus estudios.

Actualmente, en su mayoría son los adultos jóvenes que ven cómo las promesas de la meritocracia no son ciertas, que ven toda su vida trabajar de sol a sol a madres y padres para recibir luego pensiones miserables, por lo que deben continuar en el mercado laboral; todo esto en medio de una sociedad en crisis, no sólo a nivel nacional, sino que mundial, diluyendo las certezas sobre el futuro al ver que los cimientos de nuestra sociedad no constituyen verdades absolutas incuestionables.

A lo anterior también se suman las nuevas generaciones, los precursores de este Estallido Social, para quienes ya ni siquiera promesas quedan porque tampoco están dispuestos a creer a ciegas en ellas. Ellos se han visto influidos por todo el aprendizaje histórico y los cuestionamientos hechos al status quo, lo que los hace pensar en futuros distintos, en el que los patrones de trabajo y vida tradicionales no tienen sentido, inyectando con nuevas energías y aires a los movimientos sociales.

Se da mucho en este tipo de procesos sociales en que se desafía el orden establecido o las autoridades existentes, generalmente, que sea la juventud la que toma el protagonismo…

– La juventud, y principalmente los más jóvenes, han sido los principales motores de este proceso: sin ellos y ellas, quizás no hubiésemos despertado del letargo y hubiésemos seguido manifestando nuestro descontento, pero dentro del espacio de lo privado. Reitero la idea de que los jóvenes llenaron de nuevos aires el movimiento social chileno, dando el ejemplo de que si vamos a protestar lo tenemos que hacer hacia afuera, con la cabeza en alto, ya que esa es la única forma de hacernos escuchar y de generar cambios.

Son estos sectores quienes han impulsado las principales manifestaciones de este siglo, poniendo sobre la mesa los debates más relevantes que se han dado a nivel nacional, como educación, inclusión o igualdad de género, produciendo algunos cambios institucionales, pero principalmente sociales.

A partir de todas las manifestaciones estudiantiles, hemos vuelto a poner nuestros ojos en lo público, se ha puesto énfasis en revalorizar el sentido que tiene este ámbito, como un marco común de garantías para todas y todos, en donde el Estado debe hacerse responsable no como una alternativa para quienes no pueden acceder al sistema privado, sino que como un espacio común al que todos tenemos derecho.

También nos han mostrado nuevas formas de manifestaciones y nos han hecho cuestionar los dogmas e ideas estructurantes de nuestra sociedad. Frente a un mundo con un futuro cada vez más incierto y poco auspicioso, nos ponen a prueba e interpelan directamente, señalando que ese no es el mundo en el que ellas y ellos están dispuestos a vivir, reproduciendo antiguos patrones y apelando a la construcción de nuevas posibilidades de futuro.

¿De qué manera observa la idea de algunos ámbitos conservadores que sitúan lo ocurrido como parte de los desafíos que tiene una sociedad con una clase media empoderada y no una clase baja empobrecida?

– Frente a esos discursos creo que –primero- hay que cuestionar quiénes son la clase media en Chile y si existe realmente. A mí parecer, lo que hay mayoritariamente es una clase baja con poder de endeudamiento, lo que ha permitido el acceso a mejores condiciones materiales de vida, pero hipotecando su futuro.

Esto ha quedado de manifiesto con la crisis económica que enfrentamos debido a la pandemia: por el despido o por pausas en los contratos laborales las economías familiares no son capaces de subsistir a veces ni un mes, ya que están completamente endeudados y todos los servicios a los cuales acceden deben ser pagados, como es el caso de la salud y la educación. La pandemia ha dejado en evidencia la realidad de Chile, en donde el bienestar y buen vivir sólo eran una ilusión por el acceso a créditos.

En cuanto al empoderamiento, creo que esto es generalizado en la población chilena, lo que se pudo ver luego del Estallido Social: las personas salieron en masa a las calles, a agruparse con los vecinos y a reencontrarse con ellos. Personas que nunca se atrevían a plantear sus opiniones en la mesa, en las reuniones familiares, el trabajo o -en general- en el espacio público, han dado un paso adelante y han dicho lo que piensan sobre la situación de nuestro país, se han identificado con lo que se demandaba y han dado un paso adelante para levantar la voz y decir basta.

El discurso general que los grandes medios de comunicación han planteado en este período es, esencialmente, que el sistema socioeconómico chileno no es tan malo, que requiere algunos «ajustes», pero no «grandes cambios». Frente a eso ¿cómo evalúa el papel de los medios frente a lo vivido?

– En realidad, los medios de comunicación tradicionales han defendido a sus dueños, al modelo económico que los tiene donde están. Funcionan bajo las leyes del mercado, por tanto, sus líneas editoriales van a estar trazadas por quienes les dan los auspicios y recursos para que puedan continuar. Por eso, los medios alternativos o las redes sociales han tenido gran influencia, permitiendo abrir más la panorámica, incorporando otros puntos de vista o información distinta a la oficial.

En ese sentido, la prensa independiente y los periodistas que trabajan por fuera de los grandes medios de comunicación han tenido un rol importante, ya que con mayor libertad han podido informar a la población y levantar cuestionamientos frente a estas explicaciones que intentan buscar las causas del Estallido Social en otros lugares, mostrando evidencia estadística y testimonial de las verdades que el discurso oficial intenta ocultar.

Lo que sí hay que reconocer a los medios de comunicación tradicionales, principalmente a los canales de televisión, es que han tenido que llevar parte del debate político a un espacio con público masivo en los horarios más vistos, sacando estos temas de los programas de corte más político que no eran vistos por mucha gente. Así, se ha logrado posicionar la discusión política hasta en los segmentos de la población más reticentes a informarse sobre temas controversiales, lo que ha hecho ineludible hablar de estos en la mesa de todas las casas de Chile.

¿Cuál es su opinión sobre la forma en que han reaccionado las instancias oficiales frente al estallido, léase partidos políticos, gobierno, organizaciones sociales?  ¿Hay algún mecanismo eficiente y justo para generar una solución?

– Las instancias oficiales o institucionales en un inicio no reaccionan frente a lo que sucede, les cuesta asimilar lo acontecido y algunos -principalmente los pertenecientes a sectores más alejados de la realidad de Chile- les toma mucho tiempo comprender el por qué la población protesta. Creo que -incluso hasta hoy- existen sectores políticos incapaces de comprender los motivos del descontento social y siguen intentando buscar enemigos externos.

Sin embargo, la mayoría de los grupos políticos intentan rápidamente capitalizar el movimiento social y el descontento de la población. Algunos buscan apropiarse de las demandas sociales, buscan culpables dentro del sector político contrario y ocupan los espacios levantados por las comunidades.

Esto se ve -principalmente- al inicio del proceso constituyente: los partidos políticos intentan cooptar los puestos de la convención, poniendo en algunos casos todas las trabas posibles para evitar las candidaturas independientes, encabezando esta acción los sectores del país que tienen más que perder con el cambio a la Constitución y la apertura del espacio institucional.

Creo que el proceso constituyente que estamos atravesando en estos momentos es clave para la construcción de soluciones reales y cambios estructurales. Si bien no tiene todas las características que nos gustaría y los sectores tradicionales continúan teniendo mucho poder en él, es una ventana de posibilidades que se nos abre y que no podemos desperdiciar, ya que puede ser la punta de lanza que abra el paso a una nueva democracia en donde la ciudadanía esté más involucrada y tenga más espacios de injerencia en las decisiones que se toman para Chile. Y que dé paso a los cambios tan necesarios para generar un nuevo proyecto país que nos incluya a todas y todos.

¿De qué forma cree usted que la pandemia del Covid-19 puede influir en la suerte que corra este proceso social en el país?

– La pandemia termina por desmantelar la cáscara que Chile muestra hacia el exterior, dejando en evidencia todas las demandas que se levantan en octubre de 2019. Lo vivido espero que les haya quitado la venda de los ojos a quienes aún seguían creyendo que vivíamos en el oasis de América Latina, en donde las personas son pobres «porque son flojas y no aprovechan las posibilidades que tienen».

Pero estos efectos sociales y económicos que ha traído la pandemia también son propicios para levantar discursos que apelan al miedo de las personas, señalando que -si ahora estamos mal- mañana podríamos estar peor. Hay que estar muy alertas a estos discursos de terror que pueden manipular a la población más golpeada y a la que no recibe apoyo del Estado porque son de “clase media”, ya que de ese descontento se alimenta la frustración y el resentimiento hacia las personas menos privilegiadas, pero que sí han recibido apoyo.

Lo peor que nos puede pasar en el contexto en el que estamos, en que aún no hemos ganado nada concreto, es pelear entre nosotros y buscar enemigos en donde no los hay, ya que si hay algo que sí logramos desde octubre hasta ahora, ha sido el poder reencontrarnos y reconocernos en los otros, logrando ver que los problemas que nos aquejan no son individuales, o de un grupo reducido de la población, sino que colectivos y -por tanto- las soluciones que debemos perseguir van en esa línea.

Finalmente, ¿cuáles son -a su juicio- las principales proyecciones del estallido al cumplirse un año?

– En general, con todo lo que está ocurriendo en el mundo y en nuestro país, estamos en un periodo de posibles cambios profundos, hay muchas posibilidades abiertas que como ciudadanía tenemos que saber aprovechar para impulsar lo nuevo que queremos. Por ello, en el caso de nuestro país, los próximos dos a tres años van a ser de vital importancia: debemos educarnos, formar lazos de comunidad y proyectos políticos que nos representen. Involucrarnos en todos los cambios que estamos viviendo y transformarnos en actores sociales con capacidad de influir en la construcción de nuestro país.

Espero que, en los próximos años retomemos la responsabilidad social y política que hemos endosado a otros y nos hagamos cargo de la construcción diaria del país que queremos, tanto en lo micro como en lo macro. Partir con microrevoluciones que vayan impactando en la sociedad y generar círculos virtuosos, en donde lo público y lo colectivo sean realmente un espacio para todos y todas.

«Retomemos la responsabilidad social y política que hemos endosado a otros y hagámonos cargo de la construcción del país que queremos»

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